PARTE 2. CAÍTULO 7. "Todo es nada"

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Estoy tumbada en un sillón, apoyando mi cabeza sobre el apoyabrazos esperando mientras obtienen el resultado de la primera prueba, una resonancia magnética.

No es un gran misterio, solo te introducen en un tubo cilíndrico metálico tumbado en una camilla dura y tienes que esperar bastante tiempo. Bastante. Aunque no tanto comparado con el tiempo que tienes que esperar para que te den el resultado.

Me estiro en el sillón, tratando de quitar tensión a mis músculos contraídos. Miro hacia arriba, observo como una pequeña tela de araña se ha formado en la esquina superior del techo, y como varias moscas han quedado atrapadas en ella. Trato de distraerme lo máximo que puedo, porque sino, tendré que enfrentarme a la realidad. Una realidad desconocida y aterradora para mí.

Observo a la mujer que está sentada al otro lado de la habitación en un sillón idéntico al mío. Lleva el pelo recogido en un pasador, pero algunos rizos oscuros caen irregulares sobre su espalda. Me quedo mirándola durante bastante tiempo, pero ella no parece percatarse de ello. Su piel morena trata de disimular las medias lunas oscuras que están cayéndole justo debajo de ambos ojos, lo que le hace parecer demasiado cansada.

La sigo mirando durante más tiempo, y a pesar de las imperfecciones de su rostro causadas por el malestar y la vejez, me veo reflejada en ella.

Sus ojos marrones rasgados son los míos, sus labios finos y rosados son los míos, ¿Cómo no me voy a ver reflejada en ella?

Aquella mujer que está sentada tristemente en el sillón esperando conmigo el resultado de las pruebas es mi madre.

Y lo peor es que hace unas horas ni siquiera lo sabía.

Una señora vestida de blanco aparece por la puerta y la mujer que estaba conmigo en la habitación, mi madre, se levanta rápidamente del sillón.

La señora se aclara la voz.

-Ya están listos los resultados.-anuncia.-El doctor os espera en su despacho, seguidme.-dice haciéndonos una señal para que vayamos con ella.

Me levanto lentamente pensando cada movimiento. Camino poco a poco agarrándome de todo lo que está a mi alcance mientras avanzo.

Mi madre parece darse cuenta, así que se espera hasta que estoy a su misma altura y me ofrece su mano.

Dudo un instante antes de sonreír tímidamente y aferrarme a su brazo. Una sensación nueva aparece repentinamente, y no me gusta. Culpabilidad. Me siento culpable. Culpable por no acordarme de ella. Culpable porque esta mujer que está ahora mismo sujetándome me ha visto nacer, crecer y lo más imprescindible, me ha criado, me ha ayudado y me ha enseñado cosas que probablemente nadie pueda volver a hacer. Y no recuerdo nada.

Las piernas me tiemblan levemente por culpa de esta sensación.

-¿Estás bien, cariño?.-pregunta mi madre con la preocupación clavada en los ojos.

Asiento rápidamente y prosigo andando. Trato de concentrar toda mi atención en algo diferente para no volver a pensar en ello.

Llegamos al despacho. Por fin.

La señora de blanco, que supongo que es una enfermera, llama a la puerta de madera con los nudillos y posteriormente, la abre cuidadosamente.

-Adelante.-dice una voz muy grave. Obviamente de un hombre.

La enfermera, mi madre y yo entramos al despacho. Es luminoso. La luz entra notablemente a través de una gran ventana en la pared izquierda. Las paredes son blancas, lo que hace parecer el despacho más luminoso aún.

Escrito en las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora