EL JOVEN ARQUERO

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Al día siguiente Link se levantó por el alboroto de la casa. Con los ojos entreabiertos divisó a Hood moviéndose de acá para allá empacando cosas. Astor cocinaba algo, pero parecía ser bastante, como para un desayuno. Entonces, el joven se sentó rápidamente algo preocupado.

—¿Todo está bien? —preguntó Link.

—Sí, no te preocupes, cuando estés más despierto empaca tus cosas... No es urgente, pero nos vamos por un tiempo —dijo Hood restándole importancia.

—¿Nos vamos? Pero... ¿A dónde? —preguntó Link.

—Emprendemos viaje hacia Hyrule, o al menos, hacia donde está la mayoría de los hylianos —dijo el viejo—. Si nos quedamos en el mismo lugar, seremos blanco fácil... Pronto se enterarán de que los enviados por la ocarina, no volverán. Esos ignorantes buscan algo que yo no puedo darles —comentó el hombre de la barba canosa—. Y para cuando eso suceda, simplemente no estaremos aquí —agregó guiñando un ojo.

El muchacho se desplomó hacia atrás y se desperezó ruidosamente. Aun acostado, se sonó los dedos de las manos y exclamó para sí mismo—: ¡Bueno, hora de levantarse! Caminó hasta el grifo que estaba dentro de la cabaña. Movió un par de veces la manija, hacia abajo y hacia arriba, y el agua comenzó a salir a borbotones. El primer chorro salió de color marrón, pero pronto pasó a ser transparente. El joven metió ambas manos a modo de recipiente y se lavó la cara. —Ahora vuelvo, voy a vaciar el tanque —dijo Link bromeando, mientras se dirigía hacia la puerta. Al salir, caminó hacia una letrina que había cerca del granero. Minutos después regreso a la casa, listo para comenzar el día. —¡Ahhh! Soy un hombre nuevo —exclamó al entrar.

El viejo no pareció inmutarse, pero Astor, que si bien no era delicado, apreciaba los buenos modales. Fue por eso por lo que, revoleando los ojos, murmuró—: Más ordinario, imposible.

Link sonrió y comenzó a empacar.

Hood le dio una palmada a Astor en la espalda. —Voy a traer los caballos a la puerta. ¿Necesitas algo más de afuera?

Astor se secó las manos con un delantal. —Yo ya até dos caballos al carruaje que estaba en el granero. Dejé unas jaulas afuera para llevar algunos cuccos. Faltaría ensillar los otros dos caballos, atar la cabra al carro y por último, seleccionar los cuccos que no vayamos a llevar para dárselos a Braulio.

—Perfecto, entonces voy a hacer eso —se ofreció Hood y se dio vuelta para hablarle a Link—. Cuando termines de empacar, puedes venir a ayudarme con los caballos. Voy a llevar los cuccos sobrantes a Braulio. Para cuando regrese, seguro ya estarás listo.

—Bueno, no hay problema, termino esto y te ayudo —dijo el joven señalando la mochila con un gesto de su cabeza.

El viejo salió de la cabaña. Fue al corral de los cuccos y con cuidado, colocó la mitad de las aves dentro de una jaula con ruedas, similar a una carretilla con rejas. Disfrutando el sol matutino pese al frío propio del invierno, Hood caminó a paso tranquilo hacia la casa del dueño de las cabras salvajes. El viejo parecía nostálgico, como quien recuerda momentos vividos. Observaba los árboles, pastizales, las tranqueras que separaban las propiedades y todo aquel animal que se moviese. Pronto estuvo en el pórtico de la casa. Golpeó con los nudillos dos veces y enseguida, Braulio se asomó por la mirilla cuadrada de la puerta. Este salió y lo invitó a pasar. Hood se rehusó educadamente, explicando que ya partían. Brevemente, le contó el episodio del día anterior y explicó a dónde se dirigían sin dar mucho detalle. Luego estrechando sus manos, los caballeros se despidieron y el hombre de la barba canosa regresó a la cabaña. Al llegar a lo de Astor, Link lo recibió con una sonrisa.

Link, Salvaje NaturalezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora