IV

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—Uno, dos, tres, probando, probando. ¿Funciona el micro? 

Carl estaba tocando con el dedo índice el micro mientras se tambaleaba en su asiento. El tequila le había dejado bastante torcido, ¡borracho como una cuba madre mía! No podía mantenerse en pie, sus mejillas regordetas estaban coloradas por lo que aún resaltaban más sus pecas. Su flequillo mal cortado (por sí mismo, rehúsa siempre de ir a la peluquería alegando que son un timo) cae por su frente y se le llega a pegar en ella.

—¿Siempre hace este calor en México? 

La poca gente que hay en el local a media noche no responde, de hecho, le miran como si fuera un tío muy extraño. No los culpo, Carl era el gemelo rarito de los dos, ¡y anda que su hermano Austin no lo era, madre mía! Entrarían en el libro de récord Guiness por sus extrañezas, pero por muchas veces que haya intentado convencerles nunca han querido. Lástima. 

Yo me reía por la situación. Las chicas estaban a su bola, pero Austin y yo solo provocábamos a Carl un poco más para que terminase contando alguno de sus chistes malos. No, ¡qué digo malos! Más allá de malos.

—Vale, vale, contaré algo... ehm... —se frotó la barbilla antes de hablar, riéndose. Ni siquiera chapurreaba el español ni era capaz de hablarlo bien—. ¡Lo tengo lo tengo! Un entrenador le dice a otro: ¿Y qué le parece ese chico? El entrenador responde, es un jugador muy prometedor. El otro, le dice: ¿juega bien? Y el entrenador termina diciendo: no, pero hace años que me está prometiendo que jugará mejor.

Nadie se rio. El facepalm que la gente hizo, casi al unísono, fue muy grande. 

—Malditos. ¡Tenéis el humor en el ojete! 

El ruido de una silla cayéndose y un hombre de casi metro noventa por lo menos y corpulento apareciendo en escena fueron las señales de que estábamos en problemas. Si lo estaba Carl, lo estábamos todos.

—Oye tío relájate que no ha sido para tanto.

Pero Carl no midió su fuerza al querer separarlo de sí mismo y el tipo terminó cayendo contra una mesa, destrozándola, rompiendo los vasos y las bebidas. Nosotros nos reímos, las chicas se aguantaban la sonrisa.

—¿Ahora?

—¡Ahora!

Y mientras nos gritaban que debíamos la cuenta, que nos acordaríamos de esta y mil lindeces más, nosotros corríamos calle abajo sin saber a dónde teníamos que ir, con la adrenalina recorriendo nuestras venas, pero también el alcohol.

YouthDonde viven las historias. Descúbrelo ahora