3.

40 8 4
                                    

En ese preciso minuto las puertas del elevado se abrieron de par en par, dejándome paso libre por el estrecho corredor de alfombra roja. Miré a Pete, quien reía tomándose la panza a ambas manos y encorvándose debido a la risa provocada a mi infantil reacción. Caminé a paso rápido destacando en mis pasos mi enojo ante su comentario.

¡Qué furia ni qué enojo! ¡Qué bochorno el mio!

¿Cómo puedo ser tan ingenuo?

Seguí caminando destilando enojo sin molestarme en que mi divertido acompañante me estuviera siguiendo. Por mi que se jodiera.

—¡Oye! ¡Espérame pequeño!

Giré sobre mis talones y giré la cabeza hacia la molesta voz. Allí estaba él;un Pete con ambas manos sobre las rodillas, cabeza gacha jadeante buscando algo de oxígeno. Nuestras miradas se conectaron por unos segundos y retomé mi camino como si nada hubiera sucedido. Podía escuchar sus pasos pisándome los talones, por lo que supe al instante en que me seguía. Giré una última vez hacía la izquierda y llegué a mi puerta. Con un torpeza, saqué de mis bolsillos las llaves de mi residencia, la introduje en la cerradura al tiempo en que Pete se posaba detrás de mí, admirando la sala del lugar en donde actualmente vivía. Empujé la puerta con pesadez y levanté mi brazo, invitándolo a pasar con gesto cansado mientras mis pasos arrastrados resonaban en la estancia.

—¿Te he fastidiado mucho?—formuló bajo.

La sala de estar era amplia en comparación a lo que debía al bajo presupuesto. Tenía buena resonancia, por lo cual, me servía para atender a los desperfectos que a los instrumentos se le formase, incluso para afinar o tararear alguna que otra canción que se me viniese a la mente.

O para poder escuchar con más fino detenimiento la ronca y pulcra voz de este estúpido individuo.

—No, para nada.

Una voz cansada contestó por mi, no la voz irónica que planeaba que se escuchase en respuesta.

—Creo que ya es momento de irme.—Me miró unos insignificantes segundos y se dirigió a la entrada a grandes zancadas vacilantes con ambas manos en los bolsillos de su chaqueta.

Dudé un momento, procesando la idea de su ida y hablé un poco más alto— y nervioso— de lo esperado:—¡E-Espera por favor!

Su torso se giró en mi dirección con su rostro figurando un signo de interrogación.

¿Que mierda haces Stump?

—Te voy a contar una historia— bufé, incomodo por la situación—. Aparentemente lo que se me hacía llamar "familia— hice comillas con los dedos—me abandonó a mi merced por el simple hecho de querer perseguir mi sueño sin darme oportunidad alguna ni de explicar. Lo demás ya lo sabes, vivo a partir de pequeños recitales mal pagados en los bares, con la una pequeña esperanza de que un buen productor me encuentre y me haga alguien, ya sabes— agité mis manos en el aire—alguien más importante en todo esto que es la música.

—Ajám—Miró en otra dirección—. Lo usual, bueno, prosigue.

¿No estarás pensando en...

—¿A-A ti también te interesa la música, sino me equivoco?—pregunté con nerviosismo, sabiendo bien la respuesta.

—Eh, claro, te lo he dicho antes, creo.—contestó aún más confundido.

No.

NO.

—No te agradaría, no sé, formar una clase de banda...o algo provisorio? ya sabes, por un tiempo si es que tu deseas. Así podemos compartir ideas y aprender más sobre tema.

Su expresión titubeó un poco ante la repentina proposición. Se paseó por la habitación dejándome con las palabras en la boca. Su mirada se paseaba de una esquina a otra, registrando cada uno de los objetos del lugar, ignorando mi pregunta. Una profunda decepción se formuló en mi cabeza, de seguro ya tiene banda y todo y sólo estaba en el bar por aburrimiento u entretención propia. Ya saben, para volver a sus inicios o algo así.

Estaba allí, en medio de la habitación esperando una respuesta que jamás iba a llegar.

¡Qué tonto soy! ¡Joder joder!

¿Cómo alguien como él quisiera al menos estar más tiempo de lo debido conmigo? De seguro me vino dejar a mi apartamento por generosidad.

O por pena. Sí, muy probablemente fue eso.

¿Porqué soy tan repugnante? ¿Porqué todo lo que respecta a mi refleja algo estúpidamente adorable? ¡Ni siquiera mi cabello es del todo lindo! ¡Ni mis gafas hacen juego con mis inflados mofletes, haciéndome parecer más ridículo aún!

¡Soy un desastre! ¡Por eso y mucho más no tengo a nadie junto a mi! ¡Mi sola presencia da asco!

—¡Claro que sí, encantado! ¿Cuándo empez...¿Estás llorando pequeño?

Pete ya hacía abrazándose, envolviendo todo mi cuerpo en el suyo. Apoyé mi cabeza en el pequeño hueco de su cuello, inhalando su embriagante aroma que del que hasta ahora no me había percatado.

—Yo...no sé qué hacer para hacerte sentir mejor ni mucho menos sé que rondó por tu cabeza para llegar al punto de—me tomó del mentón por segunda vez en el día,haciendo que de mi estómago explotaran miles de emociones apagadas—tus valiosos mares se desborden debido a la tristeza que navega en ellos.

Nuestras miradas se conectaron con una profundidad impresionante. Sus ojos transmitían algo tan tranquilizador, era como una clase de droga sumado al calor de su corporal y su perfume. Sus ojos se iluminaron con adoración al darse cuenta de que lo estaba estudiando cuidadosamente. Una sonrisa se asomó de imprevisto en su rostro.

—¿Tengo algo en la cara, pequeño?—preguntó con ternura y un tenue egocentrismo.

Arrugé la nariz ante el apodo que pasé por alto todo este tiempo.

—¿Pequeño?—ironicé.

—¿No te gusta?—Su sonrisa se ensanchó aún más, dejándome a la vista su perfecta dentadura.

Mi corazón dió un brinco en su lugar.

—Claro que no me gusta, Pete—Me alejé de su cuerpo, incorporándome lentamente en la realidad—. Llámame por mi nombre, soy un adulto.

Sus hombros se desinflaron y se encorvó ligeramente, regalándome una mueca triste de perrito abandonado.

—¿Eso significa que cambiaste de opinión con tu propuesta? Sé que soy inútil, estúpido y torpe. Pero en serio me emocionaba la idea de poder estar...—hizo una pausa, aclarándose la garganta—poder estar junto a ti.

Puse los ojos en blanco y me acerque a él, acortando la distancia entre nuestros cuerpos.Y lo besé,sí,lo besé.

—No exageres, imbécil—Una sonrisa de colegiala enamorada se colgó de mis labios—. Claro que aún está en pie lo nuestro.

—Eso me suena a algo más—Levantó ambas cejas hacia arriba y hacia abajo junto a una sonrisa enorme.

—Porque lo es, tonto.

Lo tomé otra vez de cuello de su camiseta y lo estampé contra mis labios mientras sus brazos se cernían a mi cintura, abrigándome de toda la soledad en la que me encontraba antes de conocer a este hermoso ser de sonrisa perfecta y corazón rebosante de amor, solamente para mi.

Armonías para dos-PetrickDonde viven las historias. Descúbrelo ahora