1-Pensamientos

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Estaba en el bosque, como de costumbre. Sentía como la brisa de aquella mañana me acariciaba las mejillas, me revolvía el pelo, y me hacía sentir bien. Aquel silencio dejaba que mis pensamientos fluyeran en paz, mientras el alegre piar de los pájaros los acompañaba melodiosamente. Entonces sonreí. Pero enseguida las comisuras de mis labios volvieron a caer hacia abajo, no quería que nadie me viera, porque pensarían que soy feliz. Vivo en un mundo tan simple y oscuro que sonreír significa la felicidad, pero no para mí. Para mí sonreír es demostrar que a pesar de todos los problemas y las consecuencias que estos conllevan, tú te aferras a la realidad aguantando el día a día, demuestras que eres fuerte. Pero sentirse fuerte no es suficiente.

No pude evitar llorar, sentía que este mundo no estaba hecho para mí, o que yo no estaba hecha para vivir en él. Ya tenía dieciséis años, y estaba sola, no tenía a nadie con quien compartir mi tiempo, mi comprensión y tampoco mi amor.

-<<Estúpido lugar>>-.pensé.

A mi siempre me había parecido extraño, pero para la gente de ese lugar era normal enamorarse a los catorce años, corresponder a una persona y casarse a los quince. Por eso mismo la gente de mi pueblo me miraba mal. Por suerte no me conocía la gente de todo el país, pero la voz se estaba empezando a correr y yo no podía quedarme de brazos cruzados ya que mi situación podría deshonrar a mi familia, y eso no ayudaría en la búsqueda de alguien para mí. Todo el mundo esparcía rumores sobre mí, y eso todavía creaba más mala fama entre el gentío. Llorar era la única forma de sentirme un poco mejor, así que siempre que estaba en el bosque mis lágrimas se asomaban, y se precipitaban al vacío, después de haber recorrido mis rosadas mejillas. Pasé toda la mañana en aquel apacible bosque, sin contar el tiempo que según mi madre, “malgastas en ese feo y sucio campo”. Encima se atrevía a llamarlo campo... mi madre me decepcionaba tantas veces, que hacía años que había dejado de tenerla como modelo a seguir.

Al regresar a casa, sentí como si alguien me diera una patada muy fuerte en el estómago. Estaba todo en silencio, el ambiente era frívolo, y toda mi familia hacía sus tareas en el más absoluto silencio. Todo seguía en orden, como yo recordaba, tan solo hacía unas horas que me había ido, nada había cambiado de sitio. Y entonces vi el cambio, pequeño, pero inquietante.

Amor ajenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora