"Preparando el paquete para los médicos."

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Esto se convirtió en un castigo diario, tras cada tres días me tocaba una sesión. Cada semana era sentir como una pandilla de pequeños matones me masacraban hasta casi ya no poder pararme.
Al pasar el tiempo su malintencionada imaginación crecía. Ahora utilizaban objetos contundentes, palos, tablas, los caños de las mesas y sillas rotas del colegio... todas ellas usadas para quebrantar físicamente mi cuerpo.
Fue un viernes 21 de Octubre cuando llegaron a un extremo sádico de tortura para la edad que tenían esos engendros malnacidos.
El día anterior, el jueves había sido mi cumpleaños, pero nadie en el curso pretendió saludarme. Deprimido y solitario, en uno de los recreos me senté solo y alejado te todos en un rincón del curso. Veía con ojos lagrimosos como todos charlaban entre sí, notando como por milésimas de segundo tiraban una mirada hacia mi rincón oscuro y alejado.
Ese día Juli se me acercó luego de tiempo de no habernos dirigido una palabra, luego de haberme negado la charla desde hace mucho.
Me contó lo que sucedió ese día que empezó todo y absolutamente todo cambió. Todos en el curso la miraban a ella como diciendo "Noo... no le hables, puede llegar él...", pero ella omitiendo todo me miró triste y me contó todo.
El día viernes no me lo olvidaré jamás, pues marcó mi vida, marcó un antes y un después con sangre y odio.
Esa mañana nos tocaba hora libre, y a mí me tocaba mi sesión semanal. Quise hablar con Enzo, y mientras nos encarábamos, cada palabra mía incrementaba su odio y rabia, pero no tan solo le molestaba, le pesaba, pues ya sabía todo.
Recibiendo golpe tras golpe no paraba de mirarlo fijo en la cara y sufriendo aún le decía las verdades y sus debilidades en su mismísima cara. Exhibiendo y dando a conocer frente a todos sus impotencias y miserias. Llegamos a un punto en el cual él ya se habría quebrado moralmente y frente la vergüenza experimentada públicamente en el patio del colegio se desató la furia del animal.
Tomándome entre todos sus secuaces, me llevaron a un curso vacío, y trabando la puerta, el odio y la rabia de ese ser acomplejado y envidioso envenenó su razón y suprimió cada fibra de sus límites para mortificarme.

Dentro del curso, Enzo comenzó a golpearme desmedidamente, tan salvajemente que desde mi estómago vomité sangre y bilis en sus manos. Tras cada golpe, tras cada patada, tras cada desgarro contra las mesas, las sonrisas excitadas por la confusa y maliciosa "diversión" del momento, cambiaron gradualmente en los rostros de los pequeños pandilleros, pues pareciera que haber visto a su cabecilla jefe sacarle sangre a montones a su víctima diaria les habría despertado la consciencia humana. Ya se me notaban los machucones y moretones en los brazos, tras cada llanto embronquecido de Enzo llegaban más alumnos a espiar tras el cerrojo de la puerta, tras cada intento mío de levantarme era volteado de nuevo por un puntinazo en mi nariz, pasando los minutos y viendo la barbarie cada uno de los que acompañaba a Enzo se fue retirando asqueado y perturbado del curso.
Él enfurecido como si tuviera mil demonios adentro, lloró cada vez más resentido y yo infringiendo en su cabeza, aunque me estaba desmayando por el dolor de mi cuerpo, no paré de echarle frases dolientes a él. Me guardé lo más pesado para el final, algo que le pesaría mil mundos saber que yo lo sé.
Burlonamente lo miré y mofándome de ese tema se lo dije...

Ese viernes, mi cara fue desfigurada con un lápiz astillado y mis brazos tajeados por un vidrio que Enzo habría roto para matarme, pero no pudo pues un docente lo habría separado de mí.


~~~ Capítulo III ~~~

Agustin A. Gomez Garnica [Zenn]

¿Cuantas veces lo he de contar?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora