семь

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Mis cosas llegaron dos días más tarde. Las dejó en una caja, al pie de la puerta principal, sin una nota ni nada que se le pareciera. Mi nombre estaba escrito en ella con rotulador negro, de una manera tan despreocupada que hasta hizo que me doliera el pecho.

Andrew realmente me odiaba y no había nada que yo pudiera hacer al respecto. Lo había tratado como a... no lo sé, ni siquiera podía pensar en un punto que se le comparara. Si yo había dicho que lo amaba, ¿por qué actué así con él?

Una parte de mí estaba desesperada por huir de esa relación que solamente me hacía infeliz, pero al mismo tiempo me completaba en cuerpo y alma.

Tomé la caja con mis manos temblorosas. Los ojos comenzaban a picarme y eso sólo podía significar que estaba a punto de estallar en lágrimas.
Desbloqueé mi teléfono, aún sabiendo que lo que iba a hacer era incorrecto, y le envié un mensaje de texto a Andrew.

«¿Puedo enviarte ahora mismo tus cosas? Gracias por regresar las mías.»

El tiempo que estuve esperando su respuesta fue aterrador. Por alguna estúpida razón, mis mejillas ya estaban empapadas.

«Te dije que hicieras con ellas lo que te viniera en gana, Leighton. No quiero verte ahora.»

«De acuerdo. Entonces mañana.»

«No. No quiero verte ni hoy, ni mañana, ni dentro de diez días. No me busques más, por favor. Espera a que yo esté listo. Nadie te detesta más que yo en estos momentos.»

Fue como si alguien me golpeara en el pecho con una roca y después se riera. No esperaba menos de Andrew. ¿De verdad pensé que él iba a decirme algo amable? ¡Por favor, Leighton!

Me senté en el suelo, a un lado de la caja, y después de observarla durante unos largos minutos, me decidí a abrirla.

Lo primero que percibí fue la colonia de Andrew. Lo había hecho a propósito... había marcado todas mis cosas con su perfume.

Dentro había una camiseta gris, casi no la reconocí hasta que la desdoblé y me di cuenta de que esa siempre fue de él. Yo la usaba cuando me quedaba a dormir en su casa. Después, encontré todas y cada una de las fotos que yo había impreso para él. Todas. También estaban nuestros boletos de los conciertos a los que habíamos ido juntos, los del cine; los cupones que gastábamos en comida rápida y hasta un par de condones que guardamos después de haber tenido relaciones por primera vez.

Reprimí una risa y salió como un quejido de tristeza. ¿A dónde se había ido toda la locura que sentí por él?

No sé cómo cupo tanto en esa caja. Estaban todas las películas de nuestra saga favorita, esas que él había comprado para los dos y que salieron tan caras.

No sólo me devolvió mis cosas. Regresó todo lo que compartimos en algún momento de nuestras vidas. Él ya no tenía nada que le recordara a mí, y en cambio me dejaba todo el peso que conllevaba recordar nuestra relación.

Por eso no quiso de vuelta el logotipo de su superhéroe favorito, ni el collar que yo usaba más que él, ni la camiseta que le regalé en su cumpleaños diecinueve. Nada. Andrew me quería fuera de su vida tan pronto como fuera posible.

Guardé todo, absolutamente todo, en una caja más grande. Las cosas que él me había enviado y las que yo ya tenía desde el principio. La cerré y la cubrí toda con cinta marrón. No había manera de volver a abrirla sin tener que cortar un extremo con las tijeras.

La escondí en lo más recóndito del ático y después me encerré en mi habitación, llorando como si yo no hubiera querido todo esto desde el principio. Sabiendo que era mi culpa que Andrew me odiara. Doliéndome el pecho porque sabía que nadie en el mundo como él me querría nunca.

La decisión de Leigh | LIBRO IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora