четы́ре

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—Creo que debemos terminar.

Andrew habló fuerte y claro, y para colmo no me sorprendió que me dijera eso. Yo ya estaba esperando este momento... Y lo peor era que no me sentía mal al respecto.

Lo juro, yo lo amaba. Amaba a Andrew con todo mi corazón, pues con él había aprendido muchas cosas de la vida. Fue la primera persona a la que amé, la primera en amarme tal y como soy. Aguantó todo y pudimos llegar a la línea de meta exitosamente...

Ya nada era lo mismo. No podíamos obligarnos a continuar con algo que ya no funcionaba correctamente. La relación ya nos cansaba, en especial a él, gracias a todas las inseguridades que ocasioné.

—¿Eso crees?

Suspiró y metió sus manos en los bolsillos de su pantalón.

—Tú ya no me quieres, Leighton.

En eso él tenía razón. Yo no lo quería, lo amaba.

—No me gusta que digas eso...

—Me tratas como mierda. Creo que podrías tratar mejor a la mierda que a mí —se rio sin gracia y sentí la bofetada mental—. No sé qué pasa contigo, pero no voy a preguntártelo. Tal vez te cansaste, tal vez dejé de ser lo suficiente para ti, y creo poder entenderlo. Han pasado años y seguimos juntos... Supongo que cualquiera se cansaría.

—¿Te cansaste? —Pregunté, queriendo evitar cualquier otra conversación que pudiera salir de todo lo que había dicho.

—Me cansé de ser algo que en cualquier momento vas a desechar.

—Odio que pienses eso.

—Dime que no es verdad —endureció la mandíbula y su mirada se oscureció. Ya no veía el hermoso brillo de sus ojos profundamente marrones, los que me atrapaban. Ya no podía reflejarme en ellos.

—¡Nunca he querido desecharte, Andy!

—¿Entonces por que disfrutas tanto tratándome así?

—No lo hago...

—Leighton, date cuenta: no me quieres contigo, pero tampoco me quieres lejos. Soy tuyo o de nadie, y no puedes ser tan egoísta. Sabes que te amo, que todos mis planes de vida son contigo desde que somos unos adolescentes imbéciles —la voz se le cortó, pero continuó hablando—. Te quiero como mi esposa y como la madre de mis hijos. Tú y yo sabemos qué canción bailaremos y hasta la comida que se servirá... Pero, justo en este punto inestable de tu vida... No soy la persona que deseas. Y tampoco pienso tolerarte.

Las lágrimas se me acumularon en los ojos, y no dejé que salieran. Allí la humillada no era yo, ni la víctima: era totalmente Andrew. Él no merecía recibir tantas cosas malas cuando lo único que hacía era regalarme su amor y compañía a pesar de mis acciones.

Carajo, ¿por qué me di cuenta tan tarde?

—Cualquier cosa tuya que siga en mi casa, te la enviaré. Y puedes hacer con mis pertenencias lo que quieras —tomó su abrigo que estaba en el sofá, pero ni siquiera se lo puso. Estaba helando—. No borres mi número, por si se te ofrece algo algún día. Sabes que estaré siempre, Leighton, siempre.

La decisión de Leigh | LIBRO IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora