Capítulo XLIV

1.2K 38 1
                                    

Elinor, retrocediendo con una mirada de horror al verlo, obedeció al primer impulso de su corazón y se volvió a toda pr isa para abandonar la habitación; su mano ya se encontraba en el tirador de la puerta cuando Willoughby la detuvo al avanzar rápidamente hacia ella y decirle, en un tono más imperativo que suplicante:

—Señorita Dashwood, media hora... diez minutos... le ruego que se quede.

—No, señor —replicó ella con firmeza—, no me quedaré. Nada tengo que ver yo en sus asuntos. Supongo que los criados olvidaron decirle que el señor Palmer no se encontraba en casa.

—Aunque me hubieran dicho —exclamó él con gran vehemencia— que el señor Palmer y toda su parentela estaban en el infierno, no me habrían movido de la puerta. Es con usted que quiero hablar, sólo con usted.

—¡Conmigo! —había enorme asombro en su voz—. Bien, señor... sea rápido, y si le es posible, menos vehemente.

—Siéntese, y acataré ambas órdenes.

Elinor vaciló; no sabía qué hacer. La posibilidad de que llegara el coronel Brandon y lo encontrara ahí se le cruzó por la mente. Pero le había prometido escucharlo, y en ello estaba comprometida su curiosidad no menos que su honor. Tras un momento de reflexión, entonces, que la llevó a concluir que la prudencia exigía darse prisa y que su consentimiento era lo que mejor podía lograrlo, caminó en silencio hacia la mesa y se sentó. El ocupó una silla frente a ella, y durante medio minuto no cruzaron palabra.

—Le ruego sea rápido, señor —le dijo Elinor en tono impaciente—, no tengo tiempo que perder. Sentado con aire de profunda meditación, él pareció no haberla oído.

—Su hermana —dijo abruptamente un momento después— está fuera de peligro. El criado me lo dijo. ¡ Gracias a Dios! Pero, ¿es verdad? ¿Realmente es verdad?

Elinor no le respondió. Repitió él entonces la pregunta, con mayor urgencia aún. —Por el amor de Dios, dígamelo: ¿está o no está fuera de peligro? —Esperamos que lo esté.

Willoughby se levantó y cruzó la habitación.

—Si lo hubiera sabido tan sólo media hora antes... Pero ya que estoy aquí —habló con forzada vivacidad mientras volvía a la mesa—, ¿qué importa? Por esta vez, señorita Dashwood... quizá sea la última vez... alegrémonos juntos. Estoy de humor para la alegría. Dígame sinceramente —sus mejillas se iluminaron de un rubor más profundo— ¿cree que soy más un canalla o un necio?

Elinor lo contempló más estupefacta que nunca. Comenzó a pensar que debía estar ebrio: era lo único que podía explicar tan extraña visita, tan insólitos modales; y con esta impresión, se puso inmediatamente de pie, diciendo:

—Señor Willoughby, le aconsejaría en este momento que volviera a Combe. No puedo seguir perdiendo el tiempo con usted. Sea lo que fuere que desea tratar conmigo, será mejor que reflexione y me lo explique mañana.

—La comprendo —replicó él con una sonrisa expresiva y voz perfectamente tranquila—. Sí, estoy muy ebrio. Una pinta de cerveza con que acompañé las carnes frías que comí en Marlborough bastó para trastornarme.

—¡En Marlborough! —exclamó Elinor, entendiendo cada vez menos lo que ocurría.

—Sí; salí de Londres hoy a las ocho de la mañana y los únicos diez minutos que pasé fuera de mi calesín desde esa hora, fueron los que dediqué a una ligera merienda en Marlborough.

La firmeza de sus modales y la inteligencia de su mirada mientras hablaba convencieron a Elinor de que, cualquiera fuese la imperdonable locura que lo traía a Cleveland, no se trataba de ebriedad; y tras pensar durante unos instantes, dijo:

Sentido y Sensibilidad (Jane Austen)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora