Frente del anfiteatro, desde la facultad de arquitectura, a unos ciento cincuenta metros del escenario, el brillo naranja que reflejaban los pasillos respondió a la incógnita de Frida; un incendio había activado las sirenas.
— ¡Si ya evacuaron la facultad, no se amontonen en el anfiteatro! —gritaba el hombre con el megáfono sobre el escenario.
Johan halaba de la muñeca de su enamorada para llegar a las tribunas del anfiteatro, pero ella se plantó sobre ambos pies. La mano de Johan resbaló por la de Frida y terminó por soltarse. Alrededor de ella, decenas de rostros anónimos aceleraban para llegar al recinto en busca de una explicación.
— ¡No quiero a nadie en arquitectura! ¡No se acerquen!
Frida no miraba, como todos, hacia el escenario; ella veía hacia aquellas personas desesperadas que huían del resplandor naranja que escupía la facultad. Desesperados, asustados, enajenados... se atropellaban los unos a los otros.
Menos uno. O una.
— ¡Evacúen, evacúen! ¡Más rápido!
Ahí había alguien que parecía muy tranquilo; caminaba en dirección al incendio, brazos relajados a cada lado de su cuerpo. A contraluz, le era imposible identificar más allá de su negra silueta.
— ¡No se empujen! ¡Vayan al estacionamiento!
Nadie parecía percatarse de aquella persona. ¿Por qué iba hacia el siniestro? ¿Habría entrado en shock? Quizá debería...
La presión que sintió en la muñeca le hizo dar un respingo. Era Johan que, tras empujar a unos cuantos tipos, pudo alcanzarla tras estirarse.
— Johan, ahí hay alguien... —dijo Frida, y señaló en dirección a la facultad de arquitectura.
— Ahí hay varios —respondió él y haló de su brazo—. ¡Ven o te van a atropellar!
Se acomodaron casi al terminar la curva del anfiteatro. Las sirenas de las facultades se oían lejanas, pero todavía como gritos desesperados. Como los alaridos de gente que se está despellejando en un incendio. A Frida no le gustaba.
— ¡Al estacionamiento hasta que lleguen los bomberos!
La forma de media luna en la que se había construido la estructura ayudaba a que las personas no opten por apretujarse en el medio, pero debido a la cantidad de gente, no se daría abasto.
— ¡El anfi va a reventar! ¡Al estacionamiento!
Johan abrazó a Frida pegando su pecho contra la espalda de ella. Los rostros anónimos de profesores y alumnos seguían llegando de distintas áreas de la universidad. Ya había gente caminando hacia el estacionamiento. La pareja imitó.
Tras la llegada de los bomberos, la gran mancha de gente se quedó plantada en el estacionamiento viendo cómo el brillo naranja se reducía poco a poco. Algunos se acercaban un poco para captar una mejor imagen con el smartphone, pero nadie pudo pasar más allá de la cinta de seguridad. Las pocas personas que hablaban, en su mayoría, lo hacían a través del teléfono celular para comunicar a sus familias que se encontraban bien... después de todo, la prensa también había llegado.
— Está en la mesa de la biblioteca —dijo Frida finalmente.
— ¿Qué cosa?
— Nuestras traducciones.
Se hizo de noche.
Faltaba media hora para terminar la clase, y si bien la profesora del taller de traducción decidió que los alumnos podían retirarse, sí pidió que le entreguen las traducciones en parejas que dejó como trabajo.
Johan fue a recogerlos a la biblioteca mientras Frida buscaba en su mochila, ante una impaciente profesora (tengo el trabajo aquí, en algún lug... ¡Oh! Ahí está Johan) que ya empezaba a hartarse.
— Nuestro trabajo, profesora —el chico entregó un fólder manila con los papeles dentro y volvió la vista hacia Frida—. Lo dejamos en la biblioteca antes de salir al anfi, ¿no recuerdas?
— Sí, sí. Fui yo quien te lo dijo —respondió Frida—. Acabo de recordarlo.
— Hay que estar más atenta, señorita Ugarte —intervino la profesora. Luego acomodó el fólder en su maletín, al lado de los demás trabajos—. Pasen un buen in de semana, alumnos.
— Gracias —respondieron ambos chicos.
La profesora se retiró, y dejó solos a ambos enamorados.
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Ahí hay algo
HorrorFrida escapa de algo que se oculta en cada desgracia que la rodea. Lo que empieza como noches sin poder dormir se convierte en una pesadilla real, siempre acosada por la misma aparición: Una persona desaliñada con la cara pintada como un mimo. No, u...