Cap 8.-Rutina.

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Rubén despertó, soltando un ligero gruñido gutural. El sol que se adentraba un poco por las rendijas de la persiana le hizo reaccionar, acordarse de todo.

-Mierda.-Dijo, revolviéndose en la cama.

Se quedó paralizado, estaba sorprendido de que no notara el cuerpo de Mangel pegado al suyo.

Abrió los ojos del todo para no encontrarse a Mangel junto a él. Una pequeña parte del él se sintió decepcionada, pero en su interior se insultó por ser tan idiota. ¿Qué se esperaba? ¿Que le diera los buenos días? Se decía internamente.

Se levantó de la cama para dirigirse al baño a comprobar cómo se encontraban su cuello, clavícula y torso. Su piel se encontraba algo menos amoratada que ayer, pensó rápido y se dirigió al pequeño congelador que se encontraba al lado de la nevera, que tampoco era muy grande, pero su lugar de trabajo se había encargado de que el hotel donde se hospedaba fuera el mejor de la ciudad.

Cogió algunos de los hielos de la cubitera y los envolvió en algo de papel para que no le quemaran.
El contacto del frío hielo contra la cálida piel del castaño le hizo encogerse un poco. Tras acostumbrarse algo al tacto del hielo, lo desplazó por las zonas amoratadas cuando un pensamiento cruzó su mente. ¡Claro!, ¿Cómo había podido ser tan estúpido? Tenía algo de base de maquillaje que le ayudaría a tapar lo sobrante, que mayoritariamente se encontraba en su cuello y clavículas.

Dejó el hielo sobrante sobre el lavabo del baño y abrió el agua caliente en la ducha. Le quedaban una hora y media para que empezara el trabajo.

Debajo del chorro caliente del agua, intentó dejar su mente en blanco, mentalizándose para lo que pasaría en el resto de la noche. Tenía que interiorizar su personaje, una coraza falsa y requerida para su "trabajo".

Salió de la ducha pulcro, prefecto. Su piel parecía de porcelana, como un mero objeto al que, dentro de poco, iban a manejar y utilizar.

Se vistió normal y guardó lo que necesitaba en su mochila, como la llave electrónica del hotel y un paquete de cigarrillos y el mechero y la cerró.

Ya estaba cansado y aún no había empezado. No era una clase de cansancio físico, sino psicológico.
Se echó la mochila al hombro y apagó todas las luces, cerrando la puerta tras de sí. El sonido que produjo rebotó por el pasillo, lo que le hizo pensar en Mangel. Por un momento pensó en ir a su habitación, pero después se golpeó mentalmente por ser tan ingenuo.

Entró al lujoso antro donde pasaría otro horrible día. Sonrió brevemente a la chica que se encontraba detrás de la recepción, dispuesto a cambiarse y empezar a trabajar, pero, con un gesto de la mano, ella le pidió que se acercara.

-¿Todo mejor?-Ella sonrió cínicamente.

-Claro, gracias por preguntar.

-De nada cielo, a cualquier cosa sólo dilo.

Si tan sólo ella supiera...

Se dirigió a su habitación, su puerta estaba decorada con una placa dorada con su apodo "Rubi", en la cual se reflejaban los leds rojos que decoraban el enorme pasillo.
Ingresó en ella y se dirigió a la parte trasera de la habitación, donde había un espacio personal para que él se pudiera cambiar, ignorando la enorme cama que ocupaba gran parte de la habitación.

Al terminar de cambiarse, se acomodó las medias blancas que le llegaban hasta los muslos y unas pequeñas bragas de encaje blanco, parecía la cosa más pura del mundo y a la vez no.

La bombilla roja que se encontraba encima de su puerta se iluminó y emitió un pequeño pitido, indicándole que tenía un cliente. Rubén la miró y cogió aire, llenando lo más que pudo sus pulmones para, seguidamente, soltarlo.

Tocaron la puerta.

-Adelante.-Dijo Rubén firmemente.

La puerta se abrió, dando paso a un hombre de pelo negro.

-¿Ma-Mangel? ¿Qué...?

-Tranquilo, he pagado.-se limitó a decir él.

Acto seguido se abalanzó sobre Rubén, besando sus rosados labios. Rubén le devolvió el beso, debía hacer su trabajo. Las manos de Mangel tardaron menos de un segundo en recorrer el torso desnudo de Rubén, el cual soltaba pequeños gemidos entre beso y beso.

Rubén dirigió sus manos al pantalón de Mangel, desabrochando el botón y bajando la cremallera. Mangel detuvo sus movimientos, atrapando sus muñecas entre sus grandes manos.

Rubén le miro con una cara de enorme desconcierto.

-Aquí el que manda soy yo, gatito.-susurró contra sus labios, separándose de ellos para dirigirse a atacar su cuello.

-Pero soy yo el que tiene que... hacer que te corras.-dijo Rubén entrecortadamente por los gemidos que se escapaban de su boca.

-No he venido sólo por eso.-gruñó Mangel contra la suave piel del castaño. Los latidos de su corazón se aceleraron.- Sé que es tu trabajo, pero tan sólo necesito que me dejes hacerte lo que quiera. Tu cuerpo no es precisamente barato.

Rubén enmudeció y se dejó hacer, el pelinegro tenía toda la razón.

Forbidden Rooms ||RubelangelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora