Ruby pasó las horas siguientes deambulando por los escasos cinco metros cuadrados de su habitación. Contó las tiras de madera que formaban el suelo, e incluso sumó cuales de ellas chirriaban y cuáles no. También usó su vaho para dibujar formas con su dedo sobre el cristal de la ventana: una nube, un caballo, el sol. Después, imaginaba que aquellas pequeñas imágenes eran parte del paisaje.
Esas eran sus únicas formas de matar el tiempo. Solo conocía esa manera de distraerse, de inventar música y otras voces en sus oídos para fingir que no escuchaba a su madre llorando en el piso de abajo.
—Qué hambre... —Ruby se encorvó, le dolía la barriga porque no probó bocado en todo el día—. Veamos qué tiene mamá para cenar... —Se dijo mientras borraba con su puño el último dibujo que hizo en el cristal.
La niña corrió escaleras abajo. Tal como pensaba, vio a su madre en la cocina. Estaba sentada frente a la mesa, y sus lágrimas caían gota a gota sobre un retrato de su difunto padre. La señora Towne Easty ni siquiera se percató de que su hija estaba allí de pie observándola. De hecho, la mujer se había obligado tanto a olvidar la existencia de Ruby que no le preparó la comida por hoy.
—Mamá —susurró—. ¿Puedo cenar?
La madre asintió, besó el único recuerdo que le quedaba de su esposo y se puso a preparar algo para la famélica chiquilla. Su cena se resumía en varios pedazos de queso sobre una tabla de madera mugrienta y una sopa de pan y ajo. La sopa de Ruby estaba tan fría que sintió que se le endurecían los dientes, pero no se quejó. Su madre le dio un vaso de leche y le ofreció un poco más de pan.
—¿Quieres que te corte un poco para que te lo tomes con el queso? —preguntó la señora en una voz tierna.
—Sí, mamá —afirmó Ruby—. Por favor —añadió, educada—. Acabo de recordar que Scarlet siempre me decía que tenía que ser respetuosa.
De repente, la señora Towne empuñó el cuchillo con fuerza. Apuntó con él a Ruby en un arrebato de ira. De un momento a otro, la expresión de su cara evolucionó hasta parecer que tenía los ojos inyectados en sangre. Atrapó el cabello rojizo de su hija en su puño. Clavó su mirada en ella, del mismo modo que el cuchillo. La hoja afilada del instrumento le acarició la piel. Ruby tragó saliva. Sintió que aquel mínimo movimiento ya le había hecho un rasguño.
—¡¿Por qué tienes que afirmar una y otra vez algo que no existe!? ¡Dime por qué! —exclamó la mujer—. ¡Prefiero asesinarte yo misma antes que continúes hundiendo en la miseria el apellido de esta familia! ¡Primero, me convertí en una triste viuda y después, tengo a una bruja por hija! ¡A una loca del infierno! ¿Qué me quedará después del escándalo que tú provocarás?
Ruby empujó a su madre y salió corriendo hacia la puerta trasera de su casa. La señora Towne Easty la perseguía mientras cortaba el aire con el arma blanca.
—¡Si mi amiga estuviera aquí me protegería! —exclamó Ruby tras saltar la verja de madera.
—¡Tu amiga no existe! —replicó su mamá—. ¡Bruja! ¡Arderán en el infierno tú y todas tus alucinaciones! —La mujer repetía esa frase una y otra vez.
Ruby corría sin parar y estaba tan nerviosa que se tropezó pocos metros después de abandonar su hogar y a su mamá. Se hizo daño en una de sus rodillas y se fue directa a las afueras del pueblo. El corazón le golpeaba el pecho y tenía tanto miedo que no le salían las lágrimas. Tuvo que procurar no llamar la atención entre los campesinos, y se sintió con suerte al ver que la mayoría ya estaba en sus casas. Caminó a hurtadillas entre los lugares más oscuros de los callejones de Salem, se escondió en algunos de los establos de las granjas, y se ocultó entre varios montones de paja desperdigados por su trayecto para no ser vista.
Su propósito era ir a la guarida de hielo.
Ya no tenía a su amiga. Tampoco tenía casa ni madre. Su mamá ni siquiera le dio un beso de despedida. Solo le dijo adiós dejándole una diminuta cicatriz de recuerdo en su cuello.
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La guarida de hielo
FantasyDiez, nueve, ocho. No mires todavía, Ruby. Eres demasiado pequeña para contemplar los horrores que se ocultan en la guarida de hielo. Siete, seis, cinco. Escucha su respiración tras tu nuca. Un demonio desea tu alma, Ruby. Ya estás maldita. Cuatro...