Mi "sad illusion"

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  —¡Vamos, dime, idiota! —Protestaba mi amiguito punta de flecha, es el típico carismático que grita lo que todos están pesando pero que nadie dice. —¡Todos estamos cansados de esperar! —Y hoy, estaba en plan: O hablas o habrá sangre.
  —Vamos, vamos, calma. Ahí viene el profesor, luego en el receso hablamos.
  —Jmh... —El bajito me miró con ojos injectados. Los demás solo se reían, su carácter es siempre un show. Él se llama Carlos, es de tez morena y tiene el pelo negro con un corto flequillo para un costado, tiene 16 y somos amigos prácticamente desde que tenemos memoria.
  Tengo 17 y soy bastante alto, de tez pálida, tengo el pelo rojo y un poco largo, con raya al medio, al estilo Kurt Cobain. En mi grupo de amigos está también Pedro (pelo negro, blanco, bastante callado y alto pero muy bueno en los estudios y riéndose de los malos chistes), Matías (extremadamente delgado y castaño, con ojos cielo, toca la batería y le gusta el rock duro, pero aunque parezca muy malote y que está siempre enojado, tiene un gran corazón), y Samantha (una lesbiana rockera que está de "novia" -aunque nunca usa esa palabra para definirse- con una hippie que conoció hace unos meses; no viene al instituto con nosotros, pero solemos ir a bares juntos de vez en cuando).
  La hora de matemática pasó rápido para mí, pero al mirar las caras espectantes de mis amigos supe que para ellos no había sido lo mismo. Me sonreí y decidí empezar a hablar antes de que Carlos comenzara a gritar. Suspire y los miré por un momento como si estuviera por empezar a cantar una canción, y miré a las nubes pálidas por la ventana de la escuela, y dije:
  —Él... Es increíble. Cuando lo veo acercarse, mi corazón se infla de belleza, y solamente quiero estar sumergido en su presencia. A veces me abraza por la calle, sin importar lo que la gente piense. No somos novios ni mucho menos, pero... Entonces me siento pleno. Es como si me abriera la cabeza y dijera o hiciera justo lo que necesito recibir. Como si supiera como desprogramar todas mis penas, y cuando se ríe y me mira con ese brillo en los ojos, simplemente no lo puedo ignorar... Me pierdo, y cuando vuelvo a mirar al piso mientras caminamos, a veces mis ojos empiezan a llorar... Porque siento que lo amo, y me llena de una manera que... Simplemente me rompo anestesiadamente en un placer como el de los libros de cuentos. Como en el final feliz... —Dije mirando a la ventana con los ojos llenos de chispas y amor.
  Cuando me volví a mirar a mis amigos, me di cuenta de que estaba hablando alto. Tenía a medio curso rodeándome, mirándome como si esperaran a que siguiera hablando. En el momento, obviamente sentí vergüenza y me sonrojé y me puse nervioso, pero... Ellos no parecían querer burlarse de mí. Estaban... Cautivados. Querían seguir escuchando.
  —A-amh... —Dije pensando como seguir. Me rasqué la nuca y escuché a alguien decir:
  —Eso es hermoso...
  —Sí, es verdad. —Dijo alguien de más atrás.
  —¿Quién es él? —Dijo otra persona. Yo solté una risita por lo bajo y puse a trabajar la mente para evadir la última pregunta. Necesitaba seguir poetizando.
  —P-pues... Él... Es esa persona que todos tenemos en lo más profundo de nuestro corazón. Él es... Esa "sad illusion" (ilusión triste) de todos los adolescentes. Ese que te hace sentir cosas que no puedes expicar. Ese por el que temes hasta el más mínimo error, ese por el que lo perderías todo y más. Ese por el que... Cuando te mira... Haces fuerza para ser más perfecto y-
  —¡¿Quién es?! —Dijo Carlos golpeando la mesa, y con una risita traviesa escapando de entre los labios. Mis compañeros se sonrieron y me miraron expectantes. Suspiré. "Pues habrá que decirlo", pensé. Miré para un costado y me armé de valor.
  —Jmh... Pues dudo que lo conozcan, pero se llama Exequiel.
  —¿Exequel Navacini? —Dijo Matías.
  —Sí. —Dije más sonrojado. —Es él.
  Matías se sonrió, y un par de personas también; lo conocían.
  Fue un lindo día en la escuela, me sentí mejor luego de haber confesado eso a alguien, sinceramente.
  ...
  Llovía. Las ropas impregnadas, las cabelleras pesadas, las piernas lentas y explotantes contra los charcos profundos. Nos cubrimos con su abrigo, que ayudó bastante. Luego aparecieron las calles de tierra, y corrimos bajo la protección de los árboles enfurecidos. El viento no perdonaba, la tormenta rugía y los rayos martillaban los cielos sin piedad. Se partía en miles de luces la cúpula de la que nunca vemos el final.
  Me aferré a su cuerpo. Mis huesos saltones se estremecían por el frío. Él me abrazó fuertemente con un brazo, y bailó en mi cuerpo frío la inspiración del calor humano. Compasión. Un guiño de compasión; como cuando un momento después Exequiel tomó ambos extremos de su tapado y los sostuvo con una sola mano, mientras con la otra me sostenía contra él. No sabía si yo me aferraba a su cuerpo o él al mío, o si la confusión partía de nuestras almas aferrándose cruelmente entre ellas. Adictas, enloquecidas.
  Los últimos saltos hasta el porche de su casa fueron los más rápidos, y al mismo tiempo los más pesados. Ni bien llegar contra la pared al lado de la puerta, un rincón seco en el mar de charcos, noté cómo mis piernas temblaban. Frías, entumecidas, débiles y asustadizas. Caí jadeante a mis rodillas.
  Exequiel es un universitario que vive solo, tiene 24 años y es bastante atlético, a diferencia de mí que mis piernas apenas aguantan mis huesos. 
  El mayor le quitó la llave a la puerta y devolvió éstas al bolsillo, y luego se acercó a mí. Lo miré entre respiraciones aún algo agitadas mientras me tomaba como podía y me levantaba en brazos. No supe cómo reaccionar y me aferré a su cuerpo. Entramos en el ambiente calefaxionado en un silencio cómodo. Mi cara estaba ardiendo. 

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