CAPITULO XII: PERSPECTIVAS

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Irene recibió un correo en la mañana que le informaba que no habría represalias por la intromisión en el sistema, y que el guardia de seguridad se encontraba con vida. En pijama, se preparó una taza de café y se sentó en la puerta de su pequeña cabaña. Se dedicó a observar a su alrededor. El día anterior casi no había podido observar los detalles, por lo que decidió intentar obtener la mayor cantidad de información posible sobre el lugar en el que se encontraba. Notó que habían varias cabañas como la suya, también habían instalaciones un poco más grandes, que parecían ser bodegas. Soldados de la ONU y del ejército británico se paseaba constantemente por el lugar. Había rejas en todo el perímetro y algunos hombres armados lo custodiaban. Cuando acabó su café, decidió vestirse y salir a dar una vuelta. Pronto dio cuenta de que era observada con curiosidad. Había sido cuidadosa en elegir ropa que no llamase la atención, no llevaba maquillaje y su cabello estaba recogido en una coleta simple.

Al poco andar, notó que un grupo de hombres llevaba lo que parecía ser mantas y ropa, situación que le llamó poderosamente la atención. Recordó los rostros atemorizados de los inmigrantes que estaban del otro lado de la reja la noche anterior.

Intentando pasar desapercibida, los siguió a una distancia prudente, entonces confirmó sus sospechas: estaba en un campo para refugiados, quizás administrado por el gobierno británico. Era obvio que la mirasen, aun con sus ropas más sencillas; no había nadie como ella por ahí. Vio a las familias aterradas, congeladas, tristes, junto a una pequeña fogata que comenzaba a dar sus primeras huellas de calor: ahí estaban las verdaderas víctimas de todo esto. Niños, mujeres, ancianos, hombres que sin ninguna ambición debían dejar atrás todo lo que poseían. Miraba al grupo, sin un objetivo fijo cuando notó que una pequeña la observaba amistosamente. La cara sucia y el cabello enmarañado de la pequeña le causaron una ternura incontenible, por lo que sin premeditación, se acercó a ella y la saludó. La niña parecía no entenderle, sin embargo, le devolvió una amplia sonrisa. Recordó que llevaba una barra de cereal en su bolsillo y se la ofreció. La sonrisa y la expresión, que aparentemente era "gracias" conmovieron a Irene como nunca antes.

Comenzó a alejarse del grupo, cuando una mujer, probablemente la madre de la niña, le hizo un gesto para que se acercase al fuego. Ella accedió y un hombre de avanzada a edad comenzó a tocar el Saz. Adler escuchó con respeto para luego retirarse a su cabaña.

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Ordenó las cosas que había llevado y se sentó en una pequeña silla de madera que había junto a un escritorio. Apoyó sus manos en la frente y comenzó a recordar su reunión con Moriarty. De alguna manera, presentía que Sherlock estaba en peligro. Quiso leer las últimas actualizaciones del blog de John, pero la conexión a internet desde allí era pésima, por lo que decidió tomar otra opción y fue a buscar un libro de arte que llevaba siempre con ella. Era una especie de guía básica que ya había repasado varias veces, pero siempre encontraba paz entre sus líneas.

A la hora del almuerzo uno de los soldados pasó a dejar una bandeja de comida, sin embargo, con el estómago apretado, Irene sólo tomó la manzana que parecía ser el postre y llevó la comida al lugar donde estaban reunidos los refugiados más temprano. Acertó. Había varias personas que se habían quedado sin porción. Admiró el sistema de repartición, ya que muchos de los que tenían la suerte de haber recibido alimento, compartían su ración con quienes no. Decidió entregar su comida a una mujer que parecía madre de una familia bastante numerosa. Se sonrieron amistosamente y Adler volvió a su cabaña. Siguió leyendo su guía sentada a las afueras del recinto, comiendo su manzana.

Al caer la tarde, ya había leído la guía completa y estaba sola otra vez con sus pensamientos, aunque no por mucho tiempo, ya que vio a dos hombres de traje costoso acercarse. Sacó su mejor humor para recibirlos. Empleados de Mycroft. Le indicaron que ya estaba todo dispuesto para marchar a Estambul.

Antes de irse, Irene pidió un momento y volvió con los refugiados, buscando a la pequeña de la barra de cereal. Cuando la encontró, le regaló un chocolate que tenía guardado entre sus pertenencias. La pequeña se lanzó a sus brazos y Adler la acogió en el abrazo más sincero que había dado hasta entonces. Le dio un beso en la frente y le sonrió amistosamente. Entonces partió.

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Su residencia en Estambul era el punto intermedio entre los lujos que había tenido en Marrakech y el ambiente de pobreza y desolación que había visto en la frontera. Un apartamento sencillo, con dos habitaciones, una sala bastante pequeña y una chimenea. La vista, en compensación, era bastante hermosa; ya que desde ahí, podía apreciar uno de los sectores más cosmopolita de la ciudad. Se acercó a la ventana y una suave lluvia comenzó a caer. Se quedó unos segundos contemplando el agua caer, cuando uno de los hombres que la había escoltado hasta ahí interrumpió sus cavilaciones.

-Señorita Adler, discúlpenos, pero me informan que hay un problema con su pasaporte. Tenemos que ir a la embajada ahora.

Adler buscó su abrigo y acompañó al hombre que la escoltó hasta un auto, que según le informaron, sería el que utilizaría mientras residiese en Estambul.

Contempló algunos sitios de interés en el camino, pero no hizo ninguna pregunta sobre ellos. El viaje se le hizo bastante corto cuando le anunciaron que ya estaban en su destino. Hizo sus trámites. La encargada le informó que "por ordenes del señor Holmes" ya no mantendría la identidad entregada en Marruecos, por lo que volvería a ser legalmente Irene Adler.

-No se preocupe, señorita - le dijo la mujer con una sonrisa amistosa - podemos garantizar su seguridad sin problemas. Después de todo, ya pasó bastante tiempo muerta, ¿no cree?

Irene devolvió la sonrisa y asintió.

Luego de todos los trámites, ya casi oscurecía cuando volvía -esta vez sola- al apartamento. Sintió hambre y preguntó al chofer por un lugar para conseguir comida.

-Creo que debería tomarse algo de tiempo antes de acostumbrarse a la comida turca, sin embargo, si me desvío algunas calles, podría llevarla a Cevahir Istambul, lo más probable es que allí encuentre algo más occidental. - respondió el hombre.

-Usted conoce la ciudad. Muero por pescado y papas. - respondió Adler, alentada por el tono del chofer.

-Dudo que encontremos, pero sé que hay una pizzería de primera.

Efectivamente, la búsqueda de la primera opción fue en vano, sin embargo, la pizza le pareció una opción aceptable. Cuando retiró su orden se detuvo en seco en una pantalla de televisión que estaba en el patio de comida.

La imagen mostraba a Jim Moriarty detenido. Había entrado a la torre de Londres y al mismo tiempo, abierto la prisión de Pentonville y la bóveda del Banco de Inglaterra. Tomó la caja de su pizza y corrió al auto. Llamó a Mycroft

I: Sé lo que pueda estar pensando, pero no. Yo no sabía de esto.

M: Lo sabemos, Irene. Él no la necesitaría a usted para esto.

I: ¿Qué le van a hacer?

M: Enjuiciarlo. Es lo más lógico y correcto.

I: Usted sabe que eso no funcionará.

M: No está a mi alcance.

Irene colgó, subió a su apartamento y comenzó a buscar todo lo que aparecía en la prensa británica.

Hasta que vio el video del cristal quebrándose, y la frase sobre él. Cerró los ojos y movió la cabeza con desesperanza. Entendió el plan de Moriarty, y predijo su final.

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Gracias por seguir aquí :') continuamos el próximo viernes.

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