La tarde de un hombre anacrónico

907 10 4
                                    


Estoy atrapado en entre Cortázar y Hesse, rumiando canciones más viejas que yo. Pongo agua en la estufa y dos cucharadas en el colador. Cuando tardás mucho en el mismo libro la narrativa de aquél cadáver comienza a incorporarse a tu vida y leés la mañana con pinazas borravino y puentes parisinos que no existen (al menos no tan lejos de París), las personas cobran aires burgueses y pensás que en alguno de esos edificios se esconde un anciano con un cuarto lleno de libros llenos de notitas llenas de aforismos.

Cuelo el café y me sirvo sin siquiera pensar en el azúcar, salgo al patio y enciendo un cigarrillo con el aire de quien ata una cuerda a una viga. "Deberías dejarlo" me repica en la mente una voz cadenciosa y ahogada como el recuerdo de un viejo pianista que tocaba sonatas en otro cuerpo. ¿Qué hará ella ahora? Seguro alguna niñería típica de colegiales encarcelados mientras algún profesor reseco intenta hacer tangente en sus cerebros. Casi me la imagino desempapelando su habitación, esa que yo emapelé con poemas y otras groserías. Estoy hablando como un anciano, completamente anacrónico, desfasado, desubicado, como un huérfano el día de las madres, como un turista en Alemania preguntando por el muro, como una buena noticia en un saco roto. Todavía la extraño pero ya no la quiero cerca.

Es una reminiscencia constante, espectro de besos, huellas en la piel, pero no en mi piel sino más bien una añoranza que se pudre en mis manos. Aun me levanto en la mañana y le doy los buenos días hacia adentro mientras la parte más afilada de mí me reprocha la estupidez de estarme tragando el presente simplemente porque no me agrada. Aún guardo dinero pensando en un regalo que jamás compraré o pagar el pasaje de un bus que jamás tomaré, y cuando recuerdo aquello corro a la tienda pensando en que sólo quedan dos en la cajetilla. Si anochece cerrarán y mi sangre se limpiará extensa y dolorosamente en un proceso similar al de restregar una olla con una esponjilla de metal, removiendo asperezas y manchas negras hasta que la superficie brille esperando quemarse otra vez. Así, mejor no brillarla nunca.

Una lógica devastadora me llena de explicaciones, de razones, de estructuras. Es complicado de explicar porque se ve como una telaraña con nodos en todas partes, para leerla debes ir y volver entre esos nodos, uno por uno, haciendo memoria de en cuales ya estuviste, yo puedo hacerlo porque tengo el esquema en la piel, pero cómo explicárselo, como separar cada nodo sin romper la fina red que los une. Explicarlo sería estropearlo.

Yo no quiero muchas cosas. No vivo preocupado por lo mismo que se preocupan otras personas que escriben cosas en su lista. Yo no tengo lista.

Estoy viviendo en un tiempo que le pertenece a ella, que decidí dedicarle y ahora que lo ha rechazado no tuve de otra que quedarme con él a sabiendas de que permanece a su nombre. Y todo es culpa de la dialéctica, de la oposición natural que nos separaba en una constante incitación a permanecer juntos, en un tira y afloja sin desenlace distinto al cansancio. Sí... me cansé, y hace gracia porque siempre juré que sería ella la cansada, pero no tenía cómo cansarse si hace tanto que me dejó jugando sólo. Heme acá, jugando el juego del olvido cuando no hago más que recordar. 

Una y mil vecesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora