S y N

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Serena le sujetaba la mano a Nate y la mecía a un lado y al otro.

—¿Te acuerdas de El Macho Desnudo? —le preguntó, riendo suavemente.

Nate lanzó una risa ahogada. Le seguía dando vergüenza después de tantos años. El Macho Desnudo era el alter ego de Nate, que inventaron durante una fiesta en octavo, cuando la mayoría de ellos se había emborrachado por primera vez. Después de tomarse seis cervezas, Nate se quitó la camisa y Serena y Blair le dibujaron con rotulador negro una cara graciosa de dientes protuberantes. Por algún motivo, el dibujo le sacó a Nate el diablo que llevaba dentro y comenzó un juego: todos se sentaron en círculo y él se puso de pie en el centro con un libro de latín. Comenzó a lanzarles verbos para que conjugasen. El primero que se confundiese tenía que beber y besar al Macho Desnudo. Todos se equivocaron, tanto los chicos como las chicas, así que el Macho tuvo mucha acción aquella noche. A la mañana siguiente, Nate intentó simular que no había sucedido, pero la prueba estaba allí, en tinta sobre su piel. Le llevó semanas quitárselo en la ducha.

—¿Y el Mar Rojo? —dijo Serena. Se quedó mirándole el rostro. Ninguno de los dos sonreía.

—El Mar Rojo —repitió Nate, ahogándose en los lagos profundos de los ojos femeninos. Por supuesto que se acordaba, ¿cómo iba a olvidarlo?

Un caluroso fin de semana de agosto, el verano después de décimo curso, Nate había ido a la ciudad con su padre, mientras el resto de los Archibald seguía en Maine. Serena estaba en su casa de campo en Ridgefield, Connecticut, tan aburrida que se había pintado las uñas de las manos y de los pies todas de diferentes colores.

Blair estaba en el castillo Waldorf, en Glengales, Escocia, en la boda de su tía, pero ello no había impedido que sus dos mejores amigos se divirtiesen sin ella. Cuando Nate la llamó, Serena se montó inmediatamente en el tren que iba a Estación Central. Nate la esperaba en el andén. Cuando se bajó del tren con aquel vestido recto azul pálido y chanclas de color rosa, el pelo rubio suelto apenas llegándole a los hombros desnudos, sin nada en las manos, ni siquiera un bolso o una cartera, le pareció un ángel. Qué suerte tenía. Había sido lo mejor que le había pasado en la vida: Serena anduvo por el andén con sus chanclas, le echó los brazos al cuello y le besó en los labios. Aquel beso maravilloso y sorprendente.

Primero tomaron Martinis en el pequeño bar del segundo piso de la Estación Central, junto a la entrada por la Avenida Vanderbilt. Luego cogieron un taxi por Park Avenue hasta la casa de Nate, en la calle Ochenta y Dos. Su padre tenía una reunión con unos banqueros extranjeros y no volvería hasta muy tarde, así que Serena y Nate estarían solos. Qué curioso, era la primera vez que estaban solos y eran conscientes de ello.

No les llevó mucho hacerlo.

Se sentaron en el jardín y tomaron cerveza y fumaron. Nate llevaba un polo de manga larga y hacía mucho calor, así que se lo quitó. Tras pasarse horas en el puerto trabajando en el barco que construía con su padre en Maine, tenía el torso musculoso y bronceado, con unas diminutas pecas por los hombros.

Serena también tenía calor y se metió en la mente. Se sentó en el regazo de la Venus de Milo y se salpicó con agua hasta que se le empapó el vestido.

No resultaba difícil ver cuál de las dos era la verdadera diosa. Venus parecía una pila de mármol amorfa comparada con Serena. Nate se metió en la fuente también y pronto se hallaron los dos arrancándose la ropa. Después de todo, era agosto. La única forma de soportar el calor en agosto es desnudarse.

A Nate le preocupaban las cámaras de seguridad que constantemente vigilaban la casa de sus padres por delante y por detrás, de modo que llevó a Serena adentro, a la habitación de sus padres.

Gossip Girl 1: Cosas de chicasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora