Capítulo 3-El intruso

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Capítulo 3-El intruso

            Me levanté entre gritos. Mi pesadilla fue la primera en años. Estaba en el centro de ningún lugar. Todo estaba negro, obscuro. No había ninguna luz pero de todas maneras podía verme claramente: mis manos, mis pies. Caminaba por el lugar, sin detenerme. Pero no había nada, estaba totalmente vacío. Quería detenerme, pero no podía. Mi cuerpo no respondía, no podía mover ni mis manos, ni mis pies, ni siquiera mi cabeza.

            Mientras iba caminando sin descanso un acantilado se notó a la distancia. Aunque todo estaba obscuro se notaba perfectamente que había un salto a la muerte a unos metros de mí. Forcejeaba por detenerme y no caer, todo era tan real. Mientras más me acercaba más pánico tenía. Comencé a gritar de desesperación, gritar por ayuda, pero nada pasaba. Me acercaba más y más.

            Tres metros…dos metros…un metro...y después, caí. Muchos se despiertan  cuando sienten que están cayendo. Pero yo no. No me desperté. Sentí el sentimiento de caída, de vacío, de pánico. Quería gritar, desahogarme de alguna manera, pero aun no tenía control de mi cuerpo. De pronto creí haber sentido esa sensación antes. La misma sensación de cuando trataba de recordar lo que había sucedido.

            En ese momento fue cuando desperté gritando. Seguro estaba gritando en vida y no en el sueño. Acuné mi cabeza entre mis manos y regulé mi respiración. Estaba empapada en sudor y mis ojos estaban acuosos. Los tallé agresivamente y agité mi cabeza. Tomé más agua de la primera botella y me la terminé toda. Mi estómago rugió al mismo tiempo.

            Después de una hora había comido, ido al baño en la estación, recargado la gasolina del carro y reabastecido la comida de cosas de la tienda. En un cuarto de limpieza había una garrafa grande de plástico. La limpié y me sirvió para llenarla de gasolina por si se me terminaba en el camino. La metí a la cajuela. En la caja registradora había mapas turísticos del país. Tomé uno y me dirigí al auto para irme de ahí.

            Respiré profundamente y me encaminé al próximo poblado.

            Cuando salí de aquella estación eran las diez de la mañana. A las cinco ya había llegado a la siguiente ciudad, Halewood. Una ciudad grande en Merseyside, un poco más devastada que Liverpool. Estaba comenzando a acostumbrarme a ver la destrucción en cada lugar que iba.

            En las ciudades veía cosas rotas por todos lados, lugares chamuscados (presencia de explosiones), calles rotas y destruidas-pero en el poblado el cual no tengo su nombre la destrucción había sido mayor: las construcciones sí habían sido destruidas, a diferencia de las ciudades que sólo sufrían destrucción menor. En la carretera, sin embargo, había algo que no podía entender. Había automóviles abandonados por todos lados, como si los conductores simplemente hubieran huido de aquel lugar.

            Halewood no sufría tanto como otros lugares, pero eso no significaba que me sintiera bienvenida. Decidí entrar a alguna casa abandonada para pensar y descansar del largo viaje.

            La casa que había elegido sorpresivamente se parecía mucho a la de mis padres. Los extrañaba tanto. Era crema y blanca por fuera, y tenía lo que debió de haber sido un lindo jardín delantero. Un camaro viejo estaba estacionado enfrente. A la blanca cerca le hacía falta unos cuantos pedazos de madera pero de todas maneras de veía adorable. La puerta estaba entreabierta así que no hubo problema de entrar. Tenía esta vaga esperanza de encontrar a alguien allí adentro, escondiéndose, pero estaba vacía como el resto de la ciudad.

            Al entrar lo primero que veías era el comedor y la sala. A la izquierda estaban las escaleras que dirigían al segundo piso y aun lado de éstas estaba la entrada a la cocina. Al fondo del comedor había una puerta que daba para el patio. A la derecha había dos puertas, una daba para el baño y otra para un estudio. En el segundo piso había cuatro habitaciones y dos baños. Una típica familia urbana. Los padres, un adolescente, una niña y un bebé. El corazón me dio un vuelco al saber que allí había vivido un bebé. ¿Acaso estarán bien?

            En la cocina todavía había comida, así que tomé lo necesario para hacer unas papas fritas. Amo las papas, me ayudan a relajarme. Había unas botellas de vino, así que tomé una y me serví en una copa. Esa tarde comí muy bien.

            Después de una siesta del viaje decidí salir a viajar al día siguiente.

            En la noche tuve el mismo sueño, pero hubo una variación. Mientras estaba cayendo por el vacío de mi mente escuchaba las voces de mis padres gritando por ayuda, mis amigos agonizando de dolor y yo seguía sin poder ver nada ni podía controlar mi cuerpo. Era inútil. Los gritos llenaban mi cabeza y comencé a llorar de la impotencia. Me levanté en la madrugada, entre gritos, sudor y lágrimas.

            Bajé a la cocina a servirme un vaso de agua, cuando un sonido estridente en la sala llenó la casa. Alguien había entrado.

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