El otro W de S

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Si Jennifer Humphrey hubiese podido oír lo que las compañeras decían de Serena van der Woodsen, su ídolo, se habría arrancado los ojos. En cuanto las soltaron, Jenny salió corriendo hacia uno de los pasillos a hacer una llamada. Su hermano Daniel iba a alucinar en colores cuando se lo dijese.

—¿Sí? —respondió Daniel Humphrey a la tercera llamada. Estaba en la esquina de la Setenta y Siete y West End, frente al Riverside Prep, fumándose un cigarrillo. Entrecerraba sus ojos castaño oscuro, intentando protegerlos del brillante sol de octubre. A Dan no le iba el sol. Se pasaba la mayor parte del tiempo en su habitación, leyendo morbosa poesía existencialista sobre el amargo sino del ser humano. Estaba pálido, llevaba el pelo desgreñado y era delgado como una estrella de rock.

El existencialismo te quita el apetito.

—¿Adivina quién ha vuelto? —canturreó su hermana pequeña, excitada.

Al igual que Dan, Jenny era un poco solitaria y cuando necesitaba hablar con alguien, siempre le llamaba. Fue ella quien compró los móviles para los dos.

—Jenny, no puedes esperar... —comenzó a decir Dan, irritado como sólo suelen estar los hermanos mayores.

—¡Serena van der Woodsen! —le interrumpió Jenny—. Serena ha vuelto al Constance. La acabo de ver. ¿No te parece increíble?

Dan vio cómo rodaba una tapa de plástico por la acera. Un Saab rojo pasó veloz por la West End Avenue y se saltó el semáforo. Sentía los calcetines húmedos dentro de sus Hush Puppies de ante marrón.

Serena van der Woodsen le dio una larga chupada al Camel. Le temblaban tanto las manos que casi no se lo pudo meter en la boca.

—¿Dan? —chilló su hermana por el móvil—. ¿Me oyes? ¿Has oído? Serena ha vuelto. Serena van der Woodsen.

Dan contuvo la respiración un segundo.

—Sí, te he oído —dijo, simulando indiferencia—. ¿Y qué?

—¿Y qué? —repitió Jenny con incredulidad—. Bien, vale, como si no te hubiese dado un miniparo cardíaco. Eres un imbécil.

—No, en serio —dijo Dan, enfadado—. ¿Para qué me llamas? ¿Y a mí qué más me da?

Jenny lanzó un suspiro. Qué plasta era Dan. ¿Por qué no podía estar contento por una vez en la vida? Estaba harta de que se las diese de poeta pálido, triste y ensimismado.

—Vale —dijo—, no te he dicho nada. Hasta luego.

Cortó y Dan volvió a meterse el móvil en el bolsillo de sus desteñidos pantalones negros de pana rayada. Sacó un paquete de tabaco del bolsillo trasero y encendió un cigarrillo con la colilla del que estaba fumando. Se quemó la uña, pero ni siquiera se dio cuenta de ello.

Serena van der Woodsen. Se habían conocido en una fiesta. No, eso no era verdad. Dan la había visto en una fiesta, su fiesta, la única que había hecho en el piso de su familia en la Noventa y Nueve y West End.

Fue en abril del octavo curso. La fiesta había sido idea de Jenny y les había dado permiso su padre, Rufus Humphrey, un célebre editor retirado a quien también le gustaban las fiestas. Había publicado a poetas de la generación beat poco conocidos. Su madre se había marchado a Praga hacía unos años para "centrarse en su arte". Dan invitó a toda su clase y les dijo que invitasen a quien quisiesen. Se presentaron más de cien chavales y Rufus se ocupó de que no faltase la cerveza, que servía de un barril en el cuarto de baño. Muchos de ellos se emborracharon por primera vez. Fue la mejor fiesta a la que había asistido Dan, aunque quedaba mal que lo dijese. No por la bebida, sino porque Serena van der Woodsen se encontraba allí. Le daba igual que ella se emborrachase y acabase participando en un estúpido juego de beber en el que decían verbos en latín y luego le tenían que besar a un tío el estómago lleno de dibujos hechos con rotulador. Dan no podía quitarle los ojos de encima.

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⏰ Última actualización: Nov 09, 2016 ⏰

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Gossip Girl 1: Cosas de chicasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora