Una hora de sexo quema 360 calorías

1K 13 0
                                    

—¿De qué habláis vosotros dos? —preguntó la madre de Blair, deslizándose hacia Nate y estrechando la mano de Cyrus.

—Sexo —responde Cyrus, dándole un húmedo en la oreja.

Iugh.

—¡Oh! —se quejó Eleanor Waldorf, peinando un poco su peinado. La madre de Blair vestía el estrecho vestido de cashmere con cuentas de grafito bordadas y que su hija le ayudó a cogerlo de Armani, y con pequeños parches de terciopelo. Un año antes, ella no habría cabido en ese vestido, pero había perdido casi 10 kilos desde que había conocido a Cyrus. Se veía estupenda. Todo el mundo pensaba lo mismo.

—Se la nota más delgada —oyó Blair que la señora Bass le dijo a la señora Coates—. Pero estoy segura de que se ha operado la barbilla.

—Estoy segura de que tienes razón. Ha dejado que le crezca el pelo, es una señal inequívoca. Esconde las cicatrices —susurró la señora Coates a su compañera.

La habitación zumbaba con los cotilleos sobre Eleanor y Cyrus Rose. Lo que Blair pudo escuchar, las amigas de su madre se sentían igual que ella, a pesar de que ellas no usaban las palabras molesto, gordo o perdedor.

—Huelo Old Spice —susurró la señora Coates a la señora Archibald—. ¿Crees que él lleva Old Spice?

Que sería el equivalente masculino de llevar el desodorante Impulse, que todos saben que es el equivalente femenino de desagradable.

—No estoy segura —respondió la señora Archibald—. Pero podría ser —ella tomó un rollito de cod-and-caper de la bandeja de Esther, reventó dentro de su boca y lo masticó con fuerza, negándose a decir nada más. Ella no podía soportar oírlos por Eleanor. Cotillear y tener una charla ociosa era entretenido, pero no a expensas de los sentimientos de una vieja amiga.

«¡Pamplinas!», eso es lo que hubiera dicho Blair si pudiera oír los pensamientos de la señora Archibald. «¡Hipócrita!». Toda aquella gente eran terriblemente marujas. Y si vas a hacerlo, ¿por qué no divertirse con ello?

Cruzando la sala, Cyrus agarró a Eleanor y la besó en los labios a la vista de todo el mundo. Blair se enogió ante la repulsiva imagen de su madre y Cyrus actuando como dos adolescentes encaprichados y se giró para mirar por las ventanas del ático a la Quinta Avenida y Central Park. La caída de las hojas estaba en su apogeo. Un ciclista solitario salió de la 72 a la entrada del parque, paró en una esquina junto a un carrito de perritos calientes y compró una botella de agua. Ella nunca se había dado cuenta del vendedor de perritos calientes, se preguntó si siempre se había estacionado ahí, o era reciente. Fue divertido ver cuánto puedes extrañar algo que ver todos los días.

De pronto, Blair se sentía famélica, y sabía exactamente lo que quería: un perrito caliente. Lo quería ahora mismo, un humeante perrito caliente Sabrette con mostaza, ketchup, cebollas y chucrut, iba a comérselo en tres bocados y eructar frente a la cara de su madre. Si Cyrus podía meterle a su madre la lengua hasta la campanilla delante de todos sus amigos, ella se podía comer un estúpido perrito caliente.

—Ahora mismo vuelvo —avisó a Kati e Isabel.

Se dio la vuelta y empezó a andar por la habitación para ir al vestíbulo. Iba a ponerse el abrigo, salir comprar un perrito en el carrito, comérselo en tres bocados, volver, eructar delante de la cara de Eleanor, tomar otra bebida y tener sexo con Nate.

—¿A dónde vas? —preguntó Kati. Sin embargo Blair no se paró; iba derecha a la puerta.

Nate vio a Blair acercarse y se escapó de Cyrus y Eleanor Waldorf a tiempo.

—¿Blair? —la llamó—. ¿Qué pasa?

Ella paró y miró en los ojos verdes y sexys de Nate. Eran como esmeraldas engastadas en los gemelos que su padre solía llevar con su esmoquin cuando iba a la ópera.

«Lleva tu corazón en la manga», se recordó a sí misma, olvidando todo lo relacionado al perrito caliente. En la película de su vida, Nate la habría tomado en brazos, la hubiera subido a la habitación y la habría violado.

Pero esto es la vida real, desafortunadamente.

—Tengo que hablar contigo —comentó Blair. Tendió su vaso—. ¿Me lo rellenas primero?

Nate cogió el vaso y la chica le llevó a la barra de bebidas hecha de mármol por las puertas francesas que daban al comedor. El muchacho les sirvió una copa a cada uno llena de whisky, después siguió a su novia a través de la sala de estar una vez más.

—¿A dónde vais, pareja? —cuestionó Chuck Bass mientras ellos seguían su camino. Alzó las cejas y los miró de reojo.

Blair puso los ojos en blanco y siguió caminando, bebiendo mientras tanto. Nate la siguió, ignorando completamente a Chuck.

Chuck Bass, el hijo mayor de Misty y Bartholomew Bass, era guapo, como un anuncio de aftershave. De hecho, se había estrellado en un anuncio de la marca británica Drakkar Noir, para consternación pública de sus padres y orgullo secreto. Chuck era uno de los chicos más cachondos de todo el grupo de amigos. Una vez, en una fiesta de noveno curso, éste se había escondido en el armario del cuarto de invitados durante dos horas, esperando poder meterse ne la cama con Kati Farkas, quien estaba tan bebida que seguía vomitando en sueños. A él no le importaba. Sólo se metío en la cama con ella. Era inquebrantable cuando se trataba de las mujeres.

la única manera de lidiar con un chico como Chuck es reírse en su cara, que es lo que hicieron todas las chicas que lo conocieron. En otros círculos, Chuck podría haber sido expulsado como un canalla de la más baja estofa, sin embargo las familias habían sido amigas durante generaciones. Él era un Bass así que había que aguantarlo. Incluso se habían acostumbrado a su anillo de oro con el monograma rosado, una bufanda azul marino de cashmere también monograma bordado como seña de identidad y copias de su retrato, que llenaban las paredes de las distintas casas y apartamentos de sus padres y que se caían de su taquilla en el Colegio Riverside para Chicos.

—No olvidéis usar proteción —advirtió Chuck levantando su copa al ver que la pareja se dirigía al largo pasillo enmoquetado a la habitación de Blair.

Blair cogió el pomo de vidrio y lo giró, sorprendiéndose de que su gato azul ruso, Kitty Minky, se había hecho un ovillo en la colcha de seda roja. Ella se detuvo en el umbral y se apoyó contra Nate, presionando su cuerpo contra el suyo. la chica se agachó para tomar su mano.

En ese momento, las esperanzas del chico resurgieron. Su novia estaba actuando bastante sensual y atractiva, ¿podía ser que iba a pasar algo?

Blair le apretó la mano y le hizo entrar en el dormitorio. Cayeron juntos en la cama, derramando sus bebidas sobre la alfombra de angora. A la chica le entró la risa floja; el whisky se le había subido a la cabeza.

«Estoy a punto de acostarme con Nate», pensó, achispada. Y ambos acabarían el colegio en junio y se marcharían a Yale en el otoño y celebrarían una boda por todo lo alto cuatro años más tarde y encontrarían un piso hermoso en Park Avenue y lo decorarían de arriba abajo en terciopelo, seda y pieles y harían el amor en cada una de las estancias de la casa de forma rotatoria.

De repente, la voz de la madre de Blair resonó clara y fuerte en el pasillo.—¡Serena van der Woodsen! ¡Qué agradable sorpresa!

Nate soltó la mano de Blair y se enderezó como un soldado al que llama un superior. Blair se sentó de golpe en el borde de la cama, dejó su vaso en el suelo y apretó el edredón, los nudillos blancos.

Levantó la mirada hacia Nate.

Pero Nate ya se daba la vuelta para marcharse a largas zancadas por el pasillo para ver si era posible que aquello fuese verdad. ¿Había vuelto Serena van der Woodsen en serio?

La peli de la vida de Blair dio un giro inesperado y trágico. Blair se apretó el estómago, con un nuevo ataque de hambre.

Tendría que haber ido a por aquel perrito caliente.

Gossip Girl 1: Cosas de chicasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora