Escrito de Istumo.

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                                                                                           I

Era 23 de febrero, durante una velada afortunada en mi casa de Tokio, viendo como el humo que exhalaban los comensales se juntaba en densas nubes alrededor de la mesa y sobre ella. Platicábamos plácidamente; en verdad que esa atmosfera pesada era un maravilloso incentivo para las pláticas más diversas que pudieran ofrecer mis invitados. Hablaba libremente con mis amigos sobre aspectos distinguidos de la sociedad del tiempo y de tiempos pasados. Entre los invitados más sobresalientes se encontraba Riunuzuke, un viejo amigo que tenía unos lentes que parecían dos lupas y una sonrisa de aquellas que acostumbran tener los tipos de negocios, o sea, cálida y a la vez intimidante, con unos dientes más amarillos que el maíz.

- Gracias amigo.

Me acababa de entregar un regalo que tenía un aspecto viejo e insignificante a comparación con los demás objetos fulgurantes que adornaban la mesa como la cereza adorna al pastel. Me lo entregó sin envolver.

- La compré aquí en Tokio- me dijo al verme tratar de adivinar el propósito que tenía lo que me había dado, y continuó diciendo- Me dijo una señora que atraía la buena suerte y como escuché que tienes problemas con tu novela.

- Gracias, en verdad que me hacía falta- Al decirlo traté de esbozar una sonrisa igual de grande que la de él, pero no pude.

Todos los demás invitados me regalaron cosas que mostraban el poco o el mucho aprecio que me tenían, algunas muy caras y otras que de seguro habían guardado en sus sótanos en espera del momento perfecto para sacarlas de ahí; pero de todos los regalos el más fascinante era la caja musical de Riunuzuke, que al momento de abrir me sorprendió. La pequeña caja era de madera y en su tapa tenía un grabado en el que decía una frase en letras rojas: "El tiempo vuela, el tiempo se dilata, llevándose todo consigo, pero el alma permanece". En su interior había un pequeño dibujo que mostraba a la lejanía un mar de un color azul con aguas que se expandían y envolvían a las arenas. No pude evitarlo, desde un principio me cautivó y no sé qué fue lo que me causó ese efecto. Tal vez nunca lo sabré.

Al siguiente fin de semana, ya teniendo todo preparado, me mudé a una pequeña cabaña de las afueras de Tokio, en donde sabía que al estar a solas con mi mente podría sacar más frutos de ésta.

La cabaña era bastante grande. Tenía dos pisos extensos, en donde se tenía una exquisita vista del bosque y de un bello amanecer. Durante la noche las estrellas brillaban, haciéndome pensar que no podía existir lugar mejor en donde vivir.

Cuando comencé a escribir en esa cabaña solía colocar la caja musical sobre mi cama y mientras yo profundizaba en mis escritos, la caja sonaba y sonaba, su melodía me acompañaba y aun después de escribir un rato, colocaba mis pies sobre el escritorio que tenía ahí, cogía mi botella de sake y dormitaba un rato, mientras tanto mis sueños se estremecían con el ritmo melancólico que tiene claro de luna y me perdía en fantasiosas imágenes dentro de mi cabeza.

En los primeros días en aquel lugar pensaba con mucha frecuencia en la familia que me hubiera gustado tener: una esposa, dos hijos. Hubiera sido maravilloso, ellos conmigo, viendo como surgía como escritor reconocido, pero ya a mis cuarenta y cinco años, esa posibilidad, la de tener una familia, cada vez se evaporaba más y más.

En el primer mes que pasé en la cabaña todo marchó a la perfección, no sentí en ningún momento soledad. Sólo me concentré en mis escritos, descansaba y disfrutaba de ver los amaneceres, de salir a pasear horas y horas por el bosque y en particular, de escuchar esa caja musical.

Con el paso de los días mi gusto por la caja fue disminuyendo de grado hasta casi desaparecer; entonces resultó que esa hermosa cajita musical que en un principio era fabulosa ante mis ojos se convirtió en un adorno más y fue a parar al interior de una de las gavetas de mi buró, encerrada, hasta que me volviera a acordar de ella por alguna casualidad.

Mi escrito creció. Al parecer era cierto lo que me había dicho Riunuzuke. Las hojas engrosaban el libro. Sentía que los personajes creados por mí tenían movimiento y pensaban. Prácticamente tenía ya tenía un compromiso con ellos.

Así que en las siguientes semanas me sumergí en un río de ideas y trabajo, me recluí en la cabaña y no salí para nada, solo lo que me hacía compañía era el ulular del viento y el ruido que hacía la hojarasca al ser arrastrada en las noches.

Un día, viendo que estaba más cansado que de costumbre, decidí acostarme más temprano, así que me bañé, cené y me acosté plácidamente pensando si mañana sería un día fuera de lo normal. Pero en el momento en que ya me encontraba bajo las sabanas y oía el ruido del exterior, me llegó otro rumor extraño, que sonaba como a...una melodía; al principio se oía lejana, como si viniera de algún lugar refundido en el bosque, pero se escuchaba apagada, luego me di cuenta que en realidad no sonaba lejana si no sólo apagada, como si vinera de algún rincón de la cabaña. Esta melodía era conocida. La recordé fácilmente. Era la melodía de mi caja musical, ya olvidada y refundida en el buró. Me levanté y la saqué de su escondite polvoriento. Esta se encontraba cerrada, sin que se le hubiera dado cuerda. No había motivo por el cual sonara, así que se me hizo un suceso extraño simplemente, pero no para una mayor consideración. Ya era más de media noche, así que me volví a acomodar en mi cama y traté de conciliar el sueño, que momento antes había perdido con el leve susurro.

A la mañana siguiente me levanté más temprano. Tenía demasiados planes en mente como para no aprovechar el día. Inicié tratando de escribir un poco, pero mi almacén de ideas se encontraba vacío, todo estaba agotado, así que me dispuse a prepararme un desayuno; al terminar éste, me dirigí a mi cuarto para revisar unas hojas que tenía guardadas, al momento de entrar mi impresión fue amplia al notar la caja musical fuera de su lugar y sin una pizca de polvo encima. La miré con curiosidad por un momento y tuve la vaga impresión de que me sonreía, con su tapa medio abierta y su llave a un lado, como invitándome con burla a que la cerrara si podía; pensé, que tal vez yo, al buscar algo la había sacado y olvidado meter, pero era imposible, en ningún momento había tocado la maldita caja. En ese momento no quise meditar sobre eso, ya tenía suficiente tratando de encontrar ideas, que días anteriores me sobraban, así que la dejé donde estaba sin importarme. Y llegó la noche, había perdido el resto del día tratando de escribir algo bueno, pero mi imaginación se encontraba inservible, incapaz de generar vida, así que decidí dejarla descansar, pensando que tal vez eso era lo que en verdad necesitaba y me acomodé en una mecedora, enfrente de la ventana de mi recámara. Observé el panorama exterior, en el cual se podían ver los pinos, el cielo ya de un color púrpura por el anochecer y la luna se hacía ver como una gran moneda plateada en el cielo, de un brillo deslumbrador y a lo lejos una negrura repugnante. Estaba cansado, pero en realidad no había hecho nada en el día.

Esa noche tuve mi primera pesadilla. Me veía con las manos llenas de sangre enfrente de mi espejo de baño, con ojeras y un mechón de cabello sobre mi frente sudorosa; había un brillo que salía de todos los rincones, mis cabellos estaban pegajosos. Un fuerte temblor recorría todo mi cuerpo. Sobre el piso se veía un cuerpo, pero al momento de tratar de reconocerlo me desperté sobresaltado por un rumor extraño que procedía de mi recámara. Era la caja, que sonaba con insistencia y su tonada me aceleró el corazón, la caja no estaba encima del buró como la había encontrado en la mañana, sino que estaba tirada en el suelo y con las pocas cosas que tenía adentro desparramadas por el suelo. Me acerqué con movimientos rápidos y torpes, la levanté junto con lo demás y la coloqué de nuevo donde estaba. Después solo estuve parado, y todo de nuevo estaba en silencio...pero en medio del ruido del viento había otro que no pude dejar de notar, era una risa... que sonaba tan lenta, tan fingida que pensé por un momento que la estaba imaginando, que solo eran ruidos mezclados y así traté de pensar toda la noche. Otros ruidos continuaron toda la noche, pero solo era la madera de la cabaña siendo agitada y maltratada por el viento.

Claro de LunaWhere stories live. Discover now