Amor ajeno

4-"Hasta siempre"

-Y así estarás en casa dentro de un abrir y cerrar de ojos. ¿Lo harás?- dijo mi padre, acabando de contarme su plan.

-Por supuesto, papá, haré todo lo que esté en mi mano para poder regresar pronto- y es que, era un plan sencillo y evidente, pero eficaz. Enamorar a un chico, simular que estoy enamorada de él y salir por patas de ese centro. ¡Me entusiasmaba la idea de salir de allí tan rápido!- ahora me voy a la cama, que va a ser una noche muy complicada, no sé si voy a poder pegar ojo...

-De acuerdo cariño, descansa, y sobretodo, no te preocupes, funcionará-me abrazó suavemente, y como si tratara de mostrar compasión, me acompañó a mi habitación e incluso me arropó, cosa que no hacía desde que yo tenía 8 años. He de reconocer que gracias a mi padre, toda esa noche fue mucho más llevadera de lo que me hubiera podido imaginar.

Pero ni mi padre fue capaz de suprimir del todo mi angustia. Me levanté de golpe, con la frente sudada y lágrimas en los ojos. Cuando fui al baño, me vi reflejada en el espejo. Había una chica, con los pómulos rojos y los ojos tristes, y a pesar de todo, era hermosa, era mi abuela con dieciséis años. Me parecía tanto a ella... yo misma era el recuerdo más intenso que me quedaba de ella. Entonces, mis pensamientos volvieron en sí y pude percatarme de la hora que era. Diez minutos para las nueve. Empecé a quitarme el pijama y a ponerme la ropa, desayuné y me lavé los dientes, y la aguja que marcaba los minutos del reloj ya casi había alcanzado el seis, eran las nueve y veintiséis minutos, y se suponía que tenía que despedirme de mi familia en 4 minutos...

Fui disparada hasta llegar a la cocina, pero no había absolutamente nadie. Entonces, oí como un coche se paraba delante de casa y miré por la ventana de la cocina, que daba con la calle. Mi padre estaba cargando mis maletas en ese coche, que llevaba claramente marcado en las puertas el signo de Solrox. Me armé de valor, cogí la chaqueta y salí al patio. Me puse al lado de mi hermana y mi madre, que estaban de pie mirando ese coche venido del mismísimo infierno.

-Cariño, ya es la hora- dijo mi padre acercándose.

-Ya es la hora...- repetí, suspirando. Una lágrima se salió de sitio, y en vez de quedarse dentro, quiso bajar por mi mejilla, y lo logró, no me dejó aguantar.

-No llores Mei- y mi padre me abrazó-. No es un hasta siempre, es un hasta luego- su tono de voz era esperanzado.

Me despedí de toda mi familia, empezando por mi madre:

-Mamá, sé que desdé que murió la abuela tu y yo nos hemos distanciado mucho, pero quiero que sepas que te quiero, muchísimo- me retuve las ganas de llorar, y mi madre y yo nos dimos un fuerte abrazo, y yo le di un beso en la mejilla, el típico beso que le da una hija a su madre después de haberse perdonado de alguna fuerte discusión.

Emily estaba llorando, y todavía me fue más difícil no echarme a llorar.

-Eres extraordinaria, sin duda, una hermana digna de admirar, y sabes que siempre me tendrás contigo- le agarré suavemente la mano, y se la puse encima de mi pecho, donde hay el corazón-. Cierra la mano, Emily- la cerró y proseguí después de una pequeña pausa-. Ahora tienes una parte de mi, no abras la mano hasta que puedas guardarme en una caja que te he dejado encima de tu cama, es una caja mágica, me guardará para siempre hasta que vuelva - terminé guiñándole el ojo y besándole la frente cariñosamente-. Te quiero pequeñaja.

-Papá...a ti no hace falta decirte nada, lo sabes prácticamente todo acerca de mi, así que ya sabes que voy a decirte y lo que siento en este momento, te echaré mucho de menos-. Mi padre y yo nos abrazamos y no quería por nada del mundo separarme de él. Cuando nos separamos, tenía la camisa mojada, culpa mía.

Entré en el coche que tiempo más tarde me traería de vuelta a casa, la cuestión era cuanto tiempo sería. El coche se puso en marcha y no miré atrás, ni siquiera cuando ya estaba suficientemente lejos como para que mi familia no pudiera ver que mis ojos lloraban desde hacía ya un buen rato.