— Soy Esther Drake, directora de Lavender House — se presentó la mujer, mientras abría las puertas dobles y conducía a Jean por el pasillo —. La señora Drake — puntualizó —. Vamos a conversar a mi oficina.
Entraron en una sala pequeña y acogedora, que albergaba un escritorio, dos sillas, un archivo y un sofá tapizado en cuero verde. Las paredes estaban empapeladas con un alegre diseño selvático, en verde y blanco; los cortinados armonizaban al tono y sobre el escritorio había un florero con margaritas recién cortadas.
La señora Drake rodeó su escritorio, ocupó su silla e hizo un gesto a Jean para que tomara asiento. Tomó un anotador, lo abrió y extrajo un bolígrafo del portalápices que estaba junto al florero con las margaritas.
— Bien, el funcionario judicial que está a cargo de tu caso me llamó por teléfono esta mañana para explicarme todos los detalles. Te dieron trescientas horas, ¿verdad?
— Correcto.
— Y supongo que querrás cumplirlas lo antes posible.
— Supone bien.
— Estupendo. — Sonrió. — Toda la ayuda extra que podamos conseguir nos viene de perillas aquí. Nos falta personal. ¿Por qué te arrestaron?
— Por mechera — masculló Jean. Era una palabra que odiaba usar. Cada vez que la oía de sus propios labios sentía que la piel se le erizaba de humillación. — Pero sólo fue una broma — explicó de inmediato —. Un par de pendientes, eh... es todo lo que tomé. Y además iba a pagarlos.
La señora Drake bufó.
— Bien, no importa. Sin embargo, debo advertirte que somos responsables por las pertenencias de nuestros pacientes y no quiero que lleguen a mis oídos rumores de que algo se ha perdido, ¿entiendes?
Jean la miró con ojos desorbitados. ¡No podía creerlo! Estaba tratándola como a un vulgar delincuente. Acababa de hacerle una advertencia. Era demasiado.
— Señora Drake — comenzó con gentileza, tratando de controlar sus impulsos —, no sé a qué se refiere.
La mujer sonrió con sorna.
— Yo creo que si sabes a qué me refiero. Pero para que no te queden dudas al respecto, te lo diré con todas las letras: no quiero enterarme de que la cartera, el bolso, el dinero o los efectos personales de cualquiera que se encuentre en este edificio no está en el preciso lugar en el que debería estar. ¿Lo has entendido?
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No me olvides
Teen FictionEsta historia es de la escritora Cheryl Lanham. Espero que la disfruten, así como lo hice yo.