1. El Pastizal

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Camino por un terreno con abundante pastizal, la hierba está tan alta que puedo tocarla con mis dedos sin inclinarme. Puedo sentir las oleadas de aire frío golpeando la piel desnuda de mis brazos y a su vez, veo el dominio que tiene sobre el movimiento de la hierba que se alborota de un lado a otro, el aire se siente tan frío, casi comparable al de una heladera.

El cielo es color rojo sangre con ligeras tonalidades grises claras, las nubes se observan oscuras y truenan, avisando que está a punto de caer una tormenta.

La poca luz que hay me permite ver que, al fondo, se halla lo que parece ser un árbol. Entrecierro los ojos y fuerzo la mirada porque logro distinguir una silueta frente a el, me tallo los ojos para volver a observar con más detenimiento desde la distancia en la que me encuentro y continúo mirando una silueta de pie.

No hay más rastro de civilización aquí, es un lugar con aspecto lúgubre y triste, incluso me atrevería a decir que terrorífico.

—¡Hey! ¿Cómo llegaste aquí? —intento gritar para llamar su atención, pero parece que no tengo fuerza para gritar ni hablar, como si mi lengua y boca estuviesen adormecidas.

Me quedo de pie observando a la silueta para ver si se mueve, no obstante, continúa en la misma posición.

—¿Hola? —De nuevo. Apenas y puedo hablar, como si de mi boca no se emitiera el sonido correctamente.

Me armo de valor y camino hacia el árbol para saber quién es la persona que, al igual que yo, se encuentra aquí.

Noto que mientras avanzo me voy quedando con menos luz y empiezo a entrecerrar los ojos para poder ver en dónde camino. Los truenos cada vez se escuchan más fuertes y, sin esperarlo, escucho el estruendoso sonido de un rayo caer con fuerza a unos kilómetros detrás de mí. Empiezo a correr del miedo y me tapo los oídos en el proceso, avanzo unos cuantos pasos cuando me detengo a mirar detrás mío. A pesar de que estoy lejos, el estruendo y la luz que emite el rayo se sienten tan cercanos, como si hubiesen pasado frente a mis ojos.

Me sobresalto y tapo mis oídos con las palmas de mis manos, levanto la mirada al cielo, donde las nubes se iluminan por dentro cuando chocan.

Empiezan a caer pequeñas gotas y cuando miro al frente, sigo observando lejano el árbol y la silueta, siento que no he avanzado nada a pesar de que llevo ya un tiempo caminando. De repente me da un olor a hierro, pero supongo en ese instante que es sólo mi imaginación.

No pasa mucho tiempo cuando la lluvia cae con mayor fuerza y, lo que podría ser el olor a tierra mojada se transforma en un intenso olor a hierro, por lo que ya no sólo se trata de mi imaginación, sino que hay algo en la lluvia o en la tierra que huele de esa forma. Las gotas de lluvia me caen en la cara y resbalan hasta mis labios, donde los aprieto y saboreo el hierro sobre ellos.

Me detengo en seco y levanto la mirada al cielo rojo, cerrando los ojos en cuanto las gotas me caen sobre la cara. Me llevo las palmas de las manos sobre el rostro y cuando las miro, en medio de la oscuridad en la que me encuentro, logro distinguir que me las embarro de un líquido oscuro al igual que la cara.

Inevitablemente pongo una de mis manos cerca de mi nariz. Y es eso lo que huele a hierro, por lo que no tardo en deducir que se trata de sangre.

Me asusto por el desconcierto que me produce toda la situación, no sé dónde estoy, no sé qué está pasando y no sé por qué este lugar es tan inusual. Me doy la vuelta, viendo por última vez la silueta al fondo y, acto seguido, empiezo a correr lo más rápido que puedo para alejarme de ahí.

No me detengo a ver en donde piso mientras corro, por lo que irremediablemente doy un paso en falso y me tropiezo con una piedra, al caer, apoyo las manos en el suelo por puro reflejo, pero es inútil, porque en cuanto lo hago, no consigo detenerme en una superficie sólida, me hundo en un hoyo profundo lleno de agua y cuando mi cabeza se sumerge dentro, abro los ojos y despierto del sueño.

El Asesino Del Ajedrez [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora