Baño de pozo

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Mis abuelos eran gente tradicional, con una finca grande en medio de un cerro. Ir a su casa por supuesto era toda una aventura para los nietos, ya que mi abuela nos hacía pasar noches en vela con sus aterradoras historias de brujas y otros espantos.

Una noche de aquellas, todos los nietos estábamos en la sala acompañados de nuestros padres y por supuestos de mis abuelos. Mi abuela comenzó con sus historias de brujas y de todas las apariciones que había visto y oído en aquel lugar.

Pasábamos un rato ameno y familiar, pero llegó un momento en el que la bebida hizo su efecto y tuve que ir al baño. Después de varias historias de horror ya estaba lo bastante sugestionado como para saber que el escenario que me aguardaba era sin duda el perfecto para ver alguna de las apariciones que contaba mi abuela: un baño de pozo, alejado de la casa, sin luz y con un inmenso árbol a su lado.

Pedí a mi tía que me acompañara al baño, ya que mis padres estaban afuera conversando con otro de mis tíos. En un principio mi tía no aceptó, y tuve que insistir hasta que logré convencerla. Para colmo de males, antes de salir al baño mi querida abuela aprovechó el momento para darme un buen susto, diciendo:

—Huy, en ese árbol es donde se paran las lechuzas, a ver si no te chiflan —dijo riéndose.

Salí entonces al baño acompañado de mi tía, a quien intentaba sacarle plática para evitar sentirme solo y también para distraerme del tétrico escenario. A regañadientes mi tía me contestaba, hasta que al fin llegamos al baño.

Me metí en el cuartucho mal construido y me di cuenta de que además de orinar, ahora tenía otras necesidades, y tuve que aprovechar el momento ya que no pensaba volver a ir a ese baño en toda la noche. Me bajé los pantalones y empecé mi cometido, escuchaba a mi tía moverse afuera y eso me tranquilizaba.

—Tía, ¿está bonita la noche verdad?

—Ajá...

Seguí con lo mío, hasta que algo me congeló la sangre: por la rendija debajo de la cobija que cubría la entrada del baño, pude ver las patas de lo que parecía ser una cabra o una oveja. Con lo sugestionado que estaba de inmediato vino a mi mente la idea de ver al Demonio parado afuera de la puerta en cuanto abriera.

—¿Tía, qué es eso?

—Un chivo —respondió.

Terminé de hacer mis necesidades y tomé papel mientras le preguntaba a mi tía:

—Es bien incómodo este baño, ¿verdad tía?

—Apúrate que tengo frío —me contestó.

¿Frío? ¿En agosto? ¿Había 35 grados y mi tía tenía frío? Me pareció extraño aquello, ya que yo incluso estaba sudando. Moví la manta que cubría la entrada, y salí.

—¿Tía, como es que tiene frío si hace bastante calor?

Me quedé helado cuando vi la ventana de la casa, y pude ver a mi tía sentada en la sala, conversando con los demás.

Pero lo peor de todo fue cuando alguien detrás de mí respondió a mi pregunta:

—Tengo frío... por el calor que paso en el Infierno.

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