Capítulo 4-Aceptación

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Capítulo 4-Aceptación

Los vellitos de mi nuca se erizaron y me petrifiqué. ¿Era buena señal que alguien entrara, no? Sin embargo me llené de miedo. Aquella persona podría ser peligrosa, podría incluso matarme. Podría estar loca. ¿Qué debía de hacer?

            Miré por la ventana de la cocina y estaba totalmente obscuro. Me daba más miedo salir que encontrarme con el extraño. La casa estaba a obscuras, y aquello enervaba más aun mi sangre agitada. Tomé lentamente un cuchillo grande de la cocina, ya saben, por si acaso, y me giré a la sala.

            No había nadie. A lo mejor estaba escondido—o ya me había vuelto loca.

—¿Hola? —dije—¿Hay alguien ahí? —No hubo respuesta.

            Me fui acercando lentamente a la sala, empuñando torpemente el cuchillo de la cocina. Probablemente me vería muy patética en ese intento de defensa, pero no podía pensar en otra cosa.

            Encender la luz. Si, eso podía ayudar a que no estuviera a punto de orinarme en los pantalones. Si tan sólo recordara dónde estaba el switch…

            Me acerqué a la puerta principal y, si, a un lado estaba el switch. Encendí la luz rápidamente y la casa quedó iluminada. Me sentí un poco más aliviada al poder ver el lugar. Sin embargo, el intruso seguía desaparecido. Miré a mi derecha, a mi izquierda, nada.

            De pronto creí ver que algo se movía bajo el sillón. ¿Qué rayos? Me acerqué lentamente, esta vez sin el cuchillo, para saber de qué se trataba. Un pequeño gato negro se escondía de mí, lanzando su mirada verde llena de miedo. Se hacía una pequeña bolita negra, dejando su hociquito blanco un poco fuera del sillón, dejando a vista los largos bigotes y los prominentes ojos que lucía.

—Supongo que eras la mascota de esta familia—.Hablé, más para mí que para el gato, pero me sentí bien al poder hablarle a algo. Hacía mucho que no pronunciaba palabra alguna.

            Subí al cuarto a dormir después de haberle servido una lata de su comida al gatito de la sala. Al parecer, la intrusa terminé siendo yo.

            Al día siguiente estaba lista para partir de nuevo. Surtí mi comida, mi agua y tomé ropa prestada de la que sería la mamá en esa casa abandonada. Sólo una bufanda muy calientita, unos guantes y un gorro que me cubriría bien del frío. Cuando estaba a punto de irme recordé al gato. ¿Debería llevarlo conmigo? Tal vez me estaba volviendo loca, pero debía de mantenerme hablando con alguien. Después de haber “cruzado” palabras con el gato me di cuenta de qué tanto necesitaba soltar mis pensamientos.

            Esta vez, el gato estaba caminando libremente. Sabía que no era una amenaza. Cuando me vio, ronroneó y apuntó a su plato de comida vacío. Sonreí. Es tan fácil dominar a los animales.

—Te propongo un trato—le dije al gato—si vienes conmigo te daré toda la comida que quieras—el gato obviamente no respondió—.Comenzaré con….esta galleta—le acerqué al gato la galleta y rápidamente se acercó a mí, ingiriéndola directamente de mi mano—.¿Qué dices?—El gato corrió hacia la puerta y la arañó. Supongo que había aceptado mi trato.

Galleta y yo íbamos en camino al poblado más próximo de Cheshire, para ver si el lugar estaba en las mismas condiciones que el estado de Merseyside. Ya había llegado a una conclusión. Si el lugar estaba destruido también, iba a ir a la capital del país, Londres, porque si las personas huyeron a algún lugar, ese debía serlo.

            El viaje a Cheshire iba a ser muy largo. Me encontraba en Halewood y había dos opciones, o cruzaba un pequeño río que se formaba por ahí, o le daba la vuelta, y la mejor opción era darle la vuelta. Hice mis rutas en el mapa que había tomada de aquella estación de gas y mi mejor opción era llegar a Cheshire del este, a Knutsford. Si esa ciudad y los poblados que tuviera que pasar estaban en las mismas condiciones, iría directamente a Londres, cruzando los condados de Staffordshire, Warwickshire, Northhamptonshire, Buckinghamshire y finalmente llegando a Greater London, en donde se encuentra Londres. Haría un viaje muy largo, y me tomaría al menos dos o tres semanas.

            Después de dos días arribamos a Knutsford. Desgraciadamente, el lugar estaba aún peor que los demás en los que había estado. Mi decisión estaba hecha. Tendría que ir a Londres. Sin embargo, creí que entrar a los edificios destruidos sería una buena idea, podría ser que allí hubiera personas que podría acompañarme. Bajé del auto de mi papá, que aun llevaba, y entré al primer edificio que vi. Había sido un banco en sus tiempos de gloria, ahora, las grandes letras que decían su nombre estaban rotas, y algunas inclusive en el suelo, dejando marcas en el roto pavimento. Tragué saliva. Comenzaba a arrepentirme, pero podría haber gente que necesitara mi ayuda.

            Cuando entre por las rotas puertas de cristal, las cuales me causaron rasguños en las manos, observé el desordenado ambiente. Todo el lugar estaba destruido. Las oficinas desordenadas, las ventanas rotas, las luces causando chispas e inclusive algunas estaban rotas y regadas por el piso. Pero, incluso con toda la destrucción en el lobby, no había señales de personas o cuerpos. Si hubo sobrevivientes, no están aquí.

            No tenía sentido entrar a buscar más gente, así que salí a la fría tarde de invierno, en la cual, para mi mala suerte, había comenzado a nevar. Tomé a Galleta, que estaba a mi lado, y la puse dentro de mi chaqueta para que no sufriera frío. Acurrucó su cabeza en mi cuello, brindándome de su calor.

            Subimos al auto y nos dirigimos a Londres.

            Mientras más nos acercábamos, más era la destrucción. Las ciudades por las que pasábamos eran cada vez más dañadas, inclusive e atrevería a decir que estaban en escombros. Muchas veces tuve que evitarlas ya que el acceso era imposible. En lo profundo de mi subconsciente sentía que no podría sobrevivir así. Poco a poco perdía las esperanzas de encontrar una civilización viviente, me decía a mí misma, que el resto de mi vida tendría que vivirla con mi ahora gatita.

            Cada vez que dormía sufría la misma pesadilla. Mi pecho estaba lleno de presión y de nostalgia, por aquella vida que alguna vez viví. Sin embargo esa vida se veía cada vez más lejana, más irreal. En todos esos días de viaje perdí la noción de mi misma, de quién era, de si todo aquello era real o una simple fantasía, o un sueño perdido en lo obscuro de mi mente. Me daba miedo dormir, por sufrir las mismas palabras de auxilio que gritaban y hacían eco en mi cabeza. Pero aun así era la única manera de no olvidar la voz de mis padres, de mis amigos. ¿Qué sería de mí en unos meses así?

            El suicidio había pasado por mi mente varias veces antes de dormir. Siempre era en la noche cuando los pensamientos de dolor llegaban a mí. Tres semanas sufridas por un dolor inexplicable en el pecho. Varias veces había tenido un cuchillo sobre mis venas, pero aquellas voces que gritaban en mis pesadillas parecían gritarme cada vez que sentía el frío metal sobre mi piel. No podía abandonarlas. Sentía que seguían por ahí, en algún lugar. Sólo tenía que encontrarlas.

            Después de un largo viaje me topé con la entrada a la capital. Fue su estado, la vista de pesadilla que presencié, que me hizo pensar una cosa que no había pensado hasta ese momento: Este mundo, esta destrucción, es mi nueva vida.

Punto de PartidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora