Capítulo 2

4 2 3
                                    

Caminamos hasta la entrada de Ameros, nos tomó unos diez minutos en llegar. Ninguno dijo nada al otro. Yo no tenía energías para hablar y él estaba muy concentrado en el camino y se mantenía alerta por si alguien se acercaba. La ciudad estaba mucho más llena que antes y no podíamos escapar del bullicio y el cuchicheo de la gente.

-Tengo un conocido que es dueño de una posada. Te llevaré allí; un baño te vendría fenomenal y unas ropas nuevas también,- dijo sin siquiera voltearme a mirar, pero con una pequeña sonrisa que se le dibujaba en su cara.

Andamos hasta llegar a una pequeña casa en una esquina. Arsen abrió la puerta para mí, dejándome entrar. Había una sala pequeña y al fondo había muchas puertas donde yo suponía, estaban las habitaciones. Nos recibió una señora, de algunos sesenta años, con el pelo cubierto de canas. -¡Arsen!,- gritó -no sabía que estabas en el pueblo, ¿necesitas una habitación? Tenemos muchas dobles disponibles, veo que traes compañía.-

-En realidad no vengo a quedarme, tuvimos un pequeño accidente, me preguntaba si tienes algo de ropa y si Al... -se detuvo de repente. -... Si mi amiga podría tal vez ducharse, fue viaje largo" La señora, quien parecía ser la dueña del lugar, asintió y se retiró a una de las habitaciones dejándonos solos de nuevo.

-¿Por qué haces todo esto por mí?-, le pregunté. Me miró, sus ojos verdes reflejaban calma. Sin embargo, había algo en él que me hacía sentir insegura. Inquieta. Era apuesto. A pesar de que había vivido la mayor parte de mi vida rodeada de hombres en el campo de entrenamiento, nunca había visto uno como él. Su piel lucía fresca, su pelo, aunque no lo había tocado se veía suave y brillaba, resaltando su color rubio, casi del color de la miel.

-No sé, creo que a veces me gusta jugar al héroe-, respondió. En ese momento la mujer se acercaba a mí, trayendo en sus manos ropa, y un poco de pan.

-Esto es para ti- dijo entregándome la ropa, -a veces tenemos huéspedes que olvidan sus pertenencias aquí, las lavamos y las guardamos en un depósito para casos como este. Creo que eso te vendrá bien- continuó, "en la puerta a tu izquierda hay un pequeño baño, si necesitas algo no dudes en decírmelo-terminó.

Caminé en dirección a la puerta que me había señalado, no había más luz que la del sol que entraba por una pequeña ventana. Había un pequeño espejo donde pude darme cuenta de lo mal que me veía, era como si hubiera ido a la Guerra de los Reyes y en definitiva no me había ido muy bien. Mi cabello castaño estaba enmarañado, más que nunca, mis brazos estaban cubiertos de rasguños que, con un color tan pálido como el mío, resaltaban mucho más. A un costado, había lo que parecía una ducha. Me saqué mi traje y mis zapatos, y entré a bañarme. Nunca había disfrutado un baño tanto en mi vida, había sido un día demasiado largo, tanto que había perdido la noción del tiempo. Estaba cansada, me sentía débil pero el hecho de no estar sola me reconfortaba, aunque estuviera con un tipo al que a penas conocía. Me vestí con unos pantalones que a penas podía sujetar a mis caderas, una camisa que al contrario del pantalón, me apretaba y un pequeño chaleco que de cierta forma ayuda a sostener mis pantalones y mantenerlos en su lugar. Trencé mi pelo para evitar que se viera alborotado, seguía luciendo mal, pero estaba limpia y eso era suficiente. Mi cadena seguía conmigo, la escondí debajo de la blusa.

Cuando salí, Arsen esperaba por mí justo allí donde lo había dejado, ahora estaba solo. Sostenía en su mano un poco del pan que le había dado la señora y tenía lo que parecía un recipiente con agua. Me entregó las dos cosas, -gracias- le dije. -Necesitas comer eso, debemos apurarnos; no tengo tiempo que perder-.

Salimos y ya el sol estaba poniéndose, la ciudad se veía vacía y los mercaderes recogían sus productos de la plaza central. -¿A dónde vamos?- le pregunté.

Lost Throne Donde viven las historias. Descúbrelo ahora