Jean se mordió el labio. Habría dado cualquier cosa por volver el tiempo atrás. Habría dado cualquier cosa a cambio de la oportunidad de revivir aquellos breves y nefastos momentos en Stoward's Department Store. ¿Por qué no habría convencido a Pru y a esos idiotas que tiene como amigos de que fueran a dar un paseo en lugar de hacerles caso con esa idea tan, pero tan estúpida? No había sido de ella la idea de robar los pendientes. Siempre tuvo la intención de dejar el dinero sobre el mostrador, pero como sabía que Silvia Hawkins la observaba y tuvo miedo de lo que pudiera decir, a lo único que atinó fue a guardarse los aros en el bolsillo. Y ahora estaba pagando las consecuencias. ¿El costo? Nada menos que el último año del colegio secundario.
— ¿Jean, estás ahí?
— Sí, aún estoy en la línea — respondió. Carraspeó. — Me temo que tendré que renunciar a los partidos. No tendré tiempo.
— ¿Tu padre no puede ayudar? — Continuó Jennifer, con evasivas—. Es abogado, ¿no?
Jean tuvo deseos de reír, aunque la situación no era graciosa en absoluto. Creía que nunca más volvería a encontrar algo divertido en la vida.
— Él no puede hacer nada — mintió —. Está especializado en derecho societario. — Por más furiosa que estuviera, jamás nadie le arrancaría la verdad sobre sus padres. De ninguna manera admitiría, ni siquiera ante su mejor amiga, que su padre se había negado a mover un dedo para ayudarla.
A pesar de sus lágrimas y ruegos, él sólo se limitó a mirarla a los ojos y decirle que esa vez tendría que asumir plena responsabilidad de sus actos. Por supuesto, después vino el sermón respecto de que a los diecisiete años ya no era una nena y que, si había cometido la estupidez de dejarse llevar por los actos y las opiniones de quienes se llamaban amigos, ahora tendría que pagar las consecuencias. Y la madre había hecho causa común con su marido
— Además, como ya te dije, la jueza quiso sentar un precedente conmigo.
Una vez más, Jennifer murmuró algo solidario pero Jean casi no la oyó. Sólo tenía presente el rostro de la jueza y la horrenda humillación que había vivido mientras estuvo en el estrado, consciente de que la vergüenza no sólo había dañado su imagen sino también la de sus padres. Las lágrimas acudieron nuevamente a sus ojos, parpadeó con furia para contenerlas. Ni loca lloraría otra vez. Por lo menos, hasta que no cortara la comunicación.
— ¿Eh? — preguntó, cuando se dio cuenta de que su amiga acababa de formularle una pregunta.
— Quiero saber dónde queda Lavender House.
—Oh, del otro lado de la ciudad. En Twin Oaks Boulevard.
— ¡Caramba, qué castigo! ¡Se nota que no han tenido piedad contigo! Bueno, no te olvides de trabar las puertas al cerrarlas — le aconsejó —. Oh, disculpa. Olvidaba que no podrás usar tu auto. Pero, sea como fuere que llegues allí, ten cuidado. Esa parte de la ciudad es de temer. — ¿A qué hora tienes que ir?
— A las cuatro en punto — contestó Jean. Se le fue el alma a los pies. Se había ilusionado con la posibilidad de que Jennifer se hubiera ofrecido a llevarla. Demonios. — Espera un momento. — Apartó el auricular de su oreja. Afuera se oía la voz de su madre que la llamaba desde abajo. — Jen, mamá me reclama. Tengo que irme. Volveré a llamarte no bien termine de cenar, ¿de acuerdo?
— Ni te molestes. No estaré en casa, ¿recuerdas? Esta noche se reúne la comisión de decoraciones en casa de Terry. — La muchacha rió con cierta vergüenza. — Supongo que tú no podrás ir ¿no?
— No, claro — respondió Jean, pesarosa —. Además de todo lo sucedido, estoy confinada. Al menos por un tiempo.
— Muy bien, entonces te veo mañana en el colegio. ¿Pasarás a buscarme? ¡Oh! Lo siento. Me olvidé otra vez. Supongo que te llevará tu madre, o algo así. De todas maneras, yo iré con Terry. Hasta mañana.
Jean se estremeció. Santo Dios, qué humillante era toda esa situación. No sabía por qué de pronto le resultaba tan difícil hablar con Jennifer, pero así se presentaban las cosas. Tal vez fuera porque, a pesar de que su amiga siempre cacareaba alguna palabra compasiva, tenía la impresión de que, en el fondo, su mejor amiga se alegraba de verla con el agua hasta el cuello. Pero ése era un razonamiento despreciable.
No bien cortó, se dirigió a la puerta.
— Bajo en un segundo, mamá. — Jean no deseaba abandonar el santuario de su cuarto. Se apoyó contra la pared y contempló el acolchado de su cama, con rulitos de satén y encaje blanco, el empapelado con diseños de flores en amarillo pastel y blanco, con las terminaciones de madera pintadas en blanco brillante. Una habitación digna de una princesa, como había dicho mi padre alguna vez. Sin embargo, en los últimos tiempos se había sentido muy lejos de la realeza; más bien, como escoria. Enfrentarse a su madre era lo último que quería hacer en ese momento. Las caras largas y los sermones que ya había soportado le alcanzaban para toda la vida. Después, fijó los ojos en su escritorio y en la computadora que sus padres le habían regalado para su decimoquinto cumpleaños. La biblioteca, con sus estantes blancos repletos con sus viejos libros favoritos de ciencia ficción y novelas de amor, prácticamente había caído en el olvido; siempre estaba demasiado ocupada como para dedicarse a leer. Sonrió con tristeza. Ahora tendría bastante más tiempo para la lectura.
— Jean — la llamó su madre, impaciente
Entre suspiros, se volvió y abrió la puerta. No podría esconderse eternamente. Bajó las escaleras a toda velocidad y encontró a su madre de pie junto a la puerta principal golpeteando su zapato de tacón alto contra el lustroso piso de roble.
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No me olvides
Teen FictionEsta historia es de la escritora Cheryl Lanham. Espero que la disfruten, así como lo hice yo.