Cantos del corazón roto de la Luna.

Las dos caras de la Luna.

Luz y claridad, eso era antes. Una chica amable, jaranera, de radiante sonrisa... Eso era.

La luna era, por mucho, más hermosa, sabía reír. Tan amable, bondadosa. ¿Cuál fue su pecado?, ¿Merecía sufrir?

Ella comprendía de amores. Sabía amar... Amó con toda el alma.

Ella no entendía la envidia, era feliz con lo que tenía. Era la nobleza en persona.

¿Por qué tenía que cargar con esta maldición? Ahora sólo sabe llorar, ya no emite su propia luz, ahora depende de alguien que nisiquiera la sabe valorar.

Ya no razona, la ciega la envidía. Fue ese hechizo la que la enloquecio. Siente celos de los agraciados que pasan frente a ella tomados de las manos o dandose un tierno y fugaz beso. Envidia a los enamorados, que, sin darse cuenta, le provocan un sufrir cada vez que se demuestran cariño.

Ya no es honesta, brinda hipocrecia, su sonrisa es una barrera que protege lo que en verdad siente. Ahora escucha los lamentos de los adoloridos del corazón. Sujetos extraños que le piden una respuesta, lloran ante su manto y ella los siega de la realidad.

Ya no sonrie, aprendió a fingir. Muestra el lado de su rostro que guarda aun, un poco de la luminosidad que llevaba consigo.

Ya no sabe confiar, ha perdido la fé que tenía, por un amor que jamás la vería en serio.

Ya no ve la vida bonita, ahora espera que algún día se acabe su sufrir. Desea volver a brindar la maravillosa luz a sus hermanos, pero ya no sabe hacerlo.

Tanta es su desconfiaza, su temor a un nuevo dolor, que ya no brinda más que la tenue luz que ya conoces... Aquella luz que no alumbra pero asombra. Si tan sólo supiera que la obscuridad con la que pinta a su hija la noche, es capaz de llenarnos de calma.

La luna ya no es la misma, cuando logra sobre llevar sus problemas, lograrás verla vestida, en su totalidad de blanco y, cuando vuelva a ver la causa de su penar, se colocara el manto negro.