CAOS

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Link no sabía dónde estaba parado. La adrenalina corría por su sangre haciendo que el tiempo se detuviera un instante frente a sus pupilas y mostrando un devastador panorama, como si fuera una pintura infernal.

En el fondo, el campamento echaba humo de varias carpas. Dos soldados se hallaban deteniendo a un demonio enceguecido. De la boca de este salía un hilo de baba, de su nariz vapor y sus ojos se veían llenos de rabia. Sus pupilas estaban dilatadas y el iris de ambos ojos era casi tan rojo como el resto de ellos. Era calvo y su cabeza enseñaba muchos tajos profundos. Ofrecía batalla sin escatimar en esfuerzo. Llevaba ropas ligeras permitiéndole mayor libertad, pero nula defensa. Ambos soldados parecían familiares, padre e hijo seguramente. Repelían sus ataques como podían.

A sus espaldas, una mujer huía con dos niños, cubriéndoles las cabezas y proporcionándoles una protección efímera. A unos cinco metros de ella, un soldado yacía en el piso con dos lanzas clavadas. Estas, aún estaban siendo sujetadas por dos demonios. Uno de ellos con el pie encima del tumbado sujeto, mientras que el otro giraba su cabeza y buscaba la próxima víctima.

Más atrás, un grupo de soldados chocaban sus espadas y escudos contra otros demonios. Link podía ver cómo, desde el puesto de vigilancia más cercano, unos cuantos arqueros disparaban sus flechas.

Varios demonios caían; sin embargo, eran más los que llegaban. Algunos de ellos ya habían logrado alcanzar la improvisada torre de madera y comenzaban a treparla. En medio del caos, el joven divisó a su tío chocando un escudo grande contra dos poseídos, haciéndolos caer al suelo y levantando su espada para sentenciarlos a muerte.

Menos de un segundo le tomó al muchacho apreciar el desastre. Ese fue todo el tiempo que tuvo antes de que Hood lo metiera de lleno en la acción.

—¡Link! —gritó el viejo mientras le lanzaba una espada.

El joven la cazó al vuelo justo a tiempo para frenar el ataque de un demonio que se le acercaba a gran velocidad. Un choque de espadas, otro y otro más. Link rompió la defensa del putrefacto sujeto y le hundió su hoja en el tórax.

Zelda, que venía corriendo detrás del muchacho, lo sobrepasó. Saltó y atajó la espada del demonio antes de que esta llegara al suelo. Ahora la joven portaba una daga en una mano y una espada en la otra. Parecía un felino defendiendo su territorio. Sus ojos entrecerrados, sus dientes apretados y su postura agazapada.

Tres demonios llegaron corriendo y el primero no pudo ni ponerse en guardia.

Si Link tenía alguna duda hasta el momento acerca de la capacidad de combate de la princesa, había quedado totalmente descartada.

La joven había atravesado la tráquea del poseído y ni siquiera cerró los ojos cuando la sangre de este le salpicó la cara. Zelda no demoró ni un segundo en sacar aquella filosa hoja de la garganta del enemigo, para levantarla y repeler el ataque del segundo en llegar. Lejos de vencer la guardia alta de la princesa, el demonio retrocedió dejando libre su vientre. La princesa no dudó. Su daga ahora estaba entre la sexta y séptima costilla de su adversario. Pese a que era un demonio, lo sufrió y lanzó otro ataque al cuello de Zelda. La espada abanicó y la princesa, que se había agachado, sintió el sonido de la filosa brisa sobre su cabeza. La fortuna del putrefacto no cambió para bien. La joven, que mientras se agachaba recuperaba su pequeña arma blanca, aprovechó el giró de su rival al abanicar y le perforó la espalda metiéndole la daga a la altura de las primeras vértebras lumbares. Este gruñó, pero Zelda no retiró su daga, sino que pasó su espada por encima del hombro derecho y la frenó cerca de su cuello. Ella sabía muy bien que los demonios no tienen miedo de morir, pero que estos tampoco quieren volver al inframundo. Fue por ello que lo sujetó cuál rehén.

Link, Salvaje NaturalezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora