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No se con exactitud si fueron horas o minutos el tiempo que estuve sentada en el suelo derramando lágrima tras lágrima, abrazada a mis piernas y con el rostro hundido entre ellas. Un ruido seco me devolvió a la realidad. Alguien tocaba la puerta y con cada nuevo golpe, la violencia crecía. Entré en pánico. No lo pude evitar.

—Abrime, zorrita.

Paige. Reconocería su voz en cualquier sitio. ¿Es qué no tenía nada mejor que hacer que seguir atormentándome? Lo debí suponer. Tendría que haber sido más lista y saber que la presencia de Sam no me protegería las veinticuatro horas. Se escuchó una voz masculina reírse. Alexander. Su hermana nunca actuaría sin la presencia de él. El combo cruel otra vez al ataque. Un violento sacudón en la puerta me hizo retroceder con rapidez.
Luego el silencio.

La llave, imbécil. Olvidaste la llave bajo la maceta junto a la puerta.

Comencé a correr hacia la escalera cuando la puerta se abrió con violencia. Lo único que podía pensar era que Blake llegara pronto a casa. Por favor.

Unas fuertes manos tiraron de mis piernas, haciéndome caer estrepitosamente. Como instinto puse las manos debajo de mi cuerpo, en un débil intento de que el golpe no fuera tan doloroso pero mi mejilla lastimada de la vez anterior fue golpeada por el último escalón de la escalera. Alex se sentó de inmediato a horcajadas de mi, llevándome las manos sobre la espalda, impidiendo cualquier movimiento. Paige se arrodilló frente a mí y tiró con fuerza de mis cabellos para hacer que la mirara.

—Ahora vas a disfrutar de lo lindo —sonrió con malicia y acercándose a mi oído, susurró—, y de tan zorra que sos, vas a querer repetirlo una y otra y otra vez.

—Por favor... —intenté suplicar en vano.

Alex se apretó más contra a mí. Podía sentir su evidente excitación frotándose contra mi cuerpo y quise vomitar. ¿Qué tan enferma podía llegar a ser una persona? Me tenía atrapada, a su merced, justo como lo quería él. Y el solo hecho de pensar en lo que seguiría, me provocaban unos deseos irrefrenables de mandar todo a la mierda, pegarle en sus pelotas, correr a la cocina y hundir una cuchilla directo en mi corazón. Pero sabía lo inútil que aquello sería. No iban a parar. No lo iban a hacer hasta verme sepultada bajo tierra sin dejar una huella en la historia de la humanidad.

—Toda tuya, hermanito —se burló Paige antes de levantarse y salir de la casa dando un portazo.

Alex dio vuelta mi cuerpo con fuerza, dejándome de espaldas al suelo. Él sonrió y yo volví a sentir náuseas. Me revolví entre sus brazos provocando que me sujetara con más fuerza. Seguramente me saldrían nuevos moretones que luego tendría que cubrir. Sus labios apretaron con violencia los míos. Con Alex era siempre así. Y sabía que cuanto más resistencia pusiera, más golpes recibiría. Había aprendido esa lección hacía mucho tiempo atrás.

Las heridas de mis muñecas se abrieron y podía sentir como la sangre luchaba por salir bajo las manos de el monstruo que tenía sobre mí. Le observé bajar sus pantalones y encargarse de desgarrar los míos junto con mis bragas. Cerré mis ojos. Volví a removerme y él volvió a aumentar la fuerza de su agarre. No quería ver. No quería saber que en verdad estaba a punto de violarme.

—¡Dejame ir! —grité con la poca valentía que todavía me quedaba, recibiendo como consecuencia un fuerte golpe en mi rostro que me dejó totalmente aturdida.

—Eso jamás, Rosie —susurró en mi oído y luego pasó la lengua por mi cuello. Ahora solo quería que terminara rápido y pudiera correr hacia mi habitación para encerrarme en el baño y dejar fluir todo el dolor—. Sos mía, zorra. Que no se te borre jamás de la cabeza.

Más Fuerte Que Las EspinasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora