Capítulo 28

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-Tell in spagnolo-le farfulló Justin.
-No, mi vergogno-musitó Chaz.
-Qual è il tempo a flirtare con lei? Non capisce-el rostro de Justin se volvía serio y su voz no tenía ese tono amable.
-Perché so che gli piace l’accento italiano- Chaz se encogió de hombros.
-Non vedo il punto- Justin se cruzó de brazos y luego me miró.
No sabía cuál era mi expresión, pero hasta sentía un signo de interrogación dibujado por encima de mi cabeza. Odiaba no entender nada.
-Chaz dice que eres una bella princesa y que a él le gustaría ser tu príncipe-me dijo, pero parecía molesto.
-Stai zitto!-protestó Chaz a Justin, enrojeciendo por completo.
Miré a Chaz, enternecida.
-Qué lindo eres, Chaz. Gracias-dije, y él enrojeció más. Sin embargo, Justin permanecía de brazos cruzados y con rostro duro.
La fierecilla apareció de pronto, bailando de alegría por que creía que lo que Justin tenía eran celos y aunque no quisiera aceptarlo, a mí también me gustaba la idea.


La tarde había llegado y el sol se había ocultado ya en algún punto del cielo cuando volvimos al departamento. Había sido increíble haber pasado todo un día con Justin cuando no estaba en mis planes. Me sentía mal a veces de haber utilizado a Chaz en varias ocasiones para sacarle ese rostro adusto y un ceño fruncido a Justin. Pero más allá de la remota culpa, se sentía bien.
-¡Uff! Fue un día magnífico el de hoy-dijo Chaz, riendo complacido.
-Lo fue-concordé-. Gracias, Chaz.
Besé su mejilla ligeramente coloreada por una bella pincelada rosa y crucé los dedos por que el ceño fruncido de Justin apareciera de nuevo en su bello rostro. Le miré por la colilla del ojo cuando me alejé de Chaz y lo vi con las manos en sus bolsillos y la mirada baja, como si quisiera evitar ver. La fierecilla se decepcionó.
-Hasta luego, Chaz-le dije.
-Hasta luego, principessa-rió, tímido, luego dio la vuelta y se introdujo al departamento de su tía.
Miré a Justin quien ahora esbozaba una linda sonrisa, ¿no le había afectado en nada mi patético intento por ponerlo celoso?
-Qué grosero es Chaz, no se despidió de mí-dijo, pero mantenía aun esa sonrisa.
-Es un poco despistado, no te lo tomes a mal-sonreí.
Abrí la puerta y él me siguió.
-Son las seis treinta de la tarde, ¿qué quieres hacer?-me preguntó.
-Estuve caminando casi todo el día por la plaza, no creo que me queden ánimos de hacer algo más-musité, aventándome al sofá y dejando la rosa roja sobre la mesa de centro.
-¿Quieres jugar cartas?-sugirió, sentándose a mi lado.
-No, siempre me ganas-hice mohín y el rió por lo bajo.
-Bueno, que tal… ¿ver una película?
-Ya vi todas las que Sharon tiene, y me da pereza ir hasta el video club a rentar una. Lo siento-musité, negando.
-Está bien, ¿por qué no jugamos a las diez preguntas?-insistió.
-Bueno creo que eso puedo hacerlo sentada aquí-reí y me crucé las piernas sobre el sillón, acomodándome para quedar cara a cara con Justin.
-Está bien, comienza tú-me dijo.
-Me dijiste que te gustaba la música. ¿Alguna vez has escrito una canción?
-Sí, tengo algunas letras, pero no son tan buenas-sonrió y bajó la mirada.
-Estoy segura de que son geniales-animé.
-Siguiente pregunta-rió.
-¿Algún día me ensañarás una?
Me miró y rió de nuevo por mi insistencia.
-Está bien, algún día-prometió.
-Bien. Veamos…-pensé- ¿tu punto más cosquilloso?
-Emm… el cuello-dijo, como quien no quiere la cosa.
-¿Qué hay de tu futuro?-pregunté, meramente curiosa.
Se encogió de hombros, elegante.
-Pues sólo estoy seguro de una cosa. No seré administrador como Chris -rió-. A lo mejor, quizá, compositor.
-¿Compositor? ¡Dios, eso sería fenomenal!
-Gracias.
-¿De qué hablan las canciones que escribes?
-De la vida, de mí, del amor…-se encogió de hombros de nuevo.
La fierecilla se removió y me animó a preguntar:
-¿Alguna vez le escribiste alguna a Sharon?-inquirí, temerosa por la respuesta, porque la fierecilla no sólo era terca, también era sensible.

Se quedó serio por un segundo, con un semblante duro e inexpresivo. La fierecilla se removió curiosa inquieta e impaciente.
-Me da pena admitirlo-bajó la mirada-. Pero no-musitó.
-¿Por qué no?-mi ceño se frunció pero la fierecilla sonreía alegremente.
-Es que…-elevó una de sus manos hasta su cabeza y la rascó despeinando su corto cabello- lo intenté, de verás, pero las palabras que salían y las frases que se formaban… simplemente no me gustaban. No eran buenas.
-Pero al menos lo intentaste, y ya sabes lo que dicen ‘La intención es lo que cuenta’-le sonreí, aliviada y feliz.
-Supongo-asintió riendo-. Siguiente pregunta.
-Está bien, veamos… ¿Qué pensaste de mí la primera vez que me viste?
Sonrió, dejándome ver todos esos hermosos y perlados dientes.
-Que eras _______, la amiga de Sharon-dijo.
-No eso, eso ya lo sabías. Me refiero a la primera impresión.
-Oh, bueno. Recuerdo que me reí porque peleabas con la puerta-sonrió- y pensé que eras divertida; luego me seguiste la plática, entonces supe que eras sociable; para después deducir que eras agradable porque era fácil reír contigo.
-Oh, vaya. Gracias-musité, ligeramente ruborizada.
-Siguiente pregunta.
-¿Qué extrañas más de Canada?
-Diría que mi familia, pero ellos viven aquí así que…-pensó- tal vez mi antigua universidad: me gustaban las fiestas-rió-. Siguiente y última pregunta.
-¿Me las estás contando?
-¡Claro! El juego se llama ‘diez’ preguntas, ¿no?
-Está bien, está bien-manoteé.
Pensé muy bien mi última pregunta, y sólo se me vino a la mente la que había estado pensando desde el inicio del juego, incluso mucho antes. Pero no sabía si hacerla era buena idea, sin embargo la fierecilla insistió hasta que las palabras salieron de mi boca con sumo cuidado.
-¿Por qué te fuiste de Canada?-musité, tímida y con la voz apenas audible.
Él se quedó en silencio de nuevo y luego bajó la mira. ¡Tonta, tonta, tonta! Me decía una voz interna; si no se lo contó a Sharon, no sé por qué tenía la esperanza de que me lo contara a mí.
-Es que no quería estar más en ese lugar-comenzó, con un tono de voz que se fue haciendo agrio conforme hablaba.
Iba a conformarme con aquella respuesta, creyendo que él ya no seguiría hablando; pero su boca se abrió de nuevo… ¿estaba dispuesto a contarme a mí… todo?
-La razón fue una chica, Kristen-su mirada estaba gacha, puesta atenta en el verde cojín del sillón-. Ella fue mi novia durante un año; estábamos bien, ó eso creía yo, hasta que un día llegué a casa y mamá me dijo que Kristen se había ido y me había dejado una nota, una especie de carta o algo así…-se quedó en silencio y respiró de forma notable varias veces, mientras que yo sólo observaba cómo su perfecto abdomen se inflaba y desinflaba bajo la camisa azul que vestía; luego continuó-. Subí a mi habitación y me senté a leer la nota; decía que se iba, que no la buscara y que era el fin de nuestra relación. Que lamentaba que eso tomara tanto tiempo y que se iba simplemente porque se merecía algo mejor que… yo-su semblante de ángel ahora parecía como si estuviese tallado en piedra, con una expresión hostil y entristecida a la vez-. Terminé el año que me faltaba para graduarme y salí corriendo de ese lugar tan pronto pude; lo primero que se me ocurrió fue ir hasta Japón, pero llegué primero a Italia, aquí, me gustó y descubrí que era lo suficientemente lejos de ese lugar, así que decidí quedarme. Mi familia se mudó al año siguiente, cerca de mi apartamento. Mientras me iba esforzando en no recordar aquello ni nada de ese lugar. No te voy a negar, que sí me dolió. Yo la quería bastante y para ella simplemente no fue suficiente…-su voz se perdió y luego el silencio apareció de nuevo, y supe que ya no hablaría. 

Manual de lo Prohibido (Justin Bieber, fanfic) Adaptada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora