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Un nuevo día en el infierno, también llamado instituto. Increíble que todavía tenga las fuerzas para despertar, salir de la cama y entrar por la puerta del lugar que en una simple palabra se resume en dolor.

El hecho de llegar antes que cualquier otro alumno se había convertido en mi rutina diaria. Sin embargo, el día de hoy, mi hermano Blake insistió hasta el cansancio para traerme. Y créanme, es imposible negarle algo, nunca se rinde. Así que ahora temo por lo que pueda pasar.

Camino con paso rápido por el pasillo que me lleva a mi casillero. Los demás estudiantes me observan, algunos ríen y otros simplemente pasan de mi. Se supone que el último año debería ser el mejor, lleno de alegría e incertidumbre por lo que vendrá. Pero no es eso lo que significa para mí. Ni siquiera puedo recordar un buen año en el instituto. Mi único objetivo es terminar este año con vida. Quizás la universidad traiga un soplo de vida y me ayude a dejar todo el dolor atrás.

—Pero miren quien apareció —escuché una voz a mi espalda. Cerré con cuidado mi casillero luego de tomar mis libros y guardarlos en la mochila. Volteé sin levantar la cabeza. Sabía de quien se trataba y que era lo que seguía—. ¿Pasaste lindas vacaciones, zorrita?

No. Nada podría acercársele menos.

—Igual no me importa —cuando comencé a caminar, sentí como alguien tiraba de mi hacia atrás, haciéndome perder el equilibrio —. Pobrecita, le duele.

—Por favor, no lo hagas —susurré desde el suelo, mientras masajeaba mi dolorido hombro.

Paige Miller fue siempre mi peor pesadilla. Esa niña inocente que de pequeña solía ser mi mejor amiga, ahora era quien gozaba con torturarme. Comenzó a alejarse cuando los populares la adoptaron en su grupo. Claro, ¿cómo iba a quedarse junto a una fracasada con una madre suicida? Fueron sus palabras, no las mías. Y se fue de mi lado, encontrando diversión en hacer la vida imposible de una chica que solo quiere desaparecer del mundo. Paige solía ser la dulce chica de rizos castaños y sonrisa perfecta. Ahora no es más que una adolescente fría, déspota y cruel.

—La misma estúpida de siempre —se burló otra voz. Alcé la mirada, encontrándome con Mía, la nueva mejor amiga de Paige—. ¿Qué tenemos para hoy?

Algunos alumnos pasaron junto a nosotras, mirándonos. Ninguno era capaz de ayudarme, aunque lo pidiera a gritos, jamás lo harían. Creánlo, lo intenté. Y no funcionó. Nunca lo hará. Ellos no entienden mi dolor y tampoco pretendo que lo hagan. Solo me pregunto, si tan solo uno de ellos me defendiera, ¿qué pasaría? ¿harían que algo cambiara? Pero no lo hacen. Vivimos en una sociedad tan egoísta que ninguno se mete en los asuntos del otro, ni siquiera cuando una joven adolescente indefensa es maltratada hasta el cansancio. Y en el momento, solo en ese instante en el que la víctima termina con todo su infierno, es cuando se lamentan por no haber hecho algo para evitarlo. Hipócritas.

Paige arrebató la mochila de mis manos, arrojándola lejos y fijando su vista en mí. Deseaba llorar, claro que lo quería y necesitaba, pero no lo haría frente a ellas. Otra vez no. Estoy realmente cansada de ser débil. Duele demasiado ver sus caras de satisfacción al verme derramar infinidad de lágrimas.

Una mano apareció en mi campo de visión. Fijé la mirada en el anillo que tenía en su dedo anular. Y me paralicé. No podía ser. No él. Se suponía que Alexander no volvería este último año, no después de ser suspendido por el director el año anterior. Alex era el hermano mellizo de Paige. Fue él quien arrastró a su hermana a la oscuridad, estoy segura. Nunca fue un buen chico, desde pequeña lo considero un demonio. Literalmente. Podía tener un cuerpo envidiable y un rostro perfecto, pero ¿un corazón? Dudo mucho que sepa que es.

Más Fuerte Que Las EspinasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora