Hadas y victorianos

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Era un día más en la embajada de Suecia. El microcentro argentino como siempre, lleno de gente que camina sin cuidado y calles rotas. Como cada lunes, el sentimiento de derrota se hacía notar. Los pasos de plomo de las personas, desconsiderados con el otro que quizá llevaba más o menos aplomo, las cosas había que enfrentarlas, el pan había que ganárselo y los suspiros de "Otro día rutinario" se hacían notar. 

Los manteros en la calle peatonal eran pintorescos pero ya entorpecían el paso. Muchos se quejaban, la policía paseaba como dueña de la calle, estorbando, casi tanto como un mantero. O quizá más, porque nada cambiaba y nada hacían por el bien de los ciudadanos.

Ya comenzaban las mañanas heladas en Buenos Aires. Eran los últimos días de abril y las hojas caían indiscriminadamente sobre la Avenida de Mayo. Richard tomaba con fuerza su bolso cruzado y se acomodaba las solapas de su saco al llegar a Perú y Avenida de Mayo. El paisaje era el mismo. A la izquierda la Plaza de Mayo seguía siendo deprimente, sucia y llena de palomas y promesas incumplidas. 

Esperaba al semáforo y una bella joven de tez blanca y pelo castaño se puso a su lado, lo miró con cierta sensualidad. Richie lejos de coquetear se acomodó el pelo un poco tímido. Un hombre alto, rubio y de buen porte a veces no pasaba desapercibido en la ciudad, y más de una vez una muchacha le dedicaba una mirada sensual. Un método de levante un poco más disimulado que los piropos que a veces le propician a las mujeres en las calles, esos que tanto molestan. Él nada podía hacer, sus preferencias eran otras. Su preferencia estaba lejos, y cada noche era más difícil de sobrellevar.

Llegó el momento de cruzar y la chica lo miraba con un poco de disimulo. Richie sonrió mirando al suelo y se perdió entre la multitud para ir hasta la calle Tacuarí, donde quedaba el edificio de la embajada de Suecia. Algunas embajadas en Argentina tenían edificios pintorescos, antiguos, con una gran arquitectura. La embajada sueca se perdía como cualquier otro edificio estéril y burocrático de la ciudad, como un Ministerio o alguna dependencia municipal, que la gente tanto odia para ir a hacer trámites y demás. Eso era lo único que lo deprimía de su trabajo, una vez allí adentro olvidaba la decoración estéril y se sentía en sus pagos, donde conoció al amor que tenía lejos y hacía meses que no veía. 

Aunque no lo iba a parecer, ese día iba a ser distinto. Iba a ser el primer día del resto del... desastre. Richie entró, saludó a sus coterráneos y aparecieron algunos pintores y algunos papeles en el pasillo. 

-¿Qué está pasando?- Richie intentaba sacarse una de las hojas de papel que tenía pegada en su suela. 

-¿No te acordabas? Están pintando y redecorando... Tenemos paisajista y decorador de interiores, ¡y es sueco! - La recepcionista era una muñequita de porcelana: la tez bien blanca, los ojos celestes, el pelo rubio y prolijamente peinado, una altura considerable y muy simpática. Pero no apta para las calles de Buenos Aires: hablaba muy poco español, por lo tanto si le decían algo, nunca lo iba a entender (por suerte). -Creo que está en tu oficina...- 

Richie puso una cara de desconcierto y fue a su oficina en el tercer piso. Ya estaba rezongando porque imaginaba tener pintores, escaleras y sus cosas fuera de lugar, olor a pintura y demases. Ya era uno más de los suspiros y resoplidos de la ciudad un lunes a la mañana. Llegó al tercer piso y parecía que el caos había quedado en la planta baja. En el tercer piso había sólo dos oficinas y una sala de reuniones. Sin embargo, las paredes parecían más alegres: ya no estaba más el empapelado amarillento: en su lugar las pocas paredes de concreto eran de un celeste pastel casi imperceptible. La iluminación era mayor, las nuevas tulipas le daban un toque sofisticado al pasillo del ascensor. Al parecer, el fin de semana habían hecho algunos cambios. Richie entró a su oficina y encontró a dos hombres: uno era su jefe y otro era un muchacho de cabello castaño y unos ojos verdes penetrantes. Tenía una barba tupida y llevaba una camisa leñadora. Era un estereotipo hipster, imposible de dejar de mirar. 

-¡Buen día Richie! No se si recordás, él es Hank. Llegó de Suecia para hacer unas clases en la Universidad de Buenos Aires. Es paisajista y decorador de interiores, decidí contratarlo para darle un nuevo toque autóctono a estas oficinas... - Richie esbozó una sonrisa un poco nerviosa: de la nada, todo. Dos personas en su oficina viendo sus paredes y sentados en sus sillones. -Bien, quizá no es buena idea haber entrado así pero me dijo Hank que le gustaría conversar con todos los funcionarios y consules con oficina para definir el gusto personal de cada uno y adaptarlo. Parecemos una oficina común y corriente, la gente que viene aquí tiene que sentirse como en Suecia. Este edificio está lejos de parecer eso... La embajada francesa tiene tanto estilo... - El jefe se agarraba la frente y posó sus dedos sobre las sienes -En fin, los dejo. Ah, y antes que me olvide, Hank, hablá con Verónika en recepción para que te pase las direcciones de los viveros. - 

-Hola... - Richie estaba algo tímido y un poco intimidado por los penetrantes ojos de Hank. Aunque su intención no era invasiva, esos ojos tan verdes como esmeraldas, como si fuera un verde inglés transmitían algo. No los podía dejar de ver, y a la vez necesitaba dejar de verlos. 

-Con que eres Richard. - Hank le estrechó la mano, era suave, como un cachorrito. - Veamos. ¿De qué parte de Suecia eres? 

-De Orebro, ¿tú? - 

-Yo soy de Estocolmo, ah. ¡Orebro! Como Marcus Ericsson... El piloto de F1, ya sabes...- 

Cuando Hank dijo "Marcus Ericsson" Richie se estremeció, sintió una descarga eléctrica en los dedos de los pies. Debe haberse puesto extraño cuando oyó el nombre de su amado que le preguntaron si estaba bien. Hizo como si nada y se puso a hablar de sus colores favoritos y algunos detalles de decoración que tenía en su casa. 

-Me gusta la decoración que aquí conocen como "Nórdica", pero la verdad es que no define a todos los nórdicos. Es práctica pero a la vez es algo estéril y monocromática. Me gusta la convivencia de lo minimalista y lo victoriano. Sí, lo se. Es difícil lograr que congenien ambas estéticas... Digo... Mi casa es un departamento de decoración antigua, se ve que por eso me gusta lo victoriano.- 

Hank lo miraba a Richie admirado: su buen gusto y sus conocimientos de decoración lo obnubilaron. Algo le decía que Buenos Aires le trajo algo más que trabajo en su embajada y unas clases en la FADU. 

-¿Te gusta las ilustraciones medievales mitológicas? Me encantan las historias como Tristán e Isolda y los miles de cuadros que inspiró. - Hank suspiró y se llevó una mano al pecho - Decía una italiana que el amor se encuentra en el sur... - Alzó una ceja, claramente hablaba de Rafaela Carrá y Richie rió al recordarla -¿Tú que dices? - 

Richie esquivó eso, no podía dejar de ver los ojos de Hank y al parecer, había interpretado otra cosa. O él interpretó otra cosa, porque Hank seguía hablando de pintura medieval y algunos pintores y no podía concentrarse. Finalmente atajó la última parte de la conversación. 

-Ehm... Sí. Dadd, ví alguna de sus obras. Sería genial una pintura de él en ese rincón. - Richie señaló a una pared cuyo empapelado comenzaba a descascararse. -¿Algo con hadas?- 

Hank rió. "Como digas, hadas. Hadas, hombres, amor... Ya te entendí". Le guiñó un ojo y le prometió volver a la tarde con algunas muestras. Richie quedó sólo en la oficina, pensando en lo que había pasado. Cuando parecía ser una mañana difícil encuentra a un hombre sensible que quiere cambiarle los esquemas de su oficina... y al parecer, de su vida. 

Se sentó en su escritorio y miró la foto con Marcus y Bárbara del verano. -Te extraño...- musitó mientras tocaba con la yema de su dedo la cara de su amado. -Y te necesito-

Scandal - Segunda parte de A Kind of...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora