Capítulo 4: UN EXTRAÑO DESTELLO

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"Tú vienes frágil, te acepto tímido.

Tienes confianza, yó tengo miedo.
Tú cristalina; yó muy cargado.
Yó un conflicto, tú un soldado.

(Diego E. Loayza G: Tú y yó)

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_¡No quiero oir nada! ¡No te atrevas! -sentenció antes que ella pudiera darle un motivo siquiera-. Sólo vamonos. -Daniel aferró su mano sobre la suya y la jaló colina abajo-.

Nora, igual que una niña pequeña, agachó la cabeza y aceptó la reprimenda. No se atrevería a contradecirlo, porque sabía que tenía razón. Aunque le doliera admitirlo.
Giró sobre su hombro, y ahí estaba él, mirando triste como se alejaban.

No era la primera vez que Daniel se la llevaba de aquel modo, siempre evitando su encuentro, así que creyó que los tres ya estaban acostumbrados. A él no le agradaba Leo, y Nora aún no descubría la razón. Talvez era como ella, que no aceptaba rápidamente a la personas, que no les permitía entrar a su círculo. Sin embargo, pensó que para cualquiera, más de dos años de convivencia serian suficientes, ya que ese era el tiempo que llevaba conociendo a su amigo artista.

_Lo siento. -susurró-.

_No importa. -artículo él y se puso la mano cerca de la oreja para darle a entender que después la llamaría, antes de perderlo de vista-.

De pronto, Daniel se detuvo y volteó. Todo en él parecía desprender rabia y desilusión. Sus músculos estaban tensos y se mordía el labio, cosa que jamas hasta ese momento lo vió hacer.

Cuando creyó que no diría nada y se quedaría viéndola, intentó hablar.

Apenas abrió la boca y la palma de Daniel se estrelló contra su mejilla. Él nunca la había golpeado, así que lo sintió más doloroso, una laceración a su integridad emocional. En verdad ella era una decepción y recién empezaba a notarlo.

No sintió rabia, ningún tipo de sentimiento aparte de la vergüenza, y siendo así, Daniel volvió a golpearla. Tras eso, giró dándole la espalda y camino hasta su camioneta.

_Sube. -ordenó cerrando la puerta del auto tras sí-.

Nora apretó la boca, resistiendo al impulso de llorar. Maldijo en sus adentros, esto ya se estaba haciendo una costumbre. Sin embargo no debía ceder a sus estímulos, no se lo hiba a permitir, perdió ese derecho hace mucho y hasta ahora no lo había recuperado.

Subió al auto y éste se puso a andar.

En todo el viaje Daniel no hizó otra cosa que conducir. De a ratos gruñía, dándole a entender la molestia que traía con sigo, y ese ritual se repitió en todo el camino. No escuchó ninguna palabra salir de él, después de aquel «sube» tan frío. Ni siquiera cuando un conductor torpe casi los embiste. No dejo que le pidiera disculpas después del casi impacto, aceleró en cuanto el semáforo se lo autorizó dejando al hombre con la palabra en la boca.

Jugó con sus dedos para pasar el tiempo, meditando una buena forma de ganarse el perdón de su hermano mayor. Si bien había partido con todas las ganas de hacerle sentir tan mal como ella se sentía, no pudo con su conciencia, que no era lo suficientemente malvada como ella pensó.

DIMENSIONES: La Isla De Las SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora