Capítulo 16

1K 104 9
                                    

—¿Quieres tomar algo?—preguntó Julio mientras yo me sentaba en su sofá.

Sus padres se habían ido ese día, así que teníamos tiempo de sobra para hablar y estar juntos, algo que los dos necesitábamos, ya que sería la última vez. No lo vería más y pensar en eso me provocaba punzadas de dolor casi físico.

—No—negué con la cabeza.

Se encogió de hombros y se sentó a mi lado. El silencio era insoportable. ¿Qué narices nos pasaba? ¿Estaría él nervioso? Yo desde luego lo estaba, por todo lo que venía después. Sabía que después de aquello ya no habría nada más y  era duro darse cuenta de eso.

—No es necesario que hablemos, ¿verdad?

Observé la chispa de esperanza de sus ojos marrones y negué con la cabeza. Entonces se acercó más a mí y acunó mi rostro con sus manos para empezar a besarme los labios.

Estuvimos un buen rato besándonos en el sofá hasta que los dos acabamos enredados en un amasijo de piernas y brazos, jadeantes y con los corazones desbocados. me levanté de encima de él y lo cogí de las manos para guiarlo hasta su habitación. Le di un pequeño empujón para que cayera sobre la cama y entonces, bajo su atenta mirada, le dediqué un streeptease privado. Primero bajé los tirantes finos de mi camiseta y me la quité. Después desabroché mis pantalones cortos y lo último en desaparecer fue mi ropa interior. Mientras tanto Julio se quitó su camiseta y desabrochó sus vaqueros.

Puso sus manos en mi cadera y me acercó a él. Sabía lo que iba a hacer y yo no iba a negarme. Empezó con besos suaves entre mis pechos mientras me acariciaba la piel de la cadera. Fue bajando con sus labios poco a poco dejando un rastro húmedo hasta que llegó a mi ombligo y se entretuvo con él, creando un calor cada vez más intenso en mi cuerpo. Que estaba excitada es decir poco. Lo que Julio me provocaba iba mucho a más allá de lo físico y me había dado cuenta, sobre todo, ese día.

Me acarició las nalgas y entonces su lengua llegó a mi entrepierna. Comenzó con caricias suaves, besos flojos hasta que su lengua se aplicó por completo a la tarea de darme placer mientras que sus dedos se introducían en mi interior. Dejé que continuara hasta que empecé a temblar y tiré de su pelo negro, gimiendo de placer.

—Julio, por favor...

—¿Qué, cariño? Dime qué quieres y te lo doy.

Volví a tirar de su pelo, esta vez para que se separara de mi vientre y me mirara a los ojos. No estaba segura de poder decírselo con palabras pero quería que lo leyera en mis ojos.

—Quiero...—"Quiero que me quieras, que te quedes"—. Quiero sentirte.

Se puso en pie lentamente y acabó de desnudarse. Entonces me abrazó, quedando los dos piel con piel, su erección contra la parte baja de mi vientre mientras el deseo crecía de nuevo en mí.

Más besos, más caricias que se volvían duras a ratos, cuando los dos nos encontrábamos totalmente desesperados por sentir al otro, pero entonces volvíamos a relajarnos para tomarnos las cosas con calma. Yo creo que nunca me había sentido así con nadie.

Nos tumbamos en la cama, bebiendo el uno del otro, y se colocó encima de mí. Entonces empezó a hacerme el amor como nunca me lo había hecho. Lento pero a la vez de una manera descarnada. Era como si los dos nos quisiéramos fundir con el otro.

—Lilian...

—Sí. ¡Oh, Dios!—exclamé cuando su pulgar acompañó el movimiento con unas cuantas caricias en mi clítoris.

—Lilian.

—¡Dios! Julio, yo...

—¿Qué?

Se movía y me miraba a los ojos y yo creía que me iba a morir por una sobredosis de amor, de emociones acumuladas: tristeza, dicha, placer...

No dije nada. Pronto él se olvidó de que yo había estado a punto de decir algo y nuestros jadeos y gemidos fueron lo único que llenaron el silencio hasta que los dos explotamos en un mar de satisfacción. Yo temblaba y me apretaba contra él todo lo que podía, queriendo sentirlo siempre. Y él acabó derrumbándose encima de mí unos segundos hasta que se recompuso y nos abrazamos, desnudos.

—He aprendido algunas mentiras sobre el amor, ¿sabes?—dije al cabo de unos minutos.

—¿Como cuales?

—Como que el amor no es para siempre, que por buscarlo no aparece más tarde o que lo inesperado siempre es mejor.

Julio rió por lo bajo, aunque no me pareció una risa del todo feliz.

—Yo he aprendido que hay sorpresas muy buenas en esta vida, Liliana. Y tú has sido una de ellas.

Me quedé callada un momento, absorbiendo sus palabras.

—Sé que no eres un imbécil. No entiendo por qué tienes que dar esa imagen al resto, porque cuando estamos así—Le acaricié el pelo—me doy cuenta de cómo eres realmente. ¿Sabías que el arte también puede ser una persona?

Nuestras miradas se engarzaron y me dedicó una sonrisa tan pequeña pero tan sincera a la vez que triste que no pude evitar que una lágrima rodara por mi cara.

Yo, Liliana, me había enamorado hasta las trancas de un chico que no estaba destinado a ser mío. La vida a veces podía ser una verdadera hija de puta. 

Las mentiras del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora