Capítulo 18

1K 101 12
                                    

Cinco años más tarde.

Acababa de llegar a casa después del trabajo. No, de momento no era mi trabajo soñado, pero estaba en ello. Quería trabajar en algún museo, analizando las piezas de arte que llegaban nuevas, o haciendo de guía para grupos de visitantes que estuviesen entusiasmados por conocer más acerca de la historia. Pero no, me tenía que conformar con un trabajo no muy bien pagado en una cafetería del centro de Valencia en la que solía haber bastante bullicio. Mientras tanto preparaba las oposiciones, que no era moco de pavo, sobre todo teniendo en cuenta que estaba harta de estudiar. Primero la carrera, luego la especialización (en arte medieval hispano, en mi caso) y luego las malditas oposiciones. Estaba deseando ponerme a trabajar ya.

Y sí, era mi piso propio; mío y de mi novio. Porque sí, también tenía novio y era una persona maravillosa, cinco años mayor que yo y que se ganaba la vida como profesor de primaria en un pueblo cercano a la ciudad. Así que sí, entre los dos nos hacíamos cargo del piso, muy modesto, pero suficiente para los dos.

Para quien se lo esté preguntando se llama Marcos y lo conocí en una librería después de que a mí se me cayeran unos cuantos libros de la estantería. Me ayudó, nos reímos, empezamos a hablar al ver los libros que ambos pensábamos comprar y ahí surgió el amor poco a poco. De eso hacía ya tres años y era la única relación seria que tenía después de que Julio se fuera. Me alegré mucho al darme cuenta de que sí era capaz de amar a alguien más, de seguir con mi vida y ser feliz.

Me di una ducha caliente para relajarme después de la dura jornada de trabajo y me apalanqué en el sofá, con el móvil en una mano y un sándwich en la otra. Empecé a navegar por mi Facebook para enterarme de las noticias y los detalles ajenos de mis "amigos", esos detalles que no me importan una mierda, ya sabéis.

—Joder—mascullé—. ¿No van a parar de darle bombo a esa nueva novela?

Siempre que me conectaba a las redes o miraba las últimas novedades editoriales me salía ese maldito libro del que todo el mundo hablaba porque, decían, era una mezcla perfecta de intriga, acción y romance (con sexo incluido, recalcaban mis allegados, que lo habían leído).

Oculta, se llamaba el libro, de J. Martínez García, un autor acabado de salir del horno, una gran apuesta nacional. Y no digo que el libro fuese malo, pero hablaban tanto de él que no sabía si leerlo por curiosidad o no hacerlo, porque empezaba a cogerle manía.

Cansada ya del móvil lo aparté y acabé de comerme mi sándwich mientras veía cualquier cosa en la tele, porque nunca hacían nada suficientemente interesante, la verdad.


—Te has echado una buena siesta, ¿verdad?—dijo Marcos, sentado en el sillón al lado del sofá.

Me desperecé, todavía adormilada, y vi su cara divertida con su cabello marrón y sus ojos oscuros, su nariz no muy grande y sus labios rodeados de una escasa barba oscura. No era nada del otro mundo, apenas unos centímetros más alto que yo, en forma pero sin pasarse y con unos rasgos bastante comunes. Pero lo que me enamoraba de él era lo atento que era conmigo, lo bien que se le veía con los niños, lo que disfrutaba leyendo y hablándome de cosas de las que no tenía ni idea. Él me aportaba un poco a mí y yo otro tanto a él.

—Estaba agotada, Dios. ¿Qué tal el día hoy?—me interesé, para nada de manera forzosa. Me encantaba que me contase anécdotas de sus alumnos.

—Movidito. No han dejado de meterse con Sara y he tenido que intervenir seriamente al final. Miguel, el cabecilla de los matones, se ha quedado sin recreo y a punto he estado de llamar a su madre. Este niño me matará de un disgusto algún día.

—El problema está en que en casa hace lo que quiere, por lo que se ve, y se piensa que en el colegio va a ser igual—comenté levantándome del sofá para ponerme sobre su regazo y acurrucarme contra él. Me encantaba su olor.

—Pues conmigo se ha equivocado. No voy a dejar que sigan metiéndose con nadie. Al colegio se va a aprender, no ha meterse con los demás.

—Marcos, el profesor justiciero—reí ante mi broma y él me apretó contra sí juguetonamente.

—Las siestas te sientan bien, señorita. Estás preciosa.

Lo miré a los ojos y me eché a reír. ¿Cómo podía decir eso cuando debía tener una ojeras que me llegaban hasta los pies y vestía un pijama ya gastado que había comprado en un mercadillo? Se podían apreciar las pelotillas del desgaste en él, incluso. Tendría que plantearme el tirarlo.

—Claro que sí. ¿Quieres cenar algo?

Asintió con la cabeza y entonces fui a la cocina para preparar algo. Pechuga a la plancha y revuelto de verduras serviría. No me hacía falta decirle que pusiera la mesa, porque siempre que estaba a punto de terminar la cena él acudía a la cocina para coger los vasos, los platos y todo lo necesario. Creo que este hombre me había caído del cielo.

—¿Te he dicho ya que te adoro?—le di un beso en la mejilla antes de sentarme en la mesa frente a él.

—Todas las noches, aunque suele ser después de que te lo haga con pasión en la cama.

—Serás tonto—reí mientras arrugaba una servilleta y se la tiraba a la cara. Él la cogió, la alisó como pudo y la colocó, doblada, al lado de su plato.

Cenamos, recogimos, nos acurrucamos en el sofá viendo una peli y él cayó rendido enseguida. Como yo había echado la siesta no tenía sueño, así que me levanté, tapé bien con la manta a Marcos y fui a una pequeña habitación que habíamos acondicionado de manera que pareciese un despacho. Simplemente tenía una estantería de pie con nuestros libros y un escritorio grande en el que yo estudiaba y a veces él corregía los exámenes que se traía a casa. Si trabajábamos a la vez uno de los dos se iba a la mesa del comedor con sus cosas.

Encendí el portátil y me puse a navegar un rato y a escuchar algo de música con los auriculares. Dentro de una hora o así despertaría a Marcos para llevarlo a la cama; no quería que tuviese tortícolis al día siguiente.

Miré películas nuevas, los próximos estrenos de series y también libros hasta que me vi observando la ficha del libro más vendido en España. No me gustaba cuando hacían tanta publicidad con un libro; muchas veces resultaba ser una mierda después. El caso es que estaba tan cansada de escuchar hablar de él y no saber por qué tenía tanto éxito que me decidí a comprar la versión digital. Si iba a criticarlo al menos lo haría con fundamento.

Lo cargué directamente en mi libro electrónico, regalo de mi novio hacía ya una Navidad, y fui al salón comedor otra vez para acurrucarme en el sillón y sumergirme en la lectura.

Cuál fue mi sorpresa que apenas pude despegarme esa noche de las páginas y fue Marcos quien me obligó a ir a la cama cuando, media hora más tarde, él se despertó. Un libro escrito de manera excepcional, con ritmo ameno cargado de tensiones en la trama, verdades y mentiras por todas partes, amor y trapos sucios. Me gustó tanto que en los tres días siguientes ya lo había acabado y me quedé con una sensación extraña en el pecho, como si ese libro fuese algo que yo había estado buscando durante años sin saberlo y que, de nuevo, se había alejado de mí. Encontré ciertos puntos de la historia que me hicieron estremecer y me recordaron a algo, pero no sabía a qué.




Las mentiras del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora