II.

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Ellos me miraron. Sus ojos clavados en mi presencia una vez más. No es que en general fuese lo común, porque yo no era el líder del grupo —ni ninguno, cada uno aportaba lo suyo con su personalidad, sin más. Nadie destacaba sobre el otro—, pero siempre que decía esas palabras, sus mentes recorrían millones de posibilidades sobre las ideas que podía tener.

—Cada vez que dices eso nos asustas Mike. ¿Qué te pasa ahora? 

Yo solo me dediqué a sonreír enseñando mis dientes, pillando mi labio inferior entre ellos. La sonrisa aumentaba pero yo intentaba controlarla de esa forma aunque fuera imposible.

—Larguémonos.

Todos sus pares de ojos se abrieron al momento, sorprendidos.

—¿¡Qué!? —lo vociferaron al unísono. Nadie podía decir que no nos conocíamos desde hace años.

—Lo que oís. Pidamos un permiso de vacaciones en nuestro trabajo, dejemos la universidad durante unos meses, hagamos la maleta y larguémonos. Llevamos en esta ciudad años, ¡años! Nunca he visto mundo. No he ido a Japón, ni a China, ni a Grecia. No he salido de Estados Unidos. ¿No os apetece a vosotros ver algo más que el estúpido estado de Kansas? 

Dudaban, podía olerlo. Las aventuras siempre habían sido lo mío... Siempre. Y en muchas de ellas eran mis amigos los que me acompañaban en el viaje. No quería que esta vez fuera diferente.

—No me hagáis pedirlo por favor.

—Arrodíllate y me lo pienso.

Todos nos reímos ante la broma de Carla. Esa era su manera de decir que ya se había subido al barco antes de que incluso propusiera la idea.

—¡Vámonos!

Y aquella noche, con las pizzas a medio comer y las cervezas medio vacías, dejamos nuestra vida atrás para embarcarnos en una aventura que nos conduciría a muchas otras.

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