Capítulo 2. Hasegawa

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   —Cálmate un poco —le dije, con el tono más suave que mis cuerdas vocales podían adoptar. Como corista de la banda, me correspondía saber manejarlas a la perfección, pero cuando estaba a su lado, los dos solos, me sorprendía a mí mismo empeorando la calidad de mi voz.

   —Estoy cansado de dar vueltas con este asunto, Makoto —me dijo.

   Encendió un cigarrillo y le dio una calada. Me ofreció uno, pero recliné la oferta, a lo que él enarcó una ceja.

   —Lo quiero dejar —aseveré, a lo que él soltó una risa.

   —Es la décima vez que dices eso en el año y apenas estamos a marzo —agregó y sacudió la cabeza.

   Me llevé la mano al gorro de lana con cierta desesperación. Yo sabía que esta vez iba en serio, pero también me daba cuenta de que Yûdai no se equivocaba: era realmente la décima vez que lo decía. Al final era yo más adicto al tabaco que él.

  —Espero conseguirlo esta vez... —me limité a susurrar, ya que no quería que él tuviera la última palabra sobre este tema.

   A pesar de que temía que él no se rendiría, me miró y me dedicó una sonrisa que se me antojó hermosa. Deseé que siguiera mirándome de esa forma un poco más, pero el cigarrillo se consumía y Yûdai prefirió volver la vista a él. "Acaparador", llamé al cigarrillo en mi mente. Me crucé de brazos y apoyé la espalda en la pared. Yûdai hizo lo mismo en la pared de enfrente.

  —Gracias por los ánimos, Makoto —me dijo. Asentí; no era ni la primera ni la última vez que hacía de apoyo moral—. Pero no voy a cederte a Satomi —agregó.

  Volví a asentir. En cualquier otro momento, habría sido capaz de manipular el rubor de mi tez para que pareciera que me importara. Tengo algunas habilidades ocultas, y una de ellas es este sorprendente camuflaje que soy capaz de adquirir. No obstante, en este instante no era necesario fingir: Satomi no me importaba y, en el fondo, Yûdai lo sabía.

  —Una pena —me limité a decir sin mucho entusiasmo.

  Yûdai no dio mayor importancia a mi comentario, pues captaba el sarcasmo. Lo cierto era que yo solo fingía estar enamorado de su novia para hacerme el interesante a los ojos de los demás, pero en el fondo solo la apreciaba como una amiga, nada más.

  —Es lo que hay —se limitó a decir.

  Al parecer, en lo que respectaba a Satomi él siempre se quedaría con la última palabra. Me incorporé para entrar una vez más en la estancia, cuando él me tomó de la muñeca. Me giré, sorprendido, y descubrí en su rostro una mirada que nunca antes me había dedicado. Sentí cómo mi corazón se aceleraba y la respiración se me hacía más pesada. Él percibió todo ello y pareció disfrutar de mi conmoción como quien disfruta de una tarta de chocolate. Aparté la mano rápidamente y entré en la sala. Él permaneció un poco más fuera, fumando, y entró más tarde.

  Fue estúpido por mi parte alejarme de él, sobre todo cuando tanto quería que me tocara. Pero no quería causar problemas a nadie y, por encima de todo, ése no era el momento ni el lugar. Yûdai debió notarlo y por eso me dejó marchar. Hacía tiempo que nos comunicábamos tácitamente, sobre todo desde que habíamos tenido nuestro primer encuentro. Me negué rotundamente a olvidarlo, a pesar de que ese fue nuestro acuerdo. Prometí no entrometerme en su relación con Satomi, pero fui incapaz de jurar que lo olvidaría, si bien no le dije exactamente el por qué. Yûdai solo pensó que porque había sido una situación traumática o algo así, pero no es cierto. Si no quise olvidarlo, Yûdai, es porque desde hacía tiempo te amaba en secreto y nunca dejé de hacerlo. Eso debí decirle. Pero no lo hice. Debió pasar mucho tiempo para poder decírselo.

***

  Esa noche habíamos estado ensayando hasta bastante tarde. Satomi estaba enferma, por lo que nos reunimos los demás para practicar solo las melodías. Como de costumbre, Saburô estaba allí presente para ver nuestro progreso, aunque todos sabíamos que solo perseguía a Haru porque le daría pereza salir a buscar a otra persona. Llovía a cántaros cuando Kouta se hubo marchado, el último de todos. Nos quedamos Yûdai y yo practicando un buen rato más, hasta que nos dimos cuenta de que eran las tres de la mañana. Dejamos los instrumentos en su sitio para volver cada uno a su respectivo apartamento, cuando un trueno retumbó en el cielo y las luces se apagaron. Llamé a Yûdai dos veces, hasta que me lo choqué y nos reímos. Volvió la luz y me encontré con que estaba más cerca de mí de lo que creía.

  —¿Qué deberíamos hacer? —le pregunté, girándome para recoger la pedalera de la guitarra.

  Entonces oí el clic del interruptor y la luz del estudio se apagó. Di media vuelta, algo asustado, y me encontré con que había sido Yûdai quien había apagado las luces.

  —¿Qué haces? —le pregunté, entre risas.

  Yûdai soltó una leve risa a medida que se acercaba a mí.

  —Deberíamos quedarnos a dormir aquí —sugirió —. Está lloviendo mucho, no podemos ir a pie. Y un taxi va a salir demasiado caro. Tenemos el estudio hasta mañana a las doce.

  Enarqué las cejas.

  —¿Y Satomi? —pregunté.

  —No pasa nada —se limitó a decir —. Hay sillones ahí dentro —señaló la sala de controles —. Vamos.

  Lo seguí hasta allí, donde había una tenue luz sobre la mesa de mezclas.

  —Cuántos botones... —dije, impresionado.

  Yûdai rió.

  —Qué crío —susurró, sacudiendo la cabeza.

  Me crucé de brazos y me senté en un largo sofá que estaba en el fondo de la diminuta estancia. Él se sentó a mi lado y encendió un cigarrillo.

 —¿Estás seguro de que eso se puede hacer? —le pregunté.

   Él se encogió de hombros y se entregó a la labor de fumar. Me dieron unas ganas tremendas de hacer lo mismo, por lo que le quité el cigarrillo y le di una calada. Él exclamó mi nombre e intentó quitármelo, hasta que estiré el brazo hacia el lado contrario. Entonces me empujó contra el sofá y se me puso encima para, finalmente, quitar de mis manos el dichoso cigarrillo. Nos reímos.

  —Bueno, ya puedes quitarte de encima —le dije, empujando su torso con ambas manos.

  De pronto, él tomó mis muñecas con ambas manos y se me quedó mirando con el cigarrillo en la boca. Le sostuve la mirada algo sorprendido, pero no supe muy bien qué decir o hacer. Yûdai tomó el cigarrillo, sacudió la ceniza y lo aplastó en el cenicero a medida que soltaba el humo que había acumulado en los pulmones. Acercó su cara a la mía lentamente. En cuestión de segundos, su lengua acarició la mía de la manera más estimulante que nunca se me hubiera ocurrido. Solté un suspiro por la nariz, a lo que él comenzó a enlazar la lengua con la mía. Mis manos se movieron por sí solas para acariciarle el torso, y él no me lo impidió en ningún momento. Sus dedos se entrelazaron en mis cabellos y yo sentí que me fundía de placer. Dejó de besarme para hundir la cara en el espacio entre mi cuello y mi hombro izquierdo, a lo que le acaricié la nuca. No podía dejar de sonreír, aquello parecía uno de los tantos sueños que había tenido con él.

   —Satomi no puede saber nada de esto —me dijo, somnoliento.

  Asentí.

   —Solo estoy confuso por el sueño —agregó. Poco a poco, sentí cómo me empezaba a doler el pecho. Se incorporó y se sentó en el sofá, a lo que yo me levanté también —. Olvida todo esto, Makoto —me dijo, mirando al frente.

  —No puedo jurar que lo haré, Yûdai.

  Sin preguntar el por qué, Yûdai se echó hacia atrás y cerró los ojos. Apagué la luz que iluminaba tenuemente la mesa de mezclas y me senté en el sofá a su lado. Oí su respiración acompasada: se había quedado dormido.

  Mi corazón está hecho de un material muy duro, se agrieta, pero no se rompe. Aunque Yûdai hubiese querido destrozarlo aquella noche, no lo habría conseguido. Sus dolorosas palabras habían sido empañadas por el dulce sabor de sus labios. Deslicé la mano por el sofá para tomar la suya; quería perderme en el mundo de los sueños con él. 

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