четы́рнадцать

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Esa noche di muchas vueltas en la cama.
Y la siguiente.
Y pasaron tres días sin saber nada de Dylan.

Él no envió mensajes y yo tampoco. No realizó llamadas ni hubo rastro de su aroma cerca de mi casa. Yo tampoco me acercaba a la zona donde Dylan vivía por el miedo que tenía de encontrármelo y no saber qué decir.

Sinceramente, estaba pensándomelo. Él me había pedido que no lo hiciera esperar mucho, pero es que ni siquiera yo sabía si quería tener algo serio.

Estaba muy agotada sentimentalmente. Ya no tenía la fuerza para soportar que alguien más me dejara sin explicaciones.

Dylan era diferente, siempre me hacía sentir así. Era bueno para mí y yo para él.

Ese fin de semana no fui a trabajar. Me había confinado en el sofá junto a un montón de comida chatarra, el control de la televisión y mi teléfono apagado.

A las ocho de la noche, Bonnie estaba en mi puerta, lista para hacer un montón de preguntas.

—No estoy de humor —me quejé. Fui a la cocina por otro vaso de soda y le ofrecí uno.

—No estás de humor desde hace días. Dime qué pasó. ¿Es Andrew?

Vaya. Hacía tiempo que su nombre no pasaba por mi cabeza.

—No, ya ni siquiera me acordaba.

—Lo siento. ¿Qué es?

—Si te digo...

—¡Dime! —Ella tomó mi muñeca y me devolvió a la sala, sentándonos las dos en el sofá—. Vamos.

—No quiero que me juzgues.

—Dilo ya.

Bonnie no tenía idea de que yo estaba saliendo con un hombre mucho mayor que yo. Era difícil para mí expresarlo en voz alta.

Ni siquiera yo misma terminaba de creérmelo. ¿Cómo había llegado hasta ese punto?

Andrew había destruido todo mi ser y tenía que recuperarme de alguna u otra forma.

Cuando terminé de contarle todo, cerró los ojos durante un minuto y respiró profundamente.

—Me siento engañada.

–Mejor dime qué es lo que piensas.

—¿Eres feliz? —Preguntó con seriedad—. Qué importa cuántos años tiene, sólo me interesa saber una cosa. ¿Eres feliz?

—No, claro que no lo soy. Me siento tan mal conmigo misma.

—Tú no tienes la culpa de toparte con tantos patanes en la vida, Leigh —suspiró—. ¿Sentirte mal contigo misma, por qué?

—No estoy en donde quisiera estar. Es todo.

—¿Dónde quieres estar?

Fruncí los labios mientras pensaba. En la punta de la lengua tenía el nombre de Dylan; su aroma, su forma de matarme con la mirada y la manera en la que sus dedos se deslizaban por mi piel.

Pero no era eso lo que yo quería. Lo que necesitaba.

—Quiero a Andrew.

—Leigh...

—Sí, está con Anna, lo sé —referirme a ella hacía que me diera dolor de estómago—, y no hay nada que pueda hacer para cambiar eso.

—Si lo hubieras apreciado cuando lo tenías, quizá tu vida sería diferente.

—Tal vez yo sería feliz, pero Andrew no.

—Andrew te amaba —mencionó con un dejo de nostalgia. Todo el mundo sabía cuánto me amaba, menos yo... hasta que ya no lo tuve. Hasta que dejé que se fuera.

—Era demasiado amor. Yo no podía aceptarlo... No lo merecía.

Bonnie supo que, por más que intentara hacerme sentir mejor, eso no pasaría. Hacía tiempo que no lloraba por Andrew, pero esa noche los recuerdos me abordaron y perdí la batalla contra la tristeza y el llanto. Me dolía haber sido una estúpida.

Andrew parecía estar mejor con Anna, y aunque yo misma me decía "relájate, tú eres el amor de su vida", ya me costaba trabajo creerme eso.

Fui el amor de su vida miserable. Lo fragmenté en tantos pedazos que no pude darme cuenta cuando lo perdí. Se había ido.

Ya no era mío y jamás volvería a serlo.

Y todavía tenía que tomar una decisión.

¿Dylan era la persona que yo necesitaba?

Momentáneamente. Mi cuerpo y alma lo sabían. Dylan no estaba dispuesto a darme todo lo que yo buscaba en una persona.

Él y yo teníamos una sola cosa en común.

Los dos estábamos solos.

Incluso estando en la misma habitación, mi mente no estaba en la suya. Pretendíamos algo que jamás iba a funcionar.

Dylan y yo buscábamos algo que pudiera llenarnos durante una hora o dos...

Y ya estaba harta de todo eso.

Me incliné sobre la mesita de centro y tomé mi teléfono. Marqué el número de Dylan y esperé a que contestara con el corazón en la garganta.

El número que usted marcó, no existe.

La decisión de Leigh | LIBRO IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora