Me hace gracia cuando la gente se mete conmigo.
Siempre he tenido esa pequeño arte de pasar desapercibida. O maldición, según cómo se mire. El caso es que me entero de las cosas, aunque la gente no se dé cuenta de que estoy allí. El caso es que también opino sobre las cosas aunque mantenga la boca cerrada. El caso es que, aunque no lo parezca, analizo a las personas.
Volviendo al tema que nos ocupaba, con el tiempo he preferido que prácticamente nadie se de cuenta de que estoy allí a que me venga el típico idiota a decirme pues... bueno... lo que dicen los idiotas. El caso es que de vez en cuando se me acerca el típico macho de barrio y me suelta alguna de sus soberanas gilipolleces, a las que yo nunca respondo. ¿Por qué? Porque si entrara en esa conversación (por llamar de algún modo a ese intercambio de insultos) demostraría que estoy a su mismo nivel mental y, lo siento, pero creo que en mis últimos años de vida llegaré a tener el doble de luces de las que tenéis vosotros ahora mismo.
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Pensamientos de una chica invisible
Non-FictionQuiero dejar de ser invisible, pero no puedo.