La partida del mago

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Las olas golpean contra el casco del barco de mercancía. Me encuentro en la zona de los barriles de cerveza, y con cada ola fuerte que mueve por poco que sea el barco estos barriles se mueven y tientan con aplastarme, regalándome una muerte... Bueno, de las mejores a las que me he enfrentado. Llevo más de dos días en este barco, la humedad ya es insoportable, todo el día con la ropa mojada, y sin siquiera salir a la vista del mar. El olor a madera vieja y mojada era a lo que impregnaba el barco, un barco que venía a Ardar a repartir su preciosa cerveza en barriles asesinos. Cualquiera la compraría. Me gustaría decir que el amable capitán del barco me ofreció subirme a él para llevarme hasta la otra costa desde las Islas del Norte, desde donde vengo. Pero no es así. Voy de un simple polizón en un barco de mercancías... Si, a mis 139 años de edad puede parecer algo infantil, pero no tenía otra manera de viajar.

 - ¡Tierra a la vista!

Escucho el grito por encima del oleaje. 
Al fin.
Ahora es el momento en el que salgo del barco, me ven, me preguntan que hago aquí y sin esperar una respuesta me dan una paliza. Sí, es así siempre que viajo de polizón. 

Espero a que el barco se coloque en el puerto viejo que no se utiliza desde hace mucho. Enganchan el barco, y colocan una tabla de fuerte madera para bajar personas y barriles. Me levanto con las manos enganchadas a las mangas de mi túnica empapada. Salgo al exterior, y al menos 20 personas se mueven en la cubierta de un extremo a otro, amarrando cabos, limpiando suelos o filos de espadas. Nadie me mira, a pesar de mi extraña apariencia nadie repara en mi. Uno de los hombres me mira y se mueve hacia mí.

 - Vamos joven, muévete -me grita mientras me da un golpe en el hombro para que me aparte.

Sin decir nada me alejo de ese extraño hombre y me encamino a la tabla de madera para dejar atrás el barco. Con un pequeño salto llego al puerto que tiene entre las rendijas algas y otras plantas marinas.
Al menos me he saltado la parte de la paliza.
Atravieso el chirriante puerto y llego al fin a tierra. Fría y húmeda tierra.

Caigo de rodillas al suelo mirando hacia arriba cerrando los ojos y descansando de un horrible trayecto de barco.
Al fin llegué.
¿A dónde?
A Ardar.
¿Por qué?
No lo sé.

~.~.~.~.~.~.~.~.~.~.~.~.~.~

El sueño empieza a poseerme y a pedirme que descanse un poco mientras busco algún lugar seguro donde pasar la noche, solo había podido dormir unas pocas horas junto a esos barriles, cualquiera duerme parando choques de barriles cerveceros. Encuentro una pequeña cueva en la que podría refugiarme, hacer una hoguera y dejar mi túnica a secar. Necesito dormir. 

Entro en la cueva con unas cuantas ramas, las más secas que he podido encontrar. Las coloco en el centro de la cueva he intento hacer una pequeña montañita. Me siento al lado de ella y proyecto la palma de mis manos hacia las pequeñas ramas.

 - Brann igni -digo con una voz suave mientras concentro mi fuerza en mis manos.- Brann... ¡Igni! 

Abro los ojos de golpe y veo como la palma de mi mano suelta un destello brillante en forma de bola que sale disparada al montón de ramas y las prende en llamas. Básico para un mago que se ha perdido. Podría ser el hechizo que más he utilizado en toda mi vida, aunque en combate también resultaba muy útil, siempre que la bola de fuego fuese más grande. 

Me quito la túnica, mi ropa interior y mis botas dejándola a secar con el fuego y a mi sin nada encima. Desnudo. En una cueva. Con a saber que bicho que podría entrar allí. Y sabía que ese bicho no sería ninguna hermosa mujer. 

Miro en el interior de mi bolsa si quedaba algo de comida. Solo hay una cantimplora, vacía, y unos frutos que por el agua se habían quedado algo... Extraños, la verdad. No me apetecía comérmelos, pero no me daba tiempo a salir a cazar, podría encontrarme criaturas peligrosas ahí fuera. No me quedó otro remedio que cerrar los ojos y comer. Sabían mucho a sal y se habían vuelto blandos, parecía un puchero de agua de mar y fruta.

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⏰ Última actualización: Jan 03, 2017 ⏰

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