"Me siento como una persona pobre, de aquellos que no tienen ni un sólo centavo, o peor, un motivo. Y aún en esa situación tan triste, he decidido entrar todo harapiento a una joyería que queda en esta ciudad y en este mundo. Voy y me paro enfrente de una de las vitrinas, pero no la escojo al azar si no que el joyero, una voluntad enormemente superior a mí, algo así como Dios o el Destino, me invita con especial énfasis y amabilidad a observar lo que él ha preparado y que yace detrás de ese cristal en específico.
Al acercarme, encuentro allí la piedrecilla más hermosa que se ha visto jamás y me encuentro a mí mismo abrumadoramente conmovido y eclipasdo por ella. El joyero me mira con un cariño misterioso y me cuenta que aún no está terminada, que es una piedrecilla particularmente necia y que cuando él logre pulirla completamente será una verdadera y única maravilla.
A mí esto último me sorprende mucho: ¿realmente esta piedrecilla puede ser incluso más bella de lo que ya es?
Pero el joyero no me da tiempo de pensar en sus ambiciones y saca la piedrecilla del aparador para mostrármela más de cerca. Me pide que extienda mis manos y me la entrega. En ese momento no me pregunté ni por un segundo porqué me la entregaba, aunque debí hacerlo. La cosa es que no pude, porque en cuanto la toqué, sentí un amor infinito y una conmoción inconmensurable en cada parte de mí, como sismos múltiples, grandes descubrimientos. Yo en mi pobreza jamás llegué a imaginar que podría sostener algo así de maravilloso, tanto que me haría ver por primera vez mi desidia y mi imperfección.
En medio del amor que aquella cosita emanaba, quise hablarle y contarle todo lo que estaba descubriendo con ella enfrente mío, todo lo que me estaba mostrando y haciendo sentir. Pero entonces el joyero me dijo que ya era suficiente, que si la seguía tocando con mis manos sucias la iba a manchar irreparablemente. Así que tomó nuevamente la piedrecilla en sus manos inmaculadas y la puso detrás del vidiro.
Yo me quedé mirándola un rato, y a su vez el joyero me miraba a mí con ternura, nunca quiso ser cruel, si no todo lo contrario. Pero yo la miraba como si hubiera perdido todo, como si mi vida hubiera terminado en el momento en que mi mano dejó de tocar ese extraordinario y hermoso guijarro. Acto seguido entendí que no era para mí, pero el joyero habría tenido alguna razón para permitir que yo la conociera. Seguí mirándola brillar a través del cristal y al cabo de un rato el joyero empezó a decirme que ya era tarde y tenía que cerrar la joyería.
"Un poco más" le decía yo, "deja que la mire un poco más", y esa era la primera vez que yo hablaba tan sincera y desesperadamente a mi viejo amigo el joyero, "sólo un ratito más" le suplicaba a él sin dejar de mirar la piedrita, robándome cada segundo que podía"
Así fué nuestra última conversación, donde traté de explicarte que para mí, vos eras el pedacito de cielo que Dios me prestó. No sé si con calma o con ternura, o con alguna emoción que sólo podría salir de esa piedrita, me dijiste "un día vos también vas a ser un pedacito de cielo"
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Una y mil veces
Short StoryTextos esporádicos y repetitivos, como un diario suprapersonal, extrapolación de las personas en mí. Cosas escritas en cualquier parte, a mitad de una clase, en el autobus. La misma cosa dicha una y mil veces de forma distinta.