Esa fue la última llamada que le hice a Dylan por decisión propia. Ya me había hecho el suficiente daño a mí misma como para seguir lastimándome.
Eso solo podía significar una cosa: Dylan tampoco era el indicado por más que yo así lo quisiera.
Ya no me sentía desesperada ni triste por no tener a alguien a mi lado, simplemente me había resignado a que ese no era mi momento para mantener una relación. Dicen que todo pasa por algo, pero yo ya no sabía qué creer.
Pasaron dos meses sin saber nada de nadie. Bueno, al menos sin saber nada de algún hombre.
Estaba enfocada en mis amigas y sentía que ya no necesitaba nada más. También tenía que concentrarme en el último año y en mi trabajo.
Todo parecía ir bien.
Hasta que una tarde muy nublada de octubre, lo vi. Andrew y Anna caminaban del otro lado de la calle. Iban tomados de sus meñiques y, para mi disgusto, se veían demasiado bien juntos.
Pero en cuanto mis ojos se posaron en ella, me di cuenta de que éramos jodidamente iguales. Tal vez lo único diferente entre nosotras era que Anna tenía a Andrew y yo no.
Él y yo cruzamos miradas por una milésima de segundo. Me sonrió de lado y le devolví el gesto, porque aunque me costaba admitirlo, me alegraba que fuera feliz.
Le murmuró algo a Anna al oído y ella asintió. Se quedó del otro lado de la calle y encendió un cigarrillo.
Andrew se me acercó y mi corazón se detuvo. Hacía mucho tiempo que no hablábamos y tenía miedo de lo que él pudiera decirme.
—Hola, cariño —dijo con una sonrisa y después me abrazó. Me quedé estática y sin saber qué hacer. Mis manos temblaron antes de corresponderle el abrazo.
—Hola...
—Te ves muy bien.
—Estoy ejercitándome —él se rio. Por supuesto que sabía que estaba bromeando.
—Me alegra mucho verte, en serio.
Y sí, sus palabras se sentían reales.
—¿Me llamaste cariño?
—Bueno, sí, no pensé que te molestara —guardó las manos en los bolsillos de su chaqueta y se encogió de hombros.
—No me molesta, me sorprende.
Andrew y yo mantuvimos una conversación amena y sin entrar en temas complicados. No hablamos de Anna, ni de mis relaciones fallidas –porque recordarlas me daba vergüenza. Nos quedamos hablando de su familia y de la mía, de cuánto le preocupaba la universidad y lo mucho que había cambiado la relación con sus amigos.
—Ya tengo que irme —expresé. No tenía nada más que hacer en todo el día, pero después de un rato ya no me sentía del todo cómoda con Andrew. Además, Anna estaba esperándolo mientras me observaba con curiosidad.
—Entiendo. Ya no desaparezcas, Leigh. Sigues importándome.
Una vez que nos despedimos, entré a la cafetería en donde estaba esperando a Bonnie. El cerebro me retumbaba después de haberme reencontrado con Andrew. Ni mi cuerpo ni mi mente estaban preparados para ello y estaba volviéndome loca.
Le envié un mensaje a mi amiga en donde cancelaba nuestra cita y me compré un americano para llevar. Mi cabeza daba vueltas y vueltas recordando todo lo que había hablado con Andrew. Supe que lo extrañaba mucho, pero también pude sentir todo lo que nos separaba. Él ya no era mío. Extrañaba su perfume, su forma de hablar tan soberbia y su manera de mirarme. Sus pestañas largas, sus labios delgados y esa mandíbula tan remarcada.
Sacudí la cabeza para dejar a un lado esos pensamientos.
Estaba por cruzar la avenida cuando una motocicleta Indian Springfield negra se interpuso en mi camino.
El hombre que la conducía la aparcó a un lado de la acera y se quitó el casco. Contuve la respiración mientras se bajaba. Despeinó su cabello con la mano y después me sonrió.
Como si nada.
Como si no me hubiera ignorado los últimos dos meses.
—Hola, Leigh —mi nombre sonó extraño en sus labios.
—Hola —fue lo único que pude articular. Me había tomado por sorpresa.
—Te vi desde que saliste de la cafetería.
—Me estuviste siguiendo.
El vaso caliente tembló entre mis dedos.
—Sí —respondió con indiferencia.
—¿Qué quieres?
—Quiero estar contigo, gracias por preguntar.
—Dylan —resoplé, era increíble que siguiera jugando conmigo—, yo ya terminé lo que teníamos. Bueno, tú lo terminaste indirectamente así que no puedes decirme que quieres estar...
—Sé lo que hice y me arrepiento.
Las ganas de llorar se apoderaron de mí. Después de todo, Dylan seguía haciéndome sentir cosas.
Le di un sorbo a mi café y esperé a que él dijera algo más.
—La última vez que me llamaste... yo estaba viajando a Cuba.
—¿Y viajaste durante dos meses y por eso no contestaste? —Bufé.
—Después de eso tuve mucho tiempo para pensar. Regresé hace una semana y lo único que hice fue pensar en ti —quería no creerle, pero me fue imposible. O sabía utilizar muy bien las palabras, o todo lo que decía era verdad—. Estoy tan feliz por haberte encontrado aquí sin la necesidad de preguntártelo por mensaje. Esto debe significar algo.
—¿Cuántas veces más planeas hacer esto?
—¿El qué?
—Aparecer inesperadamente e impedirme avanzar.
—Las veces que sean necesarias, Leigh —carraspeó—. No sólo para tenerte por las noches, porque me gustas más que eso; sino para tenerte todos los días, todo el tiempo, porque te amo.
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La decisión de Leigh | LIBRO III
Historia CortaDe vez en cuando la superación también es un final feliz.