Capítulo 3: Aquelarre

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El silencio que había en el bosque permitió a Ruby distinguir unos lejanos gritos

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El silencio que había en el bosque permitió a Ruby distinguir unos lejanos gritos. Se asustó, parecían de dolor. Vio una humareda procedente del centro del pueblo. Entonces dedujo algo que detuvo su huida: ¿Quién ardería en la hoguera esta vez? La niña se quedó petrificada solo de pensarlo.

«Sigue tu camino, deliciosa Ruby. No mires atrás. Nadie te necesita en Salem.»

Ruby permaneció inmóvil tras oír ese susurro que trajo el viento, era como un frío soplo procedente de las entrañas de un muerto. Creyó que eran imaginaciones suyas. Todos la tachaban de loca, carecía de sentido creerse que esas voces provenían de la ventisca helada, y no de su cabeza. Pero en ese mismo instante ocurrió algo que vio con sus propios ojos, algo a lo que no pudo encontrar explicación. Las raíces de los árboles empezaron a sobresalir por encima de las capas de nieve, se entrelazaron unas con las otras hasta formar una línea que se arrastraba por el inhóspito bosque.

Y la niña siguió esa dirección.

«Sígueme. Hay olas de sangre derramada que han coloreado esta noche solo para ti.»

La voz insistió, esa vez habló de una forma diferente, como si las palabras vinieran de la zona más profunda de una caverna; un eco horripilante combinado con el seseante sonido de la lengua de una serpiente. Ruby notó que aquello hizo vibrar todos los músculos de su cuerpo. Era un efecto incluso más fuerte que el frío.

Ruby se había acostumbrado muy bien a la desagradable sensación de estar sola durante los últimos nueve días. Y mientras corría por el bosque tras las ramas vivientes, estuvo bastante segura de que estaba acompañada. No solo porque cada paso avanzado era uno más hacia la guarida de hielo y el aquelarre. También lo era hacia el Amo.

Y hacia Scarlet, o eso sentía.

Pero hubo otra compañía que Ruby no quiso que llegara. Reconoció los jadeos del mismo caballo que la rescató durante esa noche que apenas tuvo sentido para nadie. Al igual que oyó los gritos desesperados que clamaban su nombre, que provenían de la misma persona que la despreció y la trató como a cualquier otra bruja perseguida.

Ruby se volteó y encaró una silueta negra formada por corcel y jinete, que gracias a la luz de la luna pronto mostró su identidad: el doctor Wardsen.

Rápidamente, las ramas se escondieron bajo la nieve.

—¡Márchese, doctor! ¿Es que no recuerda lo último que le dije? —La niña se llenó de coraje.

El doctor se acercó a ella paso a paso, y dejó un rastro de huellas en la nieve que se duplicó en menos de unos segundos. Ruby reconoció también al padre Miller sentado encima del lomo de un fornido mulo. Los actos de Miller hablaban por sí solos. De nuevo, no se atrevió a acercarse a la niña, todo lo contrario a Wardsen.

—Ruby... Tenemos que volver al pueblo. Siento mucho lo que ocurrió en tu habitación esta mañana. —Wardsen acarició una de las mejillas de Ruby con el dorso de sus dedos—. Pobre de ti, estás helada. —Colocó su capa de terciopelo sobre los hombros de Ruby.

La guarida de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora