Y entonces, lo vio entrar con unos movimientos pavoneados y retorcidos para su escuálida postura. Una blanca sonrisa se abría amplia como la entrada a una tormenta cada que clavaba sus ojos grises de fiera en su hermano.
Un escalofrío le recorrió la espalda entera hasta la nuca mientras apuraba y sorbía de golpe el vino al notar esos discretos y sutiles toques de codos y miradas coquetas entre aquel hombre de pinta extranjera y su hermano.
Comenzó a toser y a atragantarse con la bebida al ver como Azusa se sonrojaba ligeramente ante el otro.
Ema le dio unas suaves palmaditas en la espalda, intentando ayudarle a calmar la tos, y, al tocarlo, pudo sentir como temblaba de rabia.
-¿Quién es? – Preguntó Ema, dirigiendo la mirada a donde Tsubaki.
-Es justamente lo que me gustaría saber. – Tsubaki se limpió con la manga las comisuras de los labios.
Enderezó la espalda, dejó la copa en la primer mesa que vio, y, a grandes zancadas, se acercó a Azusa y al extraño.
-Me encantaría enseñarte un poco de lo que hago. – Le comentaba el extraño a su hermano con una pose de orgullo y una ligera sonrisa.
“¿Qué?”
-¿De verdad? No quiero molestar… - Azusa mostró una chispa de entusiasmo en sus brillantes y delicados ojos.
-Sería un honor. Solo no te hagas altas expectativas, no soy tan bueno.
“¿De qué demonios están hablando?” Una imagen repugnante e inquietante se mostró en su mente irremediablemente celosa.
-Disculpen. – Tsubaki carraspeó, interrumpiendo su tan… curiosa conversación. - ¿De qué hablan, caballeros? – Recargó un brazo en el hombro de su hermano, sonriendo y fulminando al extraño con la mirada.
-De arte. – Contestó Azusa, sacudiéndose con cuidado el brazo de Tsubaki. – Marcus parece ser un hombre interesado en la pintura, y se estaba ofreciendo a enseñarme algo de su colección personal ¡Obras hechas por él mismo!
-Si sigues hablando con semejante tono en la voz, terminaras por contagiarme ese habito tuyo de sonrojarte. – Marcus se echó el cabello para atrás. - ¡Ya lo ves! Te sonrojas por el hecho de que te sonrojas. – Marcus rió, y dejó ver unas seductoras arrugas que se formaban alrededor de sus ojos, ese tipo de arrugas que se forman en las personas carismáticas (e inevitablemente atractivas) cuando sonríen.
-No molestes.
-Suena interesante, señor ¿Marcus? – Tsubaki echó los hombros para atrás, en señal de que la ansiedad ya lo estaba carcomiendo por dentro. Conocía muy bien lo que estaba haciendo el sujeto que tenía en frente. Esos gestos, esas sonrisas, palabras y miradas. No eran sino absurdos galanteos con nada más y nada menos que su hermano.
Lo que faltaba.
-Así es. Mis disculpas por no haberme presentado antes. – Marcus le tendió la mano, dejando ver unas muñecas delgadas y delicadas que conectaban con unas manos de dedos largos pero fuertes, como de, bueno, artista.
Y, sin razón alguna, la perfección de Marcus, lo enfadaba. Le hacía rabiar.
No, si había razón, después de todo.
-Yo soy Tsubaki. – Los modales dictaban que se contestara “Un placer”, “Es un gusto tenerlo aquí con nosotros”, o algo por el estilo; pero Tsubaki se limitó a dar una sonrisa amenazadora y a apretar con fuerza la mano de Marcus.