Capítulo 1-Despertar

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Capítulo 1-Despertar

Estaba duro y frío. Todo me dolía. Incluso al intentar abrir mis ojos, oleadas de dolor cruzaban desde mi cabeza hasta la punta de mis pies. No entendía nada. No podía moverme. Era como si no tuviera control de mi propio cuerpo. Traté de mover mis dedos, mis manos, mis piernas, pero nada pasaba. Con una gran fuerza de voluntad y una gran tolerancia a aquella migraña logré abrir los ojos.

            Estaba tirada en el asfalto de una calle. Parpadeé varias veces, tratando de acostumbrarme a la luz del lugar. Intenté levantar mi cabeza, haciendo fuerza con mis manos en el piso, pero era inútil. Tomé unas profundas respiraciones y con fuerza me levanté de un tirón. Mala idea, la migraña provocó punzadas sordas en la parte trasera de mi cabeza.

            Lentamente me levanté de donde estaba y con cuidado recuperé el equilibrio al estar de pie. Sobé mi cabeza, en la parte en la que había sentido aquellas punzadas. Sorprendentemente, al levantar el brazo, me dolió. Volteé a verlo. Tenía rasguños en todos los brazos y piernas, hematomas de todos los colores y algunas heridas un poco más profundas. Mi ropa estaba rasgada y mugrienta. ¿Qué demonios había pasado?

            Pero mi aspecto no era lo peor, lo terrible era ver mi alrededor, el lugar en el que estaba parada. Giré mi cabeza lentamente, inspeccionando el ambiente. Terror corrió desde la oscuridad de mi pecho, inundando hasta el más recóndito escondite de mi ser. Todo estaba destruido.

            Reconocí la calle inmediatamente. Calle Lime, una de las calles principales en Liverpool, la capital de Merseyside en Inglaterra. Calle principal y aun así, desolada. Eso no es posible. Me quedé paralizada en el mismo lugar, analizando cada detalle con un rostro horrorizado.

            El lugar era un desastre. Los edificios carecían de ventanas, y las que aún estaban en pie, se encontraban rotas, con los cristales regados en el suelo provocando destellos de luz cuando se reflejaban al sol. Los botes de basura estaban ladeados, dejando todo su contenido volar libremente al aire del otoño. El aire estaba impregnado de basura, papeles, y ese sentimiento  de ansiedad.

            Entré en pánico. El estar sola completamente sin ninguna señal de vida puede ser aterrador. Volteaba a todos lados rápidamente, tratando de buscar una respuesta. Grité y grité hasta que mi garganta ardió, pero no hubo respuesta alguna. Las lágrimas de miedo y desesperación comenzaron a inundar mi cara, haciendo borrosa mi visión. Me abracé tratando de buscar conforte, pero fue en vano. Mi corazón palpitaba estrepitosamente y me tiré al piso, haciéndome un ovillo en la mitad de aquella calle desolada.

            No sé cuánto tiempo pasó, pero estuve un buen rato en el centro de esa calle, entre la destrucción. Cuando por fin pude respirar tranquilamente y aclarar un poco mi mente y supe que no podía estar en el centro de esa calle por el resto de mi vida. Me levanté, decidida, y comencé a merodear por las calles abandonadas de la ciudad, para aclarar mi mente y saber la profundidad de la situación.

            El día estaba nublado y frío, al igual que seco. Los escalofríos me recorrían toda la espina dorsal, haciéndome sentir aún más incómoda. Tenía una simple blusa y unos jeans, así que no me cubrían lo suficiente del frío de lo que parecía ser la mañana. Fue entonces cuando pensé, ¿qué hora es? No tenía mi reloj de muñeca, así que concluí por la luz que eran aproximadamente las once de la mañana.

            Cuando dejé de caminar había pasado al menos una hora. Había aclarado mi mente y pude pensar un poco más las cosas. Hice algunas explicaciones a el por qué la ciudad estaba en ese estado.

            Número uno, estábamos en guerra.

            Número dos, estaba en un apocalipsis zombie y era inmune al virus (ok, tal vez esta no, pero enserio esperaba que fuera real).

            Número tres, estaba soñando un sueño espantoso y extraño.

            Número cuatro, todos escaparon por alguna razón y yo no pude lograrlo.

            Parecía que el número tres era el más razonable (pero, como dije, enserio quería que el segundo fuera el real), aunque para un sueño el dolor se sentía extremadamente real.

            Una vez que tuve estas ideas en mi cabeza, un pensamiento fugaz cruzó por mi mente. Mi celular. ¿Por qué rayos no lo había pensado antes? Podría llamar a alguien, o mejor aún, podría alguien estarme llamando a mí. Saqué mi celular, emocionada, y mi corazón se hundió al ver la pantalla.

No tenía señal.

            Otro escalofrío corrió desde la punta de mis dedos hasta mis pies. Mi respiración se volvió irregular y de nuevo sentí esa sensación de estarme ahogando en el aire. ¿Cómo rayos no podía haber señal? ¡Era una ciudad, maldita sea! Algo estaba terriblemente mal. Mis padres…tenía que ver si ellos estaban bien.

            Me tomó media hora llegar a su casa. La verdad es que llegué en tiempo récord. Entre trotes y descansos, más la adrenalina, no me tomó mucho llegar a su puerta principal. Saqué la llave escondida en una de las macetas de mi madre y la introduje en el cerrojo. Abrí la puerta.

— ¿Mamá? ¿Papá? —no hubo respuesta—. ¡¿Mamá?! ¡¿Papá?!—grité más fuerte. Aun sin respuesta. Deben de estar escondidos, si, es eso. Traté de convencerme a mí misma, aunque en el fondo sabía que no era así.

            Busqué en su habitación, en los baños, en la cocina, en la que había sido mi habitación…nada. Me senté en la que solía ser mi cama y apoyé mi cara entre mis manos. Respiré hondo. ¿Qué habrá sido de ellos? ¿Estarán bien? Una lágrima de tristeza y preocupación rodó por mi mejilla, y la sentí caer, fría hasta mi barbilla. Me la limpié con el dorso de la mano.

            Bajé de aquella habitación llena de recuerdos y colapsé en el sofá. Tomé el teléfono que estaba en la mesita a un lado de mí y comencé a marcar todos los números de mi directorio. La respuesta era la misma…no había línea. Extrañamente, había agua, gas y electricidad, pero no había señal, como si no quisieran que hubiera comunicaciones…

            Alejé ese pensamiento de mi cabeza y fui a la cocina. Había mucha comida. Seguro compraron antes de que pasara todo este predicamento. Agarré un pastelillo del refrigerador y me lo comí todo. Fue en ese momento en que me di cuenta de que tanta hambre tenía, pero tenía que hacer un plan.

            Me senté de nuevo en el sofá. ¿Qué iba a hacer? Obviamente, tenía que buscar gente. Si encontraba personas podría obtener respuestas a todas las preguntas que tenía volando en mi mente. Ese era mi objetivo. Ahora la pregunta del millón, ¿dónde buscar? Era obvio que no había gente en Liverpool. Una idea voló. Tomé el teléfono de nuevo y marqué como loca el número de mi abuela. Ella no vivía aquí, sino que en Londres. La visitaba muy seguido de pequeña, pero ahora hacia años que no la veía. Aferré el teléfono a mi oreja pero obtuve la misma respuesta que antes.

            El problema era nacional. 

 

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