"Curtiendo para el momento del climax"

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Recuerdo luces blancas pasar por encima de mí y las encubiertas de los enfermeros quienes me atendieron en el hospital. Experimento nuevamente la sensación de la aguja entrando en varias zonas de mi cuerpo sin hacer efecto alguno el anestesiante.
Visualizo aún los bisturíes y la helada sensación del instrumento rasgando mi piel.
Recuerdo todo, pues fue la primera sensación de levitar y desprenderme de mi envase físico terrenal, fue un hormigueo en mis dedos sentir como mi ánima se trataba de exiliar de mi cuerpo.

Pasaron semanas, varios meses, hasta que pude volver a pararme y caminar por mi cuenta. Al caminar por el hospital pude sentir el mórbido frio de los barandales, las manos que se aferraron a ellos y los ancianos que vio bajar. Cada noche transitaba los pasillos a oscuras, a veces llorando y otras divagando pensamientos. Pedí que me trasladaran a un cuarto vacío, pues no podía convivir con otros pacientes viéndome y lamentándose por mí.
Desde esa soledad, la triste era más llevadera, esa luz cristalina de luna me reconfortaba más que la luz led artificial de mi anterior cuarto.
Habían tardes en las que la tonalidad miel empapaba mi perdido lugar de tranquilidad y calmaba mis tormentos psicológicos. Pasando las horas ya no me sentía solo, pues a cada pregunta me las respondía yo. Llegó un momento en el que el inocente amigo imaginario de cuando era un infante, volvía a sentirse real para mí. Creí haberme vuelto lunático cuando por primera vez vi a mi reflejo moverse frente de mí en el espejo.
Estaba asustado, hasta que comencé a acostumbrarme a verme sentado frente de mí, con la bata de enfermo sucia y la cabeza y brazos vendados.
Cada día, frente del espejo cambiaba yo solo las vendas de mi cara. Cuando las enfermeras llegaban solo las miraba desde los ojales de las vendas sin decirles ni una sola palabra y se marchaban dejándome una bata nueva y limpia. Hubo un tiempo en que lloraba todas las noches y mi reflejo, o mi doble, me calmaba. Me contaba esas historias que me narraban mis abuelos y hace tiempo había olvidado. Yo mismo me habría convertido en mi mentor.
Al cabo de 7 meses ya me había sanado físicamente. Mis heridas habían cicatrizado y mi cuerpo retomado las fuerzas que necesitaba.
Pero... Mi cabeza no había sanado... aún podía verme a donde quiera que vaya.

Finalicé el 8vo mes y me dieron el alta. Por mis excelentes notas en noviembre del año anterior, los profesores no lo dudaron y aunque falté el mes de noviembre al colegio, me hicieron pasar al año siguiente. Habían pasado 8 meses, en los cuales cursaba desde el hospital, el año que me correspondía de secundaria.
Cuando salí del hospital, caminaba encapuchado y aún vendado por las calles de la ciudad. Solía esperar a que oscureciera para que mi rostro deforme no llamara tanto la atención. Mi reflejo me acompañaba a todas partes, en la parada del colectivo, en casa y hasta me alertaba de peligros en los callejones suicidas por donde me gustaba caminar para que me mataran por una maldita vez.
Me tomé una semana más para acoplarme de nuevo a la rutina y prepararme psicológicamente para la vuelta del colegio.

Alvolver al colegio, todos estaban ahí, un poco cambiados por el tiempo pero notanto como yo. Caminando por el curso lo volví a ver... Estaba ahí, sentado consu pandilla de peones, riéndose por mi nueva apariencia.
Enfurecido crucé el curso sin despegarla mirada de él y salí afuera. Todos y absolutamente todos quedaron aterradospor mi brusca e impredecible reacción... en especial él.
Escondido y acurrucado donde me habíandado mi primera paliza, recorrí cada uno de esos momentos, pero esta vez nosentía miedo ni terror, sentía odio, mi más sentido y puro odio hacia ellos.
Luego de tanto tiempo sin llorar desdeel hospital, derramé una lágrima y fue ahí cuando aparecí reflejado de nuevo.


~~~ Capítulo IV ~~~

Agustin A. Gomez Garnica. [Zenn]

¿Cuantas veces lo he de contar?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora