Prólogo

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Puede parecer que vivir en el espacio es impresionante, pero llevar casi 18 años sin ver nada más que un lugar oscuro y frío acaba matando esas ideas.

Un grupo de personas fueron lanzadas al espacio cuando la Tierra se llenó de radiación. Se supone que la Tierra volverá a estar "sana" dentro de 100 años. Pero el Arca no tiene tanto tiempo. Nos estamos quedando sin oxígeno, y el Consejo ha decidido enviar a 100 presos a la Tierra para ver si sobrevivimos.

Yo soy una de los 100.

Todos somos menores de 18 años, nos encierran hasta que superemos la mayoría de edad para poder flotarnos.

—Hola, Samantha —miré a la mujer rubia que entraba a mi celda.

—Abby —saludé indiferente devolviendo la mirada al libro que tenía en las manos.

Pero escuché otro par de pies, por lo que volví a elevar la mirada. Mi cara no mostró expresión alguna cuando vi al guardia.

—¿Ya nos vamos? —pregunté señalando la pulsera que traía Abby en las manos, ella asintió—. Al menos podré llevarme uno de estos, ¿no? —volví a preguntar moviendo mi cabeza hacia la estantería a mi espalda, que ella me había ayudado a llenar.

Abby salió de la celda, y yo, ignorando completamente al guardia, devolví mi atención al libro. Ella regresó poco después.

—Te permiten llevar uno de ellos, así que elige bien.

Me di la vuelta y cogí el que, a mi parecer, era el más valioso.Extendí la muñeca izquierda para que me pusiera la pulsera que controlaría mis constantes vitales.

Seguí al guardia sin rechistar. Al pasar por la celda contigua miré al interior, pero ya estaba vacía.

Los guardias me quitaron las medicinas de las manos y me arrastraron, literalmente, a la zona de celdas, introduciéndome en una de ellas.

Uh, nuevo vecino de celda escuché una voz femenina al otro lado de la pared.

En realidad es vecina.

Mejor, soy Octavia.

Samantha.

Octavia y yo nos entreteníamos la una a la otra mientras pasábamos los días encerradas. Nunca la había visto ni sabía como era físicamente y solo conocía su voz y su historia, pero se había convertido en una aliada.

Me metieron en la nave y fui a sentarme a alguno de los asientos que seguían vacíos, pues ya se encontraban allí algunos de mis nuevos compañeros de aventuras. Me abroché el cinturón y abrí el libro, dispuesta a leérmelo por quinta vez. Durante el viaje me sumergí en las lineas de letras que componían el libro, ignorando a los otros 99 adolescentes que gritaban y reían a mi alrededor.

Sonreí cuando encontré la foto en una de las páginas del libro. En ella salíamos el pequeño hijo de la vecina, Olliver, y yo en el Día de la Unidad de hace 5 años. En aquel entonces yo tenía 12 años y Ollie 3, yo le abrazaba protectoramente.

 En aquel entonces yo tenía 12 años y Ollie 3, yo le abrazaba protectoramente

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Olliver siempre había sido como el hermano pequeño que nunca tuve. Haría cualquier cosa para protegerle.

—¿Ollie? el pequeño se asustó, haciendo que todas las cajitas que tenía en las manos cayeran al suelo—. Olliver, ¿Que haces?

Sam, me has asustado —recogí las cajitas de pastillas del suelo y le miré confundida.

Son para mi mamá, esta muy malita —dijo apuntó de llorar.

Iba a responder, pero escuché pasos al otro lado de la pared.

Escucha, Ollie, tienes que ponerte aquí debajo y no salir hasta que no veas esto vacío, ¿me entiendes? —el moreno asintió.

Dejé un beso en su frente y le ayudé a esconderse, justo cuando estaba otra vez de pie e iba a guardar las medicinas, entraron Kane y dos guardias.

No pude evitar que una lágrima rodara por mi mejilla, me la limpié deseando que nadie la hubiera visto y devolví la foto a su página. Iba a seguir leyendo, pero alguien me interrumpió.

—¿Estás bien? —me giré para comprobar quien me había hablado, el chico me miraba preocupado.

—Si, tranquilo. Estoy bien —mi voz salió un poco rota, pero la arreglé con un carraspeo.

—Soy Roy.

—Samantha.

—¿Puedo llamarte Sam?

—Claro, ¿porque no?

—Y que, Sam, ¿porque estas en esta bonita nave? —reí ante su sarcasmo.

—Te lo diré cuando tengamos más confianza —le respondí sin dejar de sonreír.

—Veo que eres de las duras. Pero tranquila, conseguiré que confíes en mí.

—Pues suerte —dije volviendo a abrir el libro para seguir leyendo, pero escuché algunos gritos y miré hacia delante. Un chico se había quitado el cinturón y estaba flotando por la nave. Cuando se dio la vuelta distinguí las facciones de Finn Collins.

Cerré las manos con fuerza sobre el libro, haciendo que mis nudillos se pusieran blancos.

—¿Que hace el idiota? —pregunté a nadie en particular.

—Venga Sam será divertido —me animó Roy.

—Creo que paso, es peligroso —él se encogió de hombros y se quitó el cinturón flotando por toda la nave.

Escuché a alguien llamar a Finn "Caminante del espacio" y no pude evitar rodar los ojos, es completamente absurdo.

Clarke Griffin le gritó que volviera a sentarse en el asiento, pues estábamos a punto de aterrizar. La nave empezó a temblar, y luego dio un tirón para quedarse quieta, indicando que habíamos aterrizado.

Finn había conseguido sujetarse y no le pasó nada. Al contrario que Roy y otro chico, que chocaron contra una de las paredes de la nave. Le miré con odio, sin importar que no me estuviera mirando. Él se dio la vuelta, como sintiendo los puñales que le estaba clavando con la mirada, y me miró confundido, esta claro que no entendía mi odio hacia su persona. Pero yo si que tenía claro porque tanto odio.

Finn Collins conllevaba la palabra muerte.

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