4 Continuación..

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— Soy Esther Drake, directora de Lavender House — se presentó la mujer, mientras abría las puertas dobles y conducía a Jean por el pasillo —. La señora Drake — puntualizó —. Vamos a conversar a mi oficina.

                       

Entraron en una sala pequeña y acogedora, que albergaba un escritorio, dos sillas, un archivo y un sofá tapizado en cuero verde. Las paredes estaban empapeladas con un alegre diseño selvático, en verde y blanco; los cortinados armonizaban al tono y sobre el escritorio había un florero con margaritas recién cortadas.

La señora Drake rodeó su escritorio, ocupó su silla e hizo un gesto a Jean para que tomara asiento. Tomó un anotador, lo abrió y extrajo un bolígrafo del portalápices que estaba junto al florero con las margaritas.

                                                                                                   

— Bien, el funcionario judicial que está a cargo de tu caso me llamó por teléfono esta mañana para explicarme todos los detalles. Te dieron trescientas horas, ¿verdad?

                       

— Correcto.

                       

— Y supongo que querrás cumplirlas lo antes posible.

                       

— Supone bien.

— Estupendo. — Sonrió. — Toda la ayuda extra que podamos conseguir nos viene de perillas aquí. Nos falta personal. ¿Por qué te arrestaron?

                                                                                                   

— Por mechera — masculló Jean. Era una palabra que odiaba usar. Cada vez que la oía de sus propios labios sentía que la piel se le erizaba de humillación. — Pero sólo fue una broma — explicó de inmediato —. Un par de pendientes, eh... es todo lo que tomé. Y además iba a pagarlos.

                       

La señora Drake bufó.

                       

— Bien, no importa. Sin embargo, debo advertirte que somos responsables por las pertenencias de nuestros pacientes y no quiero que lleguen a mis oídos rumores de que algo se ha perdido, ¿entiendes?

Jean la miró con ojos desorbitados. ¡No podía creerlo! Estaba tratándola como a un vulgar delincuente. Acababa de hacerle una advertencia. Era demasiado.

                                                                                                   

— Señora Drake — comenzó con gentileza, tratando de controlar sus impulsos —, no sé a qué se refiere.

                                                                           

La mujer sonrió con sorna.

                       

— Yo creo que si sabes a qué me refiero. Pero para que no te queden dudas al respecto, te lo diré con todas las letras: no quiero enterarme de que la cartera, el bolso, el dinero o los efectos personales de cualquiera que se encuentre en este edificio no está en el preciso lugar en el que debería estar. ¿Lo has entendido?

No me olvidesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora