Huele rico

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Estábamos en el salón de danza, el maestro nos había separado en dos grupos; el primero era de mujeres, y el segundo de hombres. Era el turno del grupo de las mujeres, por lo que ellas bailaban mientras nosotros nos encontrábamos descansando. Yo estaba sentado junto a un amigo recargados en la pared del fondo del salón.

Después de unos minutos, se terminó la canción, seguido de un descanso.

"Huélanlo, huele rico, ¿verdad?" dijo Liliana mientras se acercó y puso su pie a centímetros de mi nariz.

Inmediatamente me provocó vergüenza, aunque disfruté el olor de su pie. Un segundo después, Liliana quitó su pie de mi cara.

"¿Qué tal?" me preguntó con una sonrisa de burla en su rostro.

"¡Apesta!" le contesté.

Esta vez, ella puso su pie de la misma forma cerca de la cara de mi amigo, solo que él a diferencia de mi reacción, inmediatamente lo apartó de su rostro.

"¿No les gustó?" preguntó Liliana mientras soltaba una pequeña risa.

No quería levantar sospechas de que en realidad me había gustado mucho el olor de sus pies.

"¡No, ya quítate!" le contesté intentando sonar indignado.

"¿Seguros?" volvió a preguntar, mientras ponía su pie de nuevo en mi cara, solo que esta vez lo pegó a mi cara, provocando que mi cabeza se pegara a la pared.

Esta vez quité su pie de mi cara.

"¿Qué tal ahora?" preguntó.

"¡No, ya quítate o le digo al maestro!" exclamé.

"Ay, ya. No aguantan nada," contestó Liliana con molestia.

Se escuchó el timbre y ella se dio la vuelta y se fue a poner sus zapatos. Eran un par de flats negro mate que llevaban un pequeño y sutil moño negro en la punta. Observé cuando se ponía sus zapatos, y noté cómo le quedaban de manera perfecta; ya que sus pies se deslizaron dentro como mantequilla, además de que sus calcetas largas reducían la fricción entre sus pies y sus zapatos. Mientras tanto, otras chicas tardaban más en ponerse sus zapatos, algunas de ellas tenían que usar sus dedos para permitir al talón de sus pies entrar en el zapato.

Después de unas clases, llegó el tiempo de recreo. Los amigos con los que me juntaba no habían ido ese día a la escuela. Aún así, me fui a donde siempre nos sentábamos juntos. Era una parte llena de arbustos y árboles, que nos gustaba porque nadie solía ir hacia ese lugar en los recreos.

Estaba sentado en una jardinera comiéndome mi sándwich, cuando de pronto llegó Liliana y se acercó a mi.

"¿Qué le ibas a decir al maestro?" preguntó con un tono desafiante.

"Nada, olvídalo, pero no me molestes," le contesté.

"¿Porqué no te gustó el olor de mis pies?" me dijo, mientras ponía sus manos sobre su cadera.

"¿Ya vas a empezar? Déjame en paz, nadie quiere oler tus pies. Huelen muy mal."

Se acercó y me arrebató el sándwich de las manos.

"¡Eh, no! Dámelo, tengo hambre. No empieces a molestar."

Se quitó su zapato derecho para después tirar mi sándwich dentro y poner su pie dentro, aplastando mi sándwich entre su pie y el interior de sus flats.

"¡No! ¿qué hiciste?"

"Tienes dos opciones; si no me obedeces, le diré a todos que te gusta oler mis pies. Y si me obedeces, nadie se enterará de nada," me dijo con voz seria.

LilianaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora