Manada

7 0 0
                                    

-¡Maldita sea mi suerte!- Pensé, mientras corría hacia planta baja, aprovechando el poco tiempo de reacción que tuvieron esas bestias.

Por más que corra, ellos se dieron cuenta de mi presencia. Esos segundos de distancia fueron debido a la suerte, ahora tengo que llegar afuera del centro comercial e implorar que no salgan. Hay muchas cosas que me hubiera gustado hacer en lugar de estar corriendo por mi vida, la cual ya veo terminada; Cosas como jugar con mi consola, visitar familiares o pasar tiempo de calidad con mis amigos. ¿Lógico, no? Un día duermes plácidamente en tu habitación y al siguiente eres perseguido por tres... Lo que sea que fueren esas bestias.

Unos 10 o 15 metros me separaban de la "libertad" o la muerte. Para mi sorpresa, algo de lo que dije se cumplió: dos de las bestias que me perseguían cesaron su marcha. Sólo el Alfa seguía su carrera, en espera de devorarme seguramente. Me alivié por un segundo, sentí que de verdad podría salir... Pero sólo uno de los dos podría cumplir su objetivo, y no fui yo.

El perro se alzó sobre mi y mordió mi cuello. Sus fauces eran como cuchillos, y como tales (debido también a su gran tamaño) apuñalaban el área superior izquierda de mi cuerpo: desde mi cuello a parte de mi hombro.

-¡Largo, monstruo!- Grito entre  alaridos. Con un movimiento, mi mano izquierda insertó el vidrio en su hocico, provocando que este se soltara del dolor.

Intenté levantarme, pero el perro seguía encima mío y ya no me quedaba fuerza alguna. Creí que era mi fin, ya no podía hacer nada para librarme de esa situación... Hasta que...

-¡Un niño!- Se escucha, más cerca de la puerta principal. Además de eso, un disparo, seguido de los gemidos del animal. Una mano cálida mueve mi cabeza, que estaba boca al suelo; Logro distinguir una figura masculina, con barba de unos días y ojos café.

-Pa... ¿Papá?...- Es lo último que salió de mi boca antes de desmayarme.

...

Desperté sobre una campera de cuero, doblado como una almohada, y esta estaba situada sobre par de piernas delgadas. Miré hacia arriba, y crucé miradas con un mujer adulta, con pelo corto hasta los hombros y ojos café claros, igual que el color de su cabello.

-Buenas noches. ¿Estás mejor?- Dijo, con una voz clara y suave. No pude pronunciar palabra alguna, me quedé balbuceando entre la incertidumbre y la alegría de encontrarme con un ser humano.

-Emilia, déjalo. Debe estar cansado.- Escuché a lo lejos. Giré en dirección a esa voz para encontrarme con otra figura masculina. El atardecer estaba dando paso al cielo nocturno, por lo que no pude divisar con exactitud al sujeto.

-Pero mira, despertó.- Respondió la mujer, que al parecer se llamaba Emilia.

-¿Esta despierto ya?- Exclamó, y se dirigió corriendo a donde estábamos.

Al verlo más de cerca noté que era exactamente la misma figura que pude ver antes de mi desmayo: Un hombre de pelo negro, con ojos café y barba de unos días. Además de eso, tenía una pistola que sostenía en su mano derecha.

-Hola, chico. Dime, ¿Qué te pasó? ¿Cómo llegaste hasta aquí?- Empezó a acribillarme con preguntas. Al ver que no decía nada, volvió a preguntar.

Después de un poco de esfuerzo pude llegar a abrir la boca.

-¿Sí?, ¿Algo para decir, chico?...

-Hola.- Fue todo lo que pude pronunciar en ese segundo. La mujer se rió, mientras que ese hombre se rascaba la cabeza en conjunto con su rostro decepcionado.

-Hola, nene.- Dijo Emilia- ¿Cuál es tu nombre?

-¿El mío?- Repetí, y con algo de balbuceo aclaré- Soy Gabriel.

Diario del viajeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora